Vida – Pasión y Muerte de Lucio Norberto Mansilla
Lucio Norberto Mansilla nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1789, iniciando su carrera militar en 1806 a las órdenes de Liniers, cuando acudió en ayuda de Montevideo contra los ingleses. Al año siguiente, durante la Defensa, participó en los combates del 2 de julio en los Corrales de Miserere contra las tropas de Whitelocke. También sirvió con Artigas en su lucha contra los portugueses.
En 1814 se incorporó al Ejército de los Andes como capitán, peleando en Chacabuco y luego en la campaña del Sur de Chile a las órdenes de Juan Gregorio De Las Heras. A su vuelta a Buenos Aires, luego del triunfo federal en Cepeda contra las fuerzas porteñas en 1820, fue enviado en ayuda de Francisco Ramírez, que estaba guerreando contra Artigas. A la muerte del Supremo Entrerriano, fue designado gobernador de esa provincia, apoyado por Estanislao López y Rivadavia.
En el Congreso Constituyente de 1826 representó a La Rioja, y al año siguiente luchó en la guerra contra el Imperio del Brasil. Tres días después de la victoria de Lavalle frente a las tropas de Bento Manuel en Bacacay, el 16 de febrero de 1827, Mansilla atacó con 800 jinetes y alguno infantes a las fuerzas de Bento Manoel Ribeiro, que mandaba la caballería de élite del ejército imperial, fuerte de 347 jinetes, y más de 800 infantes, a la vera del arroyo Ombú (actual R. O. del Uruguay).
El terreno escabroso casi destrozó a la caballada republicana, por lo que el ataque fue rechazado por los brasileños, que rodearon y casi tenían a su merced a gran parte de las tropas argentinas. En ese momento, Segundo Roca, ayudante de Mansilla, arrancó el clarín de las manos al trompa del regimiento, que ya estaba dispuesto a tocar retirada. Esto permitió que un escuadrón de 200 tropas que mandaba el coronel José Valentín de Olavarría, lanzara un nuevo ataque a fondo, rehaciéndose la carga republicana y venciendo y dispersando la caballería de Bento Manoel después de una larga lucha.
Los imperiales sufrieron 173 muertos y 43 heridos, mientras que las fuerzas republicanas dejaron en el campo 54 muertos y 31 heridos. El triunfo del Ombú impidió que esas fuerzas escogidas de Bento Manoel pudieran participar en la batalla de Ituzaingó, contribuyendo a la victoria de Las Heras sólo 4 días después, por lo que Mansilla fue condecorado y nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército en operaciones.
Un par de meses después del triunfo de Ituzaingó, Mansilla y Juan Lavalle, al mando de 2.500 jinetes sorprendieron a unos 1.600 efectivos imperiales en Camacuá, los que se dieron a la fuga dejando 50 muertos en el campo de batalla. A partir del ignominioso tratado de paz con los brasileños firmado a instancias de la Corona británica por Manuel García, el plenipotenciario enviado por Rivadavia –que le costaría a éste la Presidencia y a nuestro país el desmembramiento de la Banda Oriental-, Mansilla se alejó de las armas y de la política.
En 1834 fue nombrado organizador y jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires. Luego se distinguió como orador en la Legislatura porteña, pero sin dudas, su mayor logro lo obtuvo en la defensa de la soberanía a partir de la batalla de la Vuelta de Obligado, y los sucesivos combates y escaramuzas en Acevedo, El Tonelero, San Lorenzo y en la Angostura del Quebracho contra la flota invasora anglo francesa.
Luego de Caseros, donde le cupo la responsabilidad de mantener la retaguardia en la ciudad y después de la batalla entregarla a Urquiza, jefe del ejército invasor, emigró a Francia, donde frecuentó la corte de Napoleón III. Había contraído segundas nupcias con Agustina Ortiz de Rosas, hermana menor del Restaurador y conocida como «la belleza de la Federación», y fue padre del general Lucio V. Mansilla.
Lucio Norberto Mansilla murió en Buenos Aires, víctima de la fiebre amarilla, el 10 de abril de 1871. Las autoridades nacionales no asistieron a su entierro ni le fueron rendidos los honores que correspondían, pero su amigo Diego de la Fuente lo despidió con estas palabras:
”No sé, Señores, en qué, ni cómo se perpetuará algún día el nombre del vencedor del Ombú, del autor de la primera constitución provincial argentina, del organizador avisado de la policía de Buenos Aires, de un soldado de la Independencia, de un diputado al Congreso del año 26, pero sí sé, y aquí debo aquí decirlo, que el viajero argentino que remonta los ríos detiene siempre los ojos con noble orgullo en un recodo del gran Paraná, donde un día la entereza del general Mansilla, rigiendo el pundonoroso sentimiento nacional en lucha desigual con los poderes más fuertes de la Tierra, supo grabar con sangre que no se borra derechos indestructibles de honor y de gloria. ¡Qué importa el murmullo del vulgo sobre hechos, de suyo efímeros, al pie de monumentos imperecederos diseñados por el heroísmo como la Vuelta de Obligado, donde se destacó la bizarra figura de Mansilla entre el fuego y la metralla, a la sombra, Señores, no de otra bandera que aquella que saludaron las dianas de triunfo en los campos de Maipú y de Ituzaingó!”.
por José Rodolfo Maragó