Perón relató también su repuesta: “En nuestro país a los que venden a su Patria o ayudan a venderla los llamamos- con perdón de la expresión- hijos de puta”. Bueno, Braden se enojó, y se fue olvidándose del sombrero.
Fermín Chávez httpswww.labaldrich.com.ar
¿Qué Precio está dispuesto a Pagar?
Una vez conviene conocer hechos del pasado para poder distinguir con claridad los acontecimientos del presente. En ese sentido, no ha perdido validez el calificativo de Perón para aquellos que entregan la soberanía a cambio de “la amistad” de los “dueños del primer mundo”. Por eso hoy ese mismo calificativo cabe a los que no respetando los principios de la nacionalidad se entregan “el mejor postor” sometiendo al pueblo en la calamidad y traicionando la legitimidad de su mandato.
En un reciente y sabroso artículo publicado en Jornal do Brasil, su colaborador Muniz Sodré escribía: “No sólo la Argentina, sino América del Sur entera casi murió de risa cuando el presidente Carlos Menem resolvió mandar dos barcos de guerra y una tropa para el bloqueo de Irak, en el golfo Pérsico. Claro, cupo a los porteños el privilegio de la mofa directa: Mendez, cada día que pasa estás más loco. Mendez, en lugar de Menem, porque creen que el apellido verdadero da mala suerte”. Y en otro párrafo aludía al “increíble ejército Bracaleone” del presidente argentino.
Sirva esta cita para introducirse en una cuestión principal de esta hora americana cual es la del encuadramiento de nuestro país, por primera vez en su historia, dentro de la estrategia del imperio yanqui. Si, de esto se trata: de la deserción ostensible, en política internacional argentina, de una tradición secular que contó con grandes encarnaduras, tales como Roque Sáenz Peña, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón. Conviene hacer un poco de memoria.
La década de 1940, signada por nuestra neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial, abarca episodios diversos a través de los cuales se perfila con particular claridad la política de no encuadramiento estratégico a que hacemos referencia. Empezando por el hecho de que la Argentina no cedió a las presiones de los Estados Unidos para que les diese bases militares en su territorio, y siguiendo por la Conferencia de Rio de Janeiro (enero de 1942), donde se puso el relieve la decisión de no claudicar con compromisos que pusieran en peligro nuestra neutralidad. Esto originó tensiones en las relaciones argentino-estadounidenses, a las que el estudioso Arthur P. Whitaker alude de esta manera: “Hacia fines de 1940, la irritación se había convertido en un profundo antagonismo, que duraría doce años; y durante ese tiempo la Argentina siguió siendo el problema número uno de los Estados Unidos en Latinoamérica, hasta que por fin, en 1953, fue desplazada por Guatemala”.
Recuerdo que, en 1945, cuando vivíamos en Cuzco (Perú), junto a estudiantes peruanos, ecuatorianos y colombianos, nuestro país eta objeto de la admiración de nuestros hermanos hispanoamericanos precisamente por su conducta decidida frente a las presiones que llegaban del Norte, y a castigos tales como colocar a la Argentina fuera del pan de Préstamo y Arriendo Cuando Edward Stettinius sucedió a Cordel Hull (1944), la Secretaria de Estado buscó un cambio de política con Buenos Aires. Así una misión secreta estuvo aquí en febrero de 1945, y poco después la misión Avra M Warren cumplió igual cometido en nuestra capital. Ese capítulo se iba a cerrar cuando el presidente Farrell adhiriera al acta de la Conferencia de Chapultepec, el 27 de marzo de 1945.
Las cosas se pudrieron después de mayo de este mismo año, tras la llegada a Buenos Aires del embajador Spruelle Braden, quien debía empezar sobornando- por así decirlo- al vicepresidente, ministro y secretario Juan Perón, y seguir por otra vía, en caso de resistencias.
En este caso debía cumplir con las directivas de los acuerdos de Yalta, hacía poco formalizados, esto es, castigar a los no encuadradados en la causa de los aliados.
