Pasados los cuarenta y cinco minutos reglamentarios, la cancha era un barrial. Los pozos se habían llenado de agua formando unos copiosos charcos y el árbitro puso cara de: “acá termina el partido”. Pelusa se largó a llorar…
Salpicado / sal…picado
Me gustan los días de lluvia, guardan en sí mismos un trozo de la niñez. Eso de chapotear en los charcos o navegar en barquitos de papel, es algo que todos alguna vez hicimos. En algún punto, la lluvia une, como lo hace el aire o el fútbol. Y me dirán que son cosas distintas, que se juega a la pelota para ganar y que hay rivalidades que van más allá de una época, en cambio, no se recuerda campeonatos de chapoteadores en el barro o regatas sobre el agua de lluvia que corre por el cordón de la calle. Y claro, el “fobal” como decía mi abuelo Doménico, es otra cosa. Pero me da por pensar que de un modo u otro, chapoteamos en la esperanza de ser campeones de algo y que siempre salpicamos a otros, como en el charco de la niñez, igual…
A veces, tengo la impresión de haber sido una niña con demasiadas cosas vedadas. Mi generación necesitó íconos libertarios, como un modo de alzar la voz, para ser escuchada. Y es por eso que ninguna de las palabras que rodearon al fútbol, nombró a una mujer como referente de algo, y aunque existieron, no se hacían crónicas sobre sus actuaciones. De todas maneras, hablar en primera persona, es algo que me hace feliz porque es una forma de revivir hechos que atañe a mi niñez, o no…
La anécdota goza de fallas, esas que a la pluma se le antoja, como una forma de libertad del corazón.
Aquella tarde de primavera se veía venir una gran tormenta, el cielo se puso oscuro, y todos en el pueblo hablaban de ciclones y posible granizo y esas cosas; pero al fútbol nada lo para. Ese día era importante para el Pelusa, el amigo de mi hermano mayor, porque lo iban a probar para jugar en el Club Defensores. Si pasaba la prueba entraría en las inferiores. Y claro, Pelusa había esperado ese momento con tanto entusiasmo que no le íbamos a fallar, así cayesen sapos de punta. El encuentro estaba pactado para las tres de la tarde y aunque era un amistoso, se tenía que lucir.
Yo preparé mis mejores muñecas: la enfermera, la abogada, la malabarista y la número “diez”, para amenizar el entretiempo y darle animo a Pelusa en caso de ser necesario.
El técnico de Defensores llegó al Club a eso de las dos y media, y desde ese instante, Pelusa, comenzó a transpirar la camiseta. Tanto fue el sudor en sus corridas para calentar, que todos decían que había comenzado a llover de aquel lado de la cancha. Yo por las dudas, abrí mi paraguas rojo y me puse la capa haciendo juego. Coloqué las muñecas bajo el paraguas, y esperé como todos el silbato de inicio. Pelusa se puso al lado mío hasta que el técnico le diese la orden de entrar.
A los quince minutos del primer tiempo comenzó a llover. Una lluvia persistente y mansa que empapaba, no me quedó más remedio que ponerme la capucha de mi capa y ofrecerle refugio a Pelusa con el paraguas, compartido con las muñecas por supuesto. Pasados los cuarenta y cinco minutos reglamentarios, la cancha era un barrial. Los pozos se habían llenado de agua formando unos copiosos charcos y el árbitro puso cara de: “acá termina el partido”.
Pelusa se largó a llorar, había esperado como dos semanas para saber si jugaría en las inferiores.
Creo que era la sexta o algo así. Todos decían que los “varones” no lloran, las nenas lloran, pero Pelusa no podía parar de hacerlo y no me quedó más remedio que poner a bailar a mis muñecas adentro de un charco, y tanto fue el ímpetu, que salpicaron con barro a quienes se acercaban y ahí fue que apareció el técnico para consolar a Pelusa, y la abogada, mi muñeca obvio, se lanzó con fuerza al charco justo cuando el técnico se agachó y una pompa de agua sucia fue a parar sobre el ojo izquierdo. Los hombres no lloran, le dije, mientras Pelusa tenía un ataque de risa porque el hombre parecía el pirata Morgan.
Las lluvias de primavera son mágicas, ya con el partido suspendido, salió el sol que se espejaba cobrizo sobre los charcos de agua sucia. Pelusa convenció a los pibes y me dejaron jugar un picadito singular: había que romper el reflejo del sol adentro del charco.
Algo es algo, me dije, sobre todo en tiempos acotados…
Del libro «Goles Mixtos» Edic. Tahiel 2018
Finalista Faja de Honor de la Sociedad Escritores Provincia de Buenos Aires