El camino recorrido por las mujeres para lograr su emancipación no siempre fue lineal; se trata de un sendero zigzagueante, con avances y retrocesos. Pero aunque el mundo occidental lograba importantes avances políticos y sociales, las mujeres iban quedando relegadas en un cúmulo de derechos y actividades, sobre todo en el universo laboral.
En el último tramo del siglo XIX y buena parte del XX, el desarrollo industrial absorbió masivamente a las mujeres pagándoles salarios más bajos que a los hombres; lo mismo sucedía con el trabajo infantil. Así surgieron las primeras luchadoras sociales, como respuesta a las brutales condiciones de explotación. Un ejemplo dramático, fue el de las obreras masacradas en un conflicto laboral en EE.UU. y que dio lugar a que el 8 de marzo (fecha de los crímenes) se conmemore internacionalmente el Día de la Mujer. También estaban aquellas que levantaron como bandera el derecho al sufragio femenino; inexistente en los países presuntamente más civilizados. Otro tanto pasaba con los roles dentro del matrimonio.
La Ley de Matrimonio del Código Civil Argentino en el capítulo VIII en que habla de derechos y obligaciones de los cónyuges, establecía claramente en su artículo 210 que “La mujer está obligada a habitar con su marido dondequiera que éste fije su residencia. Si faltare a esa obligación, el marido puede pedir las medidas judiciales necesarias y tendrá derecho a negarle alimentos.” Y además la patria potestad sobre los hijos, era privilegio del padre. De a poco eso fue cambiando. En otros campos, el derecho al voto de las mujeres argentinas recién fue sancionado en 1947 y se hizo efectivo en las elecciones presidenciales de 1951.
Con los importantes cambios sociales y culturales en materia de género registrados en nuestro país, a partir de la década de 1950 se hace notoria la incorporación en gran escala de las mujeres al mundo del trabajo, en condiciones dignas. También se ve un mayor número de chicas en las universidades y en los ámbitos estatales y políticos. Sólo algunos sectores parecen vedados a la inquietud femenina: las Fuerzas Armadas, el transporte público, la industria pesada, entre otras actividades.
Pese a que en 1974 La Argentina tiene su primera mujer presidenta, María Estela Martínez de Perón, cuando en su carácter de vice asume el cargo por fallecimiento del titular, general Juan domingo Perón, hay que reconocer que éste logro fue en mayor medida producto de una situación política, más que por un avance natural de la conciencia social en materia de género.
Los triunfos electorales de Cristina Fernández de Kirchner en los años 2007 y 2011, demostraron que la “anomalía” de contar con una presidenta por mérito propio, ya era un prejuicio del pasado.
Son muchas las mujeres que hacen carrera en empresas y en la política, pero en general llegan a un punto en que parecen chocar con un techo invisible: es el temido “techo de cristal”, glass ceiling barriers, en inglés original. Una barrera intangible, que les impide seguir creciendo y asumiendo responsabilidades. No hay leyes ni reglamentos que establezcan esos límites, pero “algo” se le interpone a la mujer en su avance al cargo apetecido.
Se atribuye la frase a la investigadora Marilyn Loden, idea fundamentada en su libro titulado Breacking the Glass Ceiling, editado en 1987. La obra se convirtió en un best seller de amplio consumo en los círculos de formación empresarial en EE.UU. La barrera que se percibe pero no se ve, comenzó a estar expuesta. No obstante, aún en países considerados como “adelantados” en materia de ampliación de derechos como Alemania, en el año 2010 sólo el dos por ciento de las mujeres ocupaban cargos ejecutivos en empresas privadas y en otros ámbitos de decisión. En nuestro país, un estudio del año 2018 demostraba que en el Poder Judicial, si bien el personal femenino constituía el 62 por ciento, en los cargos jerárquicos solo había un 27 por ciento de mujeres.
En distintas proporciones y actividades, la desigualdad se repite todavía en el año 2020 en todos los espacios del quehacer nacional. Pese a los importantes avances en materia de participación registrados en la Argentina, como el cupo femenino en listas para cargos legislativos y otros derechos históricamente rezagados, el problema sigue existiendo. Las leyes que se fueron sancionando en las últimas décadas para llegar a una equiparación real de derechos, tuvieron impacto en el terreno social, político, educativo, pero en general no pudieron perforar el techo de cristal cuando de ascensos se trata, ya que por lo dicho éste suele ser invisible. Los argumentos más comunes que esgrimen quienes se atreven a justificar este estado de cosas, suele ser que cuando las mujeres “se embarazan”, la atención del preparto y luego del bebé, la obligan a distraer tiempo y energías para atender su maternidad. Si tal prejuicio se plantea como un obstáculo hasta para acceder a un empleo subalterno, es mucho más fuerte cuando se debe considerar a una mujer para un cargo jerárquico. Las explicaciones más rebuscadas rayanas en el psicologismo, invierten el origen del problema sosteniendo que las mujeres en empleos ejecutivos, suelen padecer limitaciones originadas en su condición de género. Algunos de esos rasgos serían falta de confianza en sí mismas, culpa por “no atender” debidamente a su familia y otras falacias. Ninguno de éstos y otros argumentos resiste el menor análisis, pero gozan de buena aceptación en un mundo laboral anclado en el antiguo patriarcado; y generaciones de hombres educados en una construcción cultural machista y negadora de la igualdad de posibilidades, se encarga de mantener viva esa tradición. De todos modos, en la Argentina de 2020 los avances de la igualdad de género son verificables.
Un ejemplo es el caso de la teniente Sofía Vier de la Fuerza Aérea Argentina, primera mujer recibida como piloto de combate. El ministro de Defensa Agustín Rossi exaltó el hecho, entregándole a la flamante profesional un reconocimiento el 18 de noviembre de 2020, ante la formación de toda la unidad militar. Décadas atrás, esa situación era inimaginable hasta para las mentalidades más modernas. Otras niñas siguen el ejemplo en las distintas fuerzas armadas y de seguridad; en éstas últimas, hace años que la mujer está incorporada.
Que la malla invisible está muy arraigada en el subconsciente nacional, lo prueban algunas imprecaciones todavía hoy dirigidas a las mujeres que conducen vehículos: “Andá a lavar los platos”, es el clásico grito de guerra de muchos conductores.
Pero que no es un fenómeno argentino exclusivamente, lo prueban algunos datos suministrados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Hace pocos años, ese organismo informó que sólo el 13% de los legisladores (en el mundo) eran mujeres; que apenas entre el 1% y el 3% de los responsables máximos en grandes empresas es femenino y así podemos continuar enumerando una serie de desigualdades que confirman la inexistencia de la tan pregonada igualdad entre los sexos.
No son pocas las conquistas logradas por las mujeres en las últimas décadas, pero es mucho más lo que falta. Es muy difícil combatir lo que no se ve pero está, firme como un muro invisible e intangible.
“Ann M Morrison conceptualizo la ida de “techo de cristal” en 1987, en su libro Breacking the Glass Ceiling, que se convirtió en un best seller en el mundo del management en Estados Unidos. La expresión se refiere a la barrera transparente o discriminación sutil contra las mujeres que les impide llegar a los puestos jerárquicos más altos en organizaciones o empresas.- La frase había sido utilizada en un artículo de Wall Street Journal en 1986. En los 90 fue empleada por diferentes autores y su acepción se fue complejizando.- En el caso de Arrostito y Montoneros, antes que de “techo de cristal” tal vez habría que hablar de blindex”
La Montorena – Gabriela Saidon – Sudamericana – 2005