Que ser pudorosa en los tiempos que corren ha cargado sus tintas en tintero distinto del que las abuelas, eso no se discute, y que una cierta concepción del cuerpo y de sus zonas mostrables varíe con la época tampoco.
Para el Doctor Freud, el Pudor es Convencional y Natural
“El pudor es un secreto de la naturaleza para poner barrera a una inclinación muy rebelde, y que contando con la voz de la naturaleza parece conciliarse siempre con cualidades buenas morales. Sirve para correr una cortina ante los más convenientes y necesarios fines de la naturaleza a fin de que una demasiada común familiaridad con ellos no ocasione repugnancia, o por lo menos indiferencia. “Esta casualidad es principalmente propia del bello sexo y le sienta muy bien”
Esta correcta y descriptiva definición acerca de que es pudor pertenece a Kant, que para asombro de muchos nació, vivió y murió antes que Freud viera la luz del día. Además, y este es un dato mundano, él no lo era, puesto que nunca salió de su ciudad natal Königsberg, Prusia.
Rodeado pues de este paisaje escribió” Lo bello y lo sublime” entre otras cosas. En este libro se despacha como en ningún otro lugar acerca de la belleza y nobleza de los sentimientos morales de un modo claro, perspicaz y humilde.
Nada desatinada su observación nos sirve para entender a Freud, que también era de esas comarcas, cuando dice que “el pudor, virtud que pasa por ser específicamente femenina y que es mucho más convencional de lo que pudiera pensarse, tuvo por objetivo disimular los órganos genitales”. También dice y esto en otro artículo que si hay algo que no es bello por definición son los genitales.
El pudor es entonces un artificio a la vez natural y convencional de las mujeres para enmascarar aquello que no poseen. Pero, y gracias a este artificio podrían las mujeres encantar, excitar, conquistar a los hombres que de otra manera retrocederían horrorizados y espantados frente a esa visión, que no ofrece nada para ver sino lo que está.
Pero como la naturaleza es sabia y generosa, otorgó a la mujer además vello pubiano, un suplemento de belleza que le permitiría mostrar velando aquello que de entrada no le dio.
Algo así como si doña Natura, que por algo era mujer, hubiese dicho: “Hagamos más divertido el mundo. Si a ti te hago varón, a ti, en cambio, te haré mujer y si se trata de un mundo de mirones y espectadores, a ti mujer, te daré belleza como lo que se muestra, en lugar del sexo”. Dicho y hecho.
Un poco más tarde con los griegos y con ellos los orígenes de la Estética, surge la primera representación de lo bello que no por casualidad es una mujer. Pero como eran griegos, esta mujer emerge de las aguas, velada por la niebla, captura la mirada y es finalmente un mal hermoso. Como mal hermoso es amada y temida, odiada y deseada, aunque pobrecita ella solo sepa cuanto teme, cuanto padece y cuanta falta le hace saber que hay sino una pléyade, al menos uno que la ame. Necesita y por siempre ser amada, casi como todas las criaturas humanas, pero más. Como flauta que encanta a serpientes, trúhanes y algún pícaro bribón, la mujer ha de ser recatada y pudorosa guardando siempre de guardar una pequeña reserva que nunca ha de develar llamada: enigma.
Esto lo torna desde inaccesible a aborrecible para un espectador poco entrenado en estas lides.
Cantado o tarareado éste son, el de la flauta, debe sonar en el pleno y justo equilibrio, de lo contrario corre el riesgo de convertirse en una hirsuta mujer que solo gusta de fingir porque por sus venas pérfidas corre sangre de hiena.
Las chicas hamiltoniana, esas adolescentes púberes, de esto ya lo sabían todo. Los encajes fruncidos, las puntillas color champagna, los festones en casi todas ellas, ni hablar de mantones y pieles ¿para que servirían sino para contornear la esbeltez de un talle, la ligereza de un cuerpo, la elegancia de un andar que terminaran en expresión de miradas tan atrayentes como peligrosas?
Aquello que haría enigmática a una mujer no sería en absoluto alguna defectuosidad de nacimiento, a ella no le falta ni le sobre nada, sino su indiferencia y esa casa autosuficiencia narcisistica, que como algunos gatos o grandes animales de presa parecen no preocuparse por los otros que los contemplan.
Claro está que el mismo Freud dice que el pudor es convencional y natural.
Que ser pudorosa en los tiempos que corren ha cargado sus tintas en tintero distinto del que las abuelas, eso no se discute, y que una cierta concepción del cuerpo y de sus zonas mostrables varíe con la época tampoco.
Que hoy por hoy un hombro descubierto guste o llame la atención depende de quién sea la portadora del hombro en cuestión.
Los tobillos, los tobillos merecerían un escrito aparte. Se han levantado las polleras hasta…hasta el hartazgo, dejando ver solo los tobillos sino las rodillas y casi la pierna entera.
Los pechos han pugnado por salir en escotes que casi… casi se lo permitían. Pero no se trata de esto. La moda cambia y nosotras la acompañamos ya que ella, al adornarnos nos enseña cómo las prefieren los hombres. Lo que siempre permanecerá frágil, tenue y laxo son esas fracciones del cuerpo femenino llamadas pudendas, zonas de sonrojeo, zonas de detención de la mirada de un hombre que cuando la descubre desnuda amará la belleza de su cuerpo. Belleza rara, vulgar, cada cual posee su belleza para alguien. Contra estas zonas la mujer debe ser púdica, inventar constantes velos y fetiches para seguir y a pesar de todo seduciendo a los hombres.
Debe esconder que no tiene nada que esconder.
Pero atención, no siempre el que calla otorga. Muchas mujeres por pudor y por recato del llamado convencional han desviado la mirada, fruncido el ceño y por fin se han retirado de una escena que las requería como lo eran: mujeres.
En este sentido la naturaleza no actúa sino en forma altamente individual y personal dejando que cada una se juzgue y juzgue a los demás.
Tiempo Argentino – 1985 – por Lic. Liz Spett