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El Poncho
Prenda de uso universal en nuestra América, sus orígenes se remontarían a las comunidades nazcas e incas. La materia prima era lana de camélidos
El Poncho

En cuanto al trabajo tradicional, “Un artesano dedica entre uno y cuatro meses a la confección de una prenda, en un proceso que comienza mucho antes con la recolección de la fibra de la llama, la alpaca, la oveja, el guanaco o la vicuña.

Muestra en el Museo de Arte Decorativo – Clarín -11-11-01 –
Foto Diego Ferández Otero

El Poncho
“Yo le pediré emprestao / El cuero a cualquiera lobo / Y hago un poncho, si lo sobo / Mejor que poncho engomao!” (1).

Los versos precedentes son puestos en boca del Sargento Cruz, el policía que enviado a detener a Martín Fierro, se vuelve contra sus subordinados y salva la vida del gaucho prófugo en la obra de José Hernández. Corresponde a la estrofa iniciada con el verso 2079 del Canto XII de “El Gaucho Martín Fierro”.

La cita se refiere al diálogo en que ambos hombres hacen planes para irse a vivir con los aborígenes. Carecen de todo, por eso Cruz revela su habilidad para confeccionar un poncho con cuero “sobado” de un animal cazado a campo abierto.

Un poncho casero, el único abrigo posible en el desierto y obtenido de un animal.

En un escenario de carencia absoluta como el que describe el poema, la simple mención de un poncho llena de alegría a los protagonistas.

Prenda de uso universal en nuestra América, sus orígenes se remontarían a las comunidades nazcas e incas. La materia prima era lana de camélidos (llama, vicuña, alpaca, guanaco). Con el arribo de los conquistadores españoles aparecen también las ovejas cuya lana comenzaría a utilizarse para tejidos; entre ellos para la confección de ponchos.

A ambos lados de la Cordillera de Los Andes en el sur, en los actuales territorios argentino y chileno, los pueblos originarios utilizaban ponchos que en el caso de los más difundidos, los araucanos, se destacaban por sus guardas características y fina textura.

El gaucho y muchos militares en campaña lo adoptaron como abrigo, pero además le dieron usos múltiples: recado (para cabalgar), manta, cubierta en las peleas a cuchillo y otras funciones.

La Nación – 30-07-23 – Foto Lobo Velar

Si bien en el período prehispánico – como se ha dicho – la materia prima para los hilados las proveían los camélidos y luego se agregan los ovinos, “El algodón traído de Chile por Hernán Mejía Miraval en 1556, define una época en el Tucumán, y su importancia es tan gravitante que es el fundamento de ‘su comercio, su moneda, sus encomiendas; en una palabra, su economía toda” (2). Era común en la región del NOA actual, el Alto Perú y Cuyo, la abundancia de telares domésticos y las prendas producidas en pequeños talleres, pero la apertura comercial decretada a partir de 1810 arrasó con la industria textil criolla, como también con otras manufacturas.

Todavía en la época que refleja Martín Fierro eran muy comunes los ponchos y otras prendas de origen inglés. El viajero de esa nacionalidad W. Parish escribe: “El gaucho se viste en todas partes con ellas. Tomemos todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea y exceptuando lo que sea cuero ¿qué cosa habrá que no sea inglesa…”? (3).

Con el paso del tiempo las distintas zonas suramericanas fueron generando ponchos cada una con sus particularidades y tradiciones.

Son muy conocidos los salteños. En ésta prenda predomina el color rojo con guardas negras y moño del mismo tono cerrando el cuello. El detalle se atribuye al luto por la muerte del caudillo de esa provincia y Héroe de la Independencia Argentina: el general y líder popular Martín Miguel de Guemes.

En nuestras guerras civiles el poncho rojo fue uno de los símbolos del bando federal.

También fueron muy difundidos los llamados pampas que los pueblos autóctonos también utilizaban para el trueque, los citados araucanos o mapuches con sus guardas armoniosas, los de origen coya y otras tantas versiones.

