Las chicas iban acompañadas por las mamás, que se sentaban en rectas filas vigilantes alrededor de la pista. Si alguno cometía alguna desvergüenza, como meter e muslo entre los muslos de la niña o siquiera intentar el mejilla a mejilla.
Milonga – Página 12 -18-09-96
De Boliche en Boliche
En el baile, los cuerpos hablan. Sin necesidad de decir palabra. Se acercan, se alejan. Los límites de esa distancia cambian con el tiempo.
En el siglo, XVIII, el señor obispo prohibió los bailes en la villa de Buenos Aires. Las parejas – amonestó- “bailaban mirando un sexo al otro, no de paso sino muy de propósito”. Y “con ningún recato se daban unos a otros las manos, deteniéndose en tan peligroso además todo el tiempo”. Mirarse, vaya y pase, pero tocarse, que espanto.
El cura exageraba un poco. Cualquiera sabía que una cosa son las danzas de cascabel, que los negros bailaban con movimientos espontáneos del cuerpo, y muy otra las danzas de cuenta, que los hidalgos danzaban siguiendo una coreografía en las que los pasos se contaban en compases. Una cosa, en fin, era el candombe de las orillas y otra el minué de los salones.
El año 1810 podrá señalar toda la ruptura política que se quiera. Pero no hubo rompimiento en el baile. El vals europeo, donde las parejas se abrazaban con la legitimidad de la música, tardó años en llegar. Por mucho tiempo se bailó la contradanza, que era toda una civilización del tocar.
Los cuerpos estaban sometidos a las cadencias musicales. Eran ejercicios que había que memorizar arduamente. Se avanzaba el pie izquierdo al primer compás, luego el pie derecho junto al izquierdo al segundo compás, después el derecho con el tercero y, en el cuarto, el izquierdo se juntaba con el derecho. Las parejas estaban tan lejos como los compases disponían. Cuando la pieza terminaba, no se habían tocado nunca.
Las maniobras precisamente geométricas servían para levantar un espacio de reserva corporal los cuerpos titilaban pecados, y nunca se sabe.
La Gran Inmigración mandó al diablo (nunca mejor dicho) tanta compostura. Desde las orillas del río, desde los andurriales portuarios, llegó el tango, un apareamiento simbólico en el filo de la cópula.
Las piernas hacen un continuo diagrama de abrir y cerrar, describe Gustavo Varela. El hombre avanza, su pie se mete entre los pies de ella para abrir y ella esconde su sexualidad en la figura del ocho, le dice que no, que todavía no es tiempo. Él insiste, la lleva de aquí para allá, hace un corte y se le acerca más, le pega a su cuerpo. Los pies de ella retroceden. Pasivamente, porque él es quien manda. En apenas tres minutos, el tango despliega en el cuerpo la ceremonia del cortejo mientras en la música ocurre el drama de una ópera entera.
Con el tiempo, el tango abandonó las orillas y los prostíbulos. Se fue al centro para que lo bailaran no sólo los reos, sino también los bacanes. En los 50 se democratizó al verse, había tangueros en cualquier clase social. Y los D’Arienzo, los Troilo, los Fresedo tocaban en los clubes de barrio. Allí el baile arrabalero se adecentó.
Las chicas iban acompañadas por las mamás, que se sentaban en rectas filas vigilantes alrededor de la pista. Si alguno cometía alguna desvergüenza, como meter e muslo entre los muslos de la niña o siquiera intentar el mejilla a mejilla, se llamaba a los organizadores que ponían al atrevido de patitas en la calle. En los carnavales, la época de los excesos, los clubes contrataban boxeadores para mantener el orden. Cuentan que, cuando alguien se hacía el vivo, para no inquietar a las familias, los alto parlantes llamaban al “electricista” para arreglar el “cortocircuito”.
Desde finales del siglo XX, las luces histéricas y el aturdimiento de la música rave aventaron las coreografías preconcebidas. Lo dice bien el antropólogo Leonardo Montenegro. Ya no se trata del hombre y la mujer, como en el tango. Los movimientos corporales son andróginos, no corresponden definitivamente a un género u otro.
En la rave tampoco se baila frente al otro o para otro. Aunque uno baile con un grupo de amigos (y esta es otra diferencia fenomenal), se baila frente a sí mismo y para sí mismo.
De Boliche – El Tango y la ceremonia del Cortejo – Caras y Caretas – Junio 2012
No hay coreografía. No hay una forma de bailar. Pero tampoco se baila de cualquier modo. Las técnicas son copias, reapropiaciones, de movimientos que se imitan uno de otros, una especie de emulación siempre cambiante.
Dentro de ese marco flexible, uno baila los sonidos que se le incrustan en el cuerpo desde los altoparlantes poderosísimos. Beat it, exhortaba Michael Jackson. Uno se deja llevar por las vibraciones corporales. Eso sí: uno. Uno ante sí, para sí.
Pero todavía hoy el baile en un tocamiento que vibra. Acaso porque, como dijo alguien, tocar al otro es sostenerse al borde del abismo por su mera presencia.
Caras y Caretas – Junio 2012 – Por Ricardo Lesser
La Rave Donde no se Baila Frente a Otro
De Boliche en Boliche
De boliche en boliche
Me gusta la noche
Me gusta el bochinche
Soy feliz como vivo
Mi chica es un tiro
Y me gusta bailar
De boliche en boliche,
Me gusta la noche
Me gusta el bochinche
Soy un caso perdido
Me meto en el ruido
Y no puedo parar
Que suerte que tengo, nena,
Te tengo a ti
Que suerte que tengo, nena,
Porque es así, dulce (dulce)
De boliche en boliche
Me gusta la noche
Me gusta el bochinche
Nena, baila conmigo
Seamos testigos
Nuestro amanecer.
Qué suerte que tengo, nena,
Te tengo a ti
Qué suerte que tengo, nena,
Porque es así, dulce (dulce)
De boliche en boliche,
Me gusta la noche,
Me gusta el bochinche
Soy feliz como vivo,
Mi chica es un tiro
Y me gusta bailar
Soy feliz como vivo,
Mi chica es un tiro
Y me gusta bailar.
Canción de Los Náufragos- 1970
Compositores: Francisco Brydon Smith
Fuente: Musixmatch