El Artista Ante la Sociedad y el Mercado
El título de este artículo se refiere a una mordaz crítica del mercado del arte realizada por el artista conceptual Piero Manzoni, con la que demostró que la simple firma de un artista con renombre produce incrementos irracionales en la cotización de la obra.
Fueron noventa, en los 60, noventa las latas cilíndricas de metal las que se vendieron al poco de exponerse en la Galleria Pescetto, de Albissola Marina, al norte de Italia, y que aún contienen, según la etiqueta firmada por el autor, Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961. Y no creas que fueron baratas, salieron a la venta al mismo valor que entonces tenían treinta gramos de oro, y hoy en día su precio alcanza cifras de cuatro y cinco dígitos en euros, en las pocas ocasiones en que alguna de ellas sale a la venta o a subasta. Pasados más de treinta años de la muerte del autor, continúan las especulaciones acerca del contenido de las famosas latas, ya que se sigue ignorando si realmente se trata de heces humanas o no, ya que con el precio que tienen ningún propietario osaría destrozar la obra de arte, y además en ningún sitio se determina que el artista cagón sea una persona.
Yo conocía algo similar que realizó Warhol, no sabías? Escucha…las pinturas oxidadas de meadas….
En este caso hablamos de alguien que supo aplicar el “Marketing artístico” , Podríamos preguntarnos si se trata de ¿imagen o artista? ¿de creación o producto vendible en todo el mundo? En estos días, se subasta en disco que uso el asesino de Lennon para acercarse a el, claro lo que contamos de Piero Manzoni,… es inocente en comparación, pero todo ligado a este tiempo de burbujas… A la Merde!!!!
Esta curiosa anécdota artística nos da ocasión de comprobar que la relación del artista con el mercado del arte es algo más que compleja y turbulenta. ¿Es en realidad la lata de mierda una auténtica obra de arte, o fuera de las intenciones declaradas de su creador, es fruto de la preocupación del artista por ser aceptado en los círculos comerciales artísticos, por ser considerado como genio?. Ha habido muchos casos de artistas que por la presión que les produce la consideración de su obra se paralizan y terminan por no producir, porque ¿cómo es posible producir una obra de arte si estás pensando en la reacción del público, de las modas y de los mercados (ya no hablo siquiera del resto del colectivo de artistas). Al genuino artista se le supone tan independiente que no puede permitirse verse condicionado por ninguna influencia exterior y mucho menos que ninguna por la validez y consideración que despierte su propia obra.
Quizá sea solo una cuestión de tópicos: Al ciudadano medio le molesta que le rompan los moldes y por ello el ejecutivo debe vestir con corbata y traje, el científico debe ser despistado y excéntrico y el obrero no puede recitar poemas. Según este criterio al artista se le permiten las licencias de proclamar incredulidades y de hacer locuras estéticas, pero dentro de un orden, que solo parcialmente puede rebasar, o lo que es lo mismo: dentro de una estética que roce los límites éticos. A cambio se le eximirá de toda responsabilidad y se le reducirá a la penuria económica, pero se le considerará portador de una sensibilidad especial, inaccesible al resto de los mortales, que en último término les conduce a enfrentamiento permanente entre unos y otros. Así el gremio de los artistas es un hervidero permanente de envidias y malas relaciones.
Todo antes que venderse al poderoso, al mercado o a la moda, en cuyo caso el arte será considerado como fruto de intenciones ocultas y extrañas al artista, pero ¿qué sucede cuando la propia obra nace tan claramente contaminada que es una lata de mierda?. Pues sucede que todos corren a comprarla por precios exorbitantes y que nadie se atreve a abrirla por miedo a perder su valor. Es posible, muy posible, que lo único que tengan en sus manos sea una lata llena de yeso o barro, pero eso no importa, vale mucho más que su peso en oro porque es arte, arte mierda, pero arte.
por Miguel Ángel Lucero