Aún hoy en el noroeste argentino y más allá de los procesos industriales y el uso de fibras extrañas a las naturales, tradicionalmente el vellón se hila a mano en un huso o una rueca. Las tinturas que generan los colores clásicos, suelen obtenerse tratando desde el algarrobo hasta la yerba mate, según la región y nivel de artesanía que se pretenda otorgar a la prenda.

En cuanto al trabajo tradicional, “Un artesano dedica entre uno y cuatro meses a la confección de una prenda, en un proceso que comienza mucho antes con la recolección de la fibra de la llama, la alpaca, la oveja, el guanaco o la vicuña. En el caso del camélido, para tejer un poncho se necesita un kilo y medio de lana y por animal se obtiene aproximadamente cien gramos, siendo las fibras del lomo, pecho y panza, las de mejor calidad” (4).

Más allá de la variedad de los ponchos locales, en otros países hermanos se los conoce con distintos nombres: en Colombia y Venezuela, se les llama ruana; paia en Brasil; punchu en lengua quechua, chamanto en Chile.

El poncho también invadió el mundo de la moda, como pudo apreciarse en la 135° Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria realizada en el predio palermitano de la Sociedad Rural Argentina en julio de 2023, en la cual un grupo de modelos profesionales exhibió una colección de ponchos complementada con botas e indumentaria al tono.

En las modas del siglo XXI, en la pradera, la montaña, en la paz y en la guerra, desde el fondo de nuestra Historia el poncho siempre estuvo presente.

1) José Hernández – El Gaucho Martín Fierro – Ed. Cultural Argentina – Buenos Aires, 9 / 1968.-
2) Emilio Coni – Historia de la Nación Argentina (Tomo IV). Citado por Nicolau Juan C. –
ntecedentes para la Historia de la Industria Argentina – Buenos Aires, 1968.-
3) Idem.
4) Secretaría de Cultura de la Nación – Página Oficial.

Brochazos de Nuestra Tierra – Juan Cornaglia – Colección Centauro – 1952
Copyright by Acme Agency SRL
Ilustración – M. Martínez Parma

El Poncho
Cuando el hombre que anda por los cerros siente el cansancio de la marcha, se tiende sobre el apero y se cubre con su poncho, que es como cubrirse con los misterios y sentires de la tierra.

Y el poncho lo envuelve en su atmósfera aisladora. De la prenda hacia afuera, el mundo infinito y complejo; y poncho adentro, el universo, animando los sentimientos del hombre.

Los ocasos andinos tejen una trampa pictórica. La mujer tejedora va uniendo los hilos y concibiendo los colores, fijando en su labor los ocasos y las auroras de su comarca.

En el poncho no están solamente el hilo y la hilandera. Está la tierra callada y grávida, el canto de las calandrias y la soledad del cardón; están los sueños y las rebeldías del hijo de la tierra; está el adiós del que nunca volvió; está la vidala otoñal, quejándose con aire de leyenda, y está el amor, hecho ternura y hermandad, en un sereno esperar.

Y el hombre se lleva luego ese poncho, y lo cuida y lo ama. Y lo descuida y lo mancha también; porque pierde a veces la conciencia de lo que vale esa prenda; pues, más que mera prenda, es un símbolo: es la herencia de todas las fuerzas intraducibles que condicionan un alma y una existencia con sentido y destino americano.

Dormir con el solo abrigo del poncho significa preparar el alma para el sueño alto, a costa de una holgura física, de un confort a veces necesario. Es el precio del sueño. Es la hondura de un primitivismo que alimenta lo étnico del individuo; es una manera de rezar, de hacer que aflore a la conciencia tanto sueño callado, tanta meditación olvidada, tanta idea degollada en el laberinto de la vida moderna.

El hombre que se tiende sobre la tierra con la sola compañía de su poncho, se tiende sobre muchos recuerdos de la infancia, sobre las últimas consejas de la madre, sobre el adiós del Tata que se marchó por caminos definitivos; se tiende sobre la promesa de la primera novia en la montaña y sobre los dolores de la raza y las esperanzas del pueblo

El Poncho (Atahualpa Yupanqui)
En Aires Indios
https://caminarporlaplaya.wordpress.com/

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