Nació en Cerro Colorado el 31 de enero de 1908. Hijo de ferroviario criollo y ama de casa vasca, se Ilamó por poco tiempo Héctor Roberto Chavero. El Atahualpa le apareció pronto, y enseguida el Yupanqui, en memoria de los amautas peruanos.
Atahualpa Yupanqui al Pie de un Roble
Las cenizas y el espíritu de Atahualpa Yupanqui se alivian desde hace tiempo al pie de un roble.
El mismo eligió el árbol, frente a su casa, un rancho (ahora museo) que le tomo treinta años construir sin apuro, para cuando llegara la hora del descanso final. Está en una ladera de Cerro Colorado, pequeño pueblo de trescientos habitantes y tierra rojiza al norte de Córdoba. Paraje de adopción para el viajero infatigable en busca de retiros creadores, cable a tierra descubierto en 1946, cuando su calendario biológico cantaba treinta y ocho años y había mucho por hacer.
El lugar, también un enorme tesoro arqueológico, fue ocupado sucesivamente por indígenas de la cultura ayampitín, sanavirones y comechingones. Buenos vecinos, medio parientes, para hablar de un tirón a perpetuidad, sin apuro, sobre cosas de la vida. La inspiración. El pensamiento medular. Los bueyes perdidos. Y los trescientos años de sangre americana que le alborotaban en las venas.
Allí la fuerza eólica y el agua erosionan hasta tallar aleros y cuevas. El viento que va no es el que vuelve. Viene de esparcir la semilla cultivada por el poeta, un hombre capaz de decir, y de sentir, casi a modo de despedida: «Mil gracias, sí, señor de la vida y de la muerte, de ser apenas esto, brizna efímera y breve. Y de pasar los días finales de la vida con las manos vacías y el corazón profundo».
Nació en Cerro Colorado el 31 de enero de 1908. Hijo de ferroviario criollo y ama de casa vasca, se Ilamó por poco tiempo Héctor Roberto Chavero. El Atahualpa le apareció pronto, y enseguida el Yupanqui, en memoria de los amautas (sabios) peruanos.
Cosas de fogones en la llanura pampeana, de ir y venir por los caminos del silencio en el desvelo, la soledad, la pobreza, la tristeza como telón de fondo en la carenciada vida del paisanaje. Historias plagadas de pinceladas auto- biográficas con música de milonga, zamba, chacarera y vidala. Compositor, poeta, guitarrista, cantante y escritor de visión universal con el foco pues- to en los enigmas y el dolor de la injusticia que le planteaba su Argentina.
“Viene Clareando», «El Arriero», «Zamba del Grillo», «La Añera», «Chacarera de las Piedras», «Luna Tucumana», «Piedra y Camino», «Los Ejes de mi Carreta», «El Alazán», «Los Hermanos», y por supuesto «El Payador Perseguido», son apenas algunas de sus memorables composiciones de una extensa y rica obra que, inmortal, se proyectó como una influencia inevitable en reconocidos exponentes de la música popular americana: Alfredo Zitarrosa y Silvio Rodríguez, entre otros. Muchos abrevaron en sus fuentes.
Rebosaba en geografías y oficios: Buenos Aires, Tucumán, Entre Ríos, Córdoba, Uruguay, París, Japón. Hachero, arriero, cadete de correos, periodista, notificador de escribanía y otros etcéteras. Cultivó como pocos asombros y re- velaciones, que lo asaltaron desde la temprana infancia y le duraron hasta el fin de los días terrenales. Así fue con la guitarra, con los sonidos de la pampa, con las palabras y su significado. «El canto era la única voz en la penumbra (diría en «El Canto del Viento»). Así en infinitas tardes fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros»
El maestro Bautista le mostró el horizonte de la guitarra y él cultivó esa relación como sagrada: «Los dedos solamente caminan; a la guitarra no debe quitársele el sonido, la capacidad de darse. Si usted la pone micho contra el pecho la guitarra empieza a negarle el sonido. Dele espacio, hágase cóncavo, hágase arco para que la flecha suelte su mensaje infinito y libre», observaba.
Conoció el primer exilio en Uruguay luego de la caída de Hipólito Yrigoyen, y la censura por comunista y guitarrero con el primer advenimiento del peronismo. El Partido Comunista, al que estuvo afiliado hasta 1952, le organizó una gira por Europa del Este. De regreso se topó en Paris con Paul Eluard y, en su casa, conoció y se ganó la admiración de Edith Piaf, casi un cuento de hadas que lo catapultó a los escenarios parisinos. La historia lo deslumbró y allí se quedó apegado. Una sensación equivalente lo acometió cuando conoció Japón. Entonces se obligó a una reflexión que plasmó en «Del Algarrobo al Cerezo».
Eso, igual que todo su trabajo, es parte de su legado y aporte a la cultura popular, terreno en el que conjugó lo ético y lo estético.
Debate – 09-02-08 – Por Lorenzo Amengual – (Fragmento de Un Siglo de Atahualpa)
QUIERO SER LUZ
Se me está haciendo la noche
En la mitad de la tarde.
No quiero volverme sombras,
Quiero ser luz y quedarme.
Me fui quemando en la noche
Siguiendo la misma senda
Siempre atrás de una guitarra
Apagué la última estrella…
No sé qué dicha busqué.
Qué quimera…
Qué zamba me quitó el sueño.
Qué noche mi primavera.
Hoy que me pongo a pensar
Solo converso en silencio
Me miran los ojos de antes
Viejos de ausencia y de tiempo.
La misma mirada siempre,
De aquellos años tan lejos
Por fin me duermo en la noche
Que alumbra el lucero viejo.