De todos modos, la declaración de guerra al Eje- que el presidente argentino actual calificó recientemente de “payasada” – abrió a nuestro país las puestas del sistema interamericano y de las Naciones Unidas, según se vio muy pronto en la Conferencia de San Francisco (abril-junio de 1945), en la que el canciller soviético Viacheslav Molotov no puedo lograr la exclusión de la Argentina. Recordemos que, en Yalta, el presidente Roosevelt había convenido aceptar a Rusia Blanca y a Ucrania como representaciones separadas, a cambio de la admisión de la Argentina en la Conferencia de San Francisco: es decir, un trueque, acordado con Molotov. Ocurrió, sin embargo, que una vez aceptados aquellos dos que una vez aceptados aquellos dos Estados soviéticos, el ruso pretendió postergar la admisión del nuestro, en razón de su “fascismo”. Tuvo más votos, finalmente, la admisión de la Argentina, contra los sufragios de la URSS y otros seis países, y la abstención de Francia y China.
El 4 de julio de 1945, el inglés J.W.Perowne, del Foreign Office, expresaba acerca de la política yanqui: “Su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos; si la Argentina puede ser sometida efectivamente, el control del Departamento de Estado sobre el hemisferio occidental será absoluto”. Y sobre la política exterior mantenida por Juan Perón, en las décadas del 40 y del 50, el nombrado Whitaker pudo escribir que “fue en esencia una política de manos libres”.
Ocurre que toda deserción necesita justificarse y para ello cabe recurrir a toda clase de aparatos y ensayar argumentos de variado calibre. Por eso me parece necesario referirme a una obra recientemente editada, en que se da un ejemplo cabal de malicia interpretativa y de distorsión de la historia, otra vez ancilla politicae. Se trata del libro Perón y los Estados Unidos, el cual recoge materiales investigados por la neyorquina Jane Van Der Karr, en edición “al cuidado de Saad Chedid y Eduardo Machicote”, autores de la Presentación y del Prólogo.
Los documentos consultados en el Departamento de Estado y reunidos por Karr constituyen un conjunto muy valioso, que viene a confirmar lo que los historiadores sabemos de la posición nacional de Perón, hasta su caída en 1955. Especialmente importante es un memorándum que el funcionario de la embajada yanqui en Buenos Aires, el famoso John F. Griffith, eleva a John M. Cabot con fecha 15 de noviembre de 1945, y que fue enviado a Washington el 20 de noviembre. Se trata del relato de una cena habida el 30 de octubre de 1945 en casa del doctor Norberto Gorostiaga, a la que asistieron el coronel Perón y un grupo de nacionalistas.
Según el informante, Perón habló con franqueza y con ironía. Y contó la famosa entrevista con Braden: “En una de nuestra entrevistas me dio que la amistad de los EEUU tiene su precio y que si yo estaba dispuesto a pagarlo mi gobierno y yo podríamos contar con el apoyo resuelto del gobierno de los EEUU”. El coronel consignó su pregunta: “Señor Embajador: ¿puedo saber cuál es ese precio?”. “Por supuesto que sí: la flota mercante del Estado, las líneas aéreas y los ferrocarriles”. Perón relató también su repuesta: “En nuestro país a los que venden a su Patria o ayudan a venderla los llamamos- con perdón de la expresión- hijos de puta”. Bueno, Braden se enojó, y se fue olvidándose del sombrero.
Hasta hoy conocíamos el episodio por las versiones del propio Perón, una de agosto de 1945 y otra de principios de 1969. Ahora, por la doctora Karr, tenemos su corroboración, bendito sea.
La autora dice, al referirse al Líder: “Él quería un dialogo franco y respetuoso de gobierno a gobierno”. Ciertamente no es novedad, ni una revelación. Pero lo que sí es novedoso es la interpretación de los documentos reunidos, por parte de Chedid y Machicote, quienes, muy sueltos de cuerpo dicen, como conclusión: “De ser así, puede que el pueblo argentino, con la conducción del presidente Carlos S. Menem, llegue a alcanzar ese sueño que Juan D. Perón alentó en su tiempo, y que los avatares de su momento histórico le impidieron conseguir”.
Claro está: Perón y Alan García se envalentonaron en demasía y por eso andamos en el Tercer Mundo. Para remediarlo, hay que optar “por el ajuste”, no por “la desconexión” como hizo el peruano. Y dando estos trancos neoliberales, de la mano del imperio que tanto se preocupa por nosotros. Ah, me olvidaba: lo de “hijo de puta” no tiene, en estos tiempos posmos, demasiada importancia.
Revista Línea – Noviembre 1990 – Por Fermín Chávez