Salimos del bar re-enamorados nuevamente y la besé y me besó y la acompañé hasta la casa y no me quedé con ella porque el amor tenía eso, ganas de estar juntos física y espiritualmente, pero también estaba la comprensión y los dos sabíamos de su cansancio.
Desavenencias
Estaba realmente enquilombado; además de algunos problemas en el laburo; de otros ligados a ciertos comprobantes faltantes en la obra social, que debería indefectiblemente buscar, se sumaba otro netamente económico, un gasto extra que, inesperadamente hizo su aparición y no podía postergar: una humedad en el techo cada vez más visible producto de un caño roto que, encima, era de mi pertenencia. Y como si esto fuera poco, problemas con Lola, bah, un nuevo problema -y van ya…
– Ella es una mina que hace bastante que sale conmigo, si bien no convivimos, a veces me quedo en la casa de ella y otras, a la inversa; nos vemos poco y, como todo lo poco que se frecuenta hay menos posibilidades de que surjan inconvenientes. Es como si no hubiera tiempo para pelear porque apenas hay tiempo para disfrutar. Y así, digamos, el tiempo pasa -un poco más de dos años- y tenemos ganas de vernos. Si bien estoy hablando por mí mismo, me atrevo al discurso en plural pues ya me he acostumbrado a los sentidos dichos de ella en donde el verbo extrañar y la palabra «amor» forma parte de nuestros dichos cotidianos. Sin embargo hoy día viernes, presagio de encuentro de fin de semana no he sabido nada de ella, y ayer tampoco he recibido escasas letras de mensaje de texto; claro, ella me dirá ante algún reclamo mío «vos también podías haber mandado»; y no tengo respuesta para eso porque efectivamente lo podría haber hecho, pero sucede que generalmente la iniciativa la tiene ella y, cuando no sucede… es porque algo pasa.
¿Qué es lo que pasa?; pues más de dos años con ella y todavía no lo pude descubrir. Suele suceder alguna fricción cada tanto pero nunca pasa a mayores, encontrarnos frente a frente en la mesa de un bar afloja lo ríspido de esas rocas ocultas en el medio del camino y las termina diluyendo en esa tierra levantada por la trayectoria relacional de ambos. Yo creo que somos felices y me convenzo también por los dichos de ella. Pero hace dos días que no sé nada e intuyo que además del laburo, de la obra social y del caño roto en el techo, Lola se trae lo suyo.
Finalmente le pasé un mensaje de texto como pensando que, las palabras escritas tienen su onda sin sonido, sin timbres que aparezcan con cierta disonancia capaz de provocar en el otro aunque sea una pequeña e imperceptible irritación. Y yo quería ser muy cuidadoso en ese tema, porque Lola era una mina que, si no le iba algo, no lo decía en el momento y, tal vez tampoco más adelante; ella lo que hacía era acumular stock y, en algún momento un big-bang de su depósito me salpicaba hasta en el intestino. Y así han pasado poco más de dos años -me dije- como agregando una reflexión más a la espera de la contestación de mi mensaje.
La contestación llegó casi dos horas después y, la verdad, no fue de mi agrado esa demora; me hubiera gustado no digo al toque, pero… qué se yo… quince minutos… Y es que quería saber de ella, quería que me diga no que estaba recontra enamorada de mí -porque eso nos lo decíamos todo el tiempo- simplemente me conformaba con un «¡Hola, cómo estás; estoy viva!», pero no, la respuesta vino no sé si mal barajada o tirada de los pelos o…
El mensaje en el celular decía: -«No es un buen momento para mí hablar ahora, y no sé si después lo podré hacer, después hablamos»
Estaba al horno y me preguntaba y repensaba durante los últimos días qué era lo que había sucedido y/o había hecho y, la verdad, ni me había percatado de nada, porque claro, lo que es importante para ella, para mí por ahí es una banalidad y, a la inversa, ella me correspondía bajo su propio parecer. Toda una obviedad adscrita al género, y ese mensaje contradictorio en sí mismo «No sé si hablar después, después hablamos» confundía aún más el espectro.
Entonces no me quedó otra y la llamé; estar así, a la deriva sin otra que mis preguntas y mis respuestas por ella me torturó hasta mi «basta» definitorio.
La interrumpí en el medio de su laburo, dato que, al margen de las consecuencias no me importó en absoluto; su voz del otro lado sonó no muy amable y ya eso no me dejó muy predispuesto para mirarla a sus ojos. Pero la necesidad del saber me hizo masticar más lentamente.
A las siete pm habíamos quedado en encontrarnos en ese bar que nos tomaba lista; yo llegué diez minutos tarde; ella fue puntual.
-¿Ves? estas son cosas que… no me atraen, no me caen bien… -arrancó con los tapones de punta-
-¿Vos decís por la hora? -me pareció que no, pero que sí-
-Vos sabés que estoy muy cansada, que trabajo mucho, que me cuesta venir a estos encuentros…
y siempre llego antes que vos…
En el fondo tenía algo de razón, yo tenía más tiempo y muchas veces llegaba después de hora, pero también ella no era Sarmiento ni la virgencita de Luján, pero decidí no prender mi fósforo para que su enojo simplemente se hiciera cenizas sin fuego. Luego vino lo de «aquella vez que te dije lo de ese lugar y no me quisiste acompañar»; después apareció lo de «te dejé la dirección y no me pasaste a buscar» y, finalmente una de celos: «en esa reunión te la pasaste allá en el fondo, primero tomado vino en vez de estar conmigo, y luego hablando con esa rubia, parecía que estabas solo…»
Todas esas cosas que me decía, quizá tuviesen una gran cuota de verdad y no estaba en mí refutar por mi pertenencia de género; sinceramente no tenía ganas, pero cada cosa dicha por ella, cada crítica hacia mi persona, paradójicamente me enamoraba aún más todavía. Lola sabía consciente o inconscientemente que esos lazos ocultos que nos unían no hacían más que mostrarnos a cada momento que no nos iba a ser fácil desentendernos de nosotros mismos imantados -como estábamos- por el sentimiento.
Salimos del bar re-enamorados nuevamente y la besé y me besó y la acompañé hasta la casa y no me quedé con ella porque el amor tenía eso, ganas de estar juntos física y espiritualmente, pero también estaba la comprensión y los dos sabíamos de su cansancio. Yo, me hubiese quedado, y ella en el fondo también lo hubiera querido, pero decidimos quedarnos con el bosque y desechar el árbol; yo además, por mi parte, me acordaba de mis problemas laborales, de mi obra social y del caño roto y Lola ya no estaba allí en esa lista, y eso, llenaba el medio vaso que me faltaba.
Por Pablo Diringuer