Barbijo, feite y otros muchos nombres, identifican al tajo cuchillero aplicado en pleno rostro.
Si bien estos nombres se notan con más fuerza en Buenos Aires, la carga simbólica de recibir un corte en la mejilla se pierde en el tiempo y en las geografías. Para no ir muy atrás ni tan lejos, tenemos referencias cercanas en la cultura gaucha. El cuchillo de nuestro hombre rural y hasta no hace muchos años, fue parte de su indumentaria.
Herramienta, utensilio doméstico o arma, el cuchillo siempre anduvo pegado al cuerpo.
Aún los pacíficos solían portarlo. El duelo a cuchillo era el último escalón del conflicto. A veces por cuestiones ínfimas, de circunstancia; “Alguna desgracia de carreras o de taba…”, describió Jorge Luis Borges la presunta muerte que debía a la justicia Nicanor Paredes, guapo de Palermo. O la muerte absurda que carga Martín Fierro cuando provoca al Moreno y lo mata. Pero el cuchillo también reluce en peleas donde se juega el honor. Nuestra historia menor, las letras de tango y la memoria popular están llenas de esas tragedias, ofensas o ajustes de cuenta que se resolvían a cuchillazos, como sigue pasando en ciertas situaciones aún en 2020 y en plena pandemia covid – 19.
Pero con los nuevos modos de producción que se le impuso al campo cuando se consolidó la llamada Organización Nacional, cambiaron algunas costumbres y comenzó cierto grado de migración hacia las ciudades. Muchos ex gauchos se instalaron en los suburbios reforzando esa franja poblacional conocida desde antiguo como orillera. La fidelidad al facón también se muda, reforzando la vieja tradición cuchillera de la orilla porteña. Así surgen a fines del siglo XIX en Buenos Aires el guapo, el compadre y sus derivados: el compadrón y el compadrito. En general, toda gente de cuchillo. Así nace en los barrios el “visteo”, el uso de un palito con punta tiznada, para entrenarse desde chico en el manejo de la faca. El tizne marcaba al contrincante cuando quedaba “herido.” Pura técnica militar empírica. La convicción de que algún día el hierro se hundirá en la carne del adversario, en la orilla se considera casi una fatalidad, “es el destino” se dice.
“Capricho de hembra que tuvo la daga”, describió Evaristo Carriego el barbijo que ostentaba un guapo. De la importancia de ser hombre de cuchillo, habla la dedicatoria del poeta palermitano en su poema El Guapo: “A la memoria de San Juan Moreira. Muy devotamente.”
Por eso la importancia de ser hombre de “vista”. Ligero con los ojos y la muñeca, hace la diferencia entre la vida y la muerte, o entre propinar o recibir un barbijo, ese tajo infamante que se mostrará toda la vida como una marca vergonzosa o como una cicatriz heroica de guerra, según el linaje del herido. Llevar un barbijo o feite en la cara, es como ir por la calle reconociendo que el otro fue más rápido, pero como atenuante para el tajeado, queda la posibilidad de que el otro haya dejado la vida en el combate.
“Y si alguno se pasaba
el se broncaba era fijo
y allí nomás un barbijo
al más pintao le bordaba.”
Cuenta la milonga “Le llamaban Serafín”, de Francisco Amor y Alberto Acuña. Esas broncas de boliche que estallan y pasan como tormentas de verano, dejando a veces algún barbijo sangriento o un muerto. “Se desgració”, decían comprensivos los testigos si el puntazo se llevaba una vida, y ayudaban a escapar al vencedor del duelo, si este había sido en buena ley. Pero en los códigos no escritos (o escritos con sangre, según la mirada) del barbijo, hay también otra lectura más carcelaria – tumbera – se le corta la cara al delator, al buchón, un buen feite desde la comisura de los labios hasta donde llegue. La culpa o la vergüenza del castigado harán el resto.
Pendón triunfante, cicatriz guerrera o tajo bochornoso, es mejor no tenerlo, como se desprende de unos versos de Carlos De La Púa (El Pesado Muñoz) que algo sabía de esas lides:
“Beso maula de daga matadora
no ha de borrarse nunca, hasta la muerte
por más que el que lo lleve sea ahora
tallador ventajero de la suerte.”
(El Feite – La Crencha Engrasada)
En días más cercanos en el tiempo, el barbijo protagonizó luchas menos hidalgas que las libradas con cuchillo. Es el feite que como un rayo aparece en medio de una discusión, puro combate verbal, y con una yilé montada entre los dedos mayor e índice, descarga un tajo brutal sobre la cara del desprevenido adversario. Herida terrible y cobarde, que degrada más al agresor que al agredido. Cosas de la guerra, dirá alguno. No sé. De cualquier manera, como escribió el Pesado Muñoz,
Barbijo. Pop. Herida en el rostro («… un barbijo tradicional o un corte de oreja a oreja le parecía más que suficiente…». Adan Buenos Aires – Página 142– Leopoldo Marechal – Sudamericana – 1984). // Cicatriz en el rostro («El arroyo Maldonado que cruza la ciudad como un barbijo en un rostro malevo,…». González Tuñón, Tangos, 25). Del argent. barbijo: barbiquejo.
El Barbijo
Tango Canción – 1924
Un gaucho bravo, flor de la raza,
llegó a la tropa con su gateo:
jirón sangriento de su coraje,
con un barbijo se ve marcao…
Un viejo zorro pregunta al gaucho
cual es la historia del costurón,
y el mozo altivo, mirar de tigre,
la historia cuanta junto al fogón…
La china linda
que está en mi rancho,
un tal Carancho
me la envidió.
Robarme quiso
la prienda amada,
y en la trenzada
me las pegó…
Los ojos pumas
brillaron fieros
y en los aceros
relampagueó.
¡Marcó mi cara
con un barbijo,
pero ni ¡ay! dijo
cuando cayó…
I (bis)
El gaucho bravo, mirar de tigre,
montó en su pingo color gareao,
y al despedirse les dijo a todos:
“¡No es por ser maula que me han marcao!”
Si alguno duda de mis palabras,
que salga y hable con el facón.
Es ley de criollos jugar la vida
cuando les tocan el corazón…
Letra de Jesús Fernández Blanco – Música de Andrés R. Domenech