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El Baño de Carlitos
Pero el mercado no tiene vergüenza. Decidieron llamarlo como lo que era, papel higiénico, con el eslogan publicitario “Suave como lino viejo”
El Baño de Carlitos

Solo nos acordamos del papel higiénicos cuando no hay, a pesar de que tiene una historia tan graciosa que vale la pena contarla. Todo empezó en los Estados Unidos, donde se hizo rápidamente popular, aunque nadie osaba llamarlo por su nombre.

El Baño de Carlitos
El papel es el pan de la civilización; el papel que mide la cantidad de ideas que gasta diariamente el pueblo; (…) el papel no se construye en el país”. Así se lamenta Sarmiento en 1871. Seguramente aludía el papel para diarios y libros, no al higiénico.

Tal vez algunos de sus muchos (y muchas) corresponsales en los Estados Unidos le haya contado sobre “el papel medicinal de Gayetty” en hojas individuales, humectadas con aloe, lo que las había particularmente indicadas para las hemorroides. Pero aquí esa experiencia deliciosa no se conocía.

Nuestros buenos burgueses gustaban de pasear por las Europas, de modo que ignoraban también que los estadounidenses habían inventado el rollo de papel higiénico. El advenimiento del rollo que un acontecimiento controvertido. Nadie quería mencionar siquiera que servía para tan innoble función. Los envoltorios informaban que el producto estaba destinado a su uso en las habitaciones más pequeñas de la casa, un eufemismo para hablar de los recintos donde reinaba vergonzosamente el inodoro. La ambigüedad, obviamente, dificultó las ventas.

Pero el mercado no tiene vergüenza. De modo que decidieron llamarlo como lo que era, papel higiénico, con el eslogan publicitario “Suave como lino viejo”.

Curiosamente, la frase publicitaria refería a un pasado remoto. Antes del papel higiénico, el lino era una opción. Como lo eran la lechuga, las hojas de maíz, las esponjas. También en esto, como era de esperar, había clases sociales. Los pobres tenían costumbre de limpiarse en la orilla del rio y los adinerados el hábito de las sedas…y los paños de lino.

El papel higiénico no la tuvo fácil. Sufrió una enorme competencia desleal de los diarios, que democratizaban los traseros. No había retrete popular donde no hubiera periódicos, a veces recortados en cuadrados perfectos como el papel glacé de la escuela. Ni hablar del suavismo papel azul añil que envolvía los duraznos y las manzanas.

Cuentan que en el Buenos Aires de principios del siglo XX hubo un extraordinario aumento de la devoción cristiana. Cientos de personas acudían a retirar un ejemplar de la Biblia en la Sociedad Bíblica protestante. Parece ser que, una vez en casa, los falsos feligreses perforaban una de las tapas y colgaban las finísimas hojas hechas con un apasta química de algodón y lino de un gancho de carnicero. El dispensador improvisado funcionaba en el retrete, junto al calefón. De allí que Enrique Santos Discépolo escribiera: “Igual que en la vidriera/ irrespetuosa/ de los cambalaches/ se ha mezclao la vida, / y herida por el sable sin remache/ ves llorar la Biblia/ junto al calefón.”

Caras y Caretas – Junio 2013 – Ilustración Hugo Seri

Entre nosotros el papel higiénico se difundió recién en los años treinta. Los avisos publicados en Caras y Caretas aludían al contraste entre las comodidades de la modernidad y las penurias del pasado. Un anuncio de The Waldorf decía: “¿Cómo? ¿Un anticuado brasero con carbón en un cuarto de baño moderno?”. El brasero se asimilaba a un papel higiénico ordinario y áspero (y hasta peligroso, como un brasero) que contradecía el criterio moderno de un ilusorio baño en que todo eran mimos, como un papel suave.

Desde muy temprano, la publicidad trató con humor las delicadas cuestiones corporales asociadas con la vergüenza. El Waldorf tissue publicó un anuncio en el que una modosa niñita volvía de visita: “En casa de mi amiguita tienen una cosa preciosa, mamá, pero su papel higiénico lastima…” Era una manera de aludir a una cuestión bochornosa, una referencia al cuerpo extirpándolo de su condición animal.

El mecanismo de la alusión (designar algo sin nombrarlo) en la publicidad de las necesidades naturales, que dejan sus testimonios de suciedad y olor, se sigue utilizando. Todos conocemos ese anuncio televisivo en el que un nene le dice a su hermanita en la cuna:” Cuando tengas ganas de hacer caca avísame y vamos al baño de Carlitos” (donde hay un maravilloso desodorante de ambientes).

No se habla del baño cotidiano del cuerpo real, oloroso y a menudo oscuro. Se habla de un simulacro, una ficción que imita una cosa que no existe: el “baño de Carlitos”. ¿Cuál es el baño de Carlitos? ¿En qué realidad está? ¿Es un baño sin olores? ¿Un baño sin cuerpo?
Caras y Caretas – Junio 2013 – Por Ricardo Lesser – (Escritor de sociedades)

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