Como suele pasar con los vocablos de antiguo origen y de uso muy extendido, es difícil precisar una región exacta o una fecha determinada para certificar su nacimiento. También esta circunstancia incluye a la palabra gaucho. Sobre la existencia concreta del gaucho, aparecen documentos, fragmentos de escritura o párrafos perdidos en algún texto. Como la carta enviada por Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) al rey en 1617: “He encontrado mucha gente perdida que tiene su sustento en el campo, dedicados a las vaquerías, tendiendo a ser chácaras.” En una fecha tan temprana y cuando habitualmente imaginamos los reinos españoles de América como océanos de llanura con algunos caseríos perdidos en la inmensidad, ya hay referencias sobre población rural en territorios presuntamente vacíos o habitados por aborígenes no sometidos.
Los primeros documentos que mencionan al hombre de campo sin ocupación fija lo llaman “vago” o “vagabundo”; y datan del mismo siglo XVII. Luego, el mismo individuo es denominado “changador” y más tarde gauderio; finalmente se generaliza la palabra gaucho. Probablemente originada en la Banda Oriental, lugar de encuentro de portugueses y españoles por cruzarse allí la frontera de ambas posesiones; el vocablo gauderio aparece escrito en 1746 y los primeros registros de “gaucho” datan de 1770 aproximadamente. A mediados del siglo XVIII, la Banda Oriental era tierra de activo contrabando de cueros y manufacturas; no resultando extraño que muchos gauderios o gauchos sobrevivieron merced a esa ocupación, cimentando la fama de vago y mal entretenido que un siglo más tarde les adjudicaría una buena parte del poder político argentino.
Vale destacar que en portugués, “gauderio” significa ya en el siglo XVIII, vago, haragán y otros epítetos similares. Otros investigadores sostienen que “gaucho” es derivada de guacho, voz quichua que significa huérfano; el mismo sentido que tiene en el siglo XXI en buena parte de Sudamérica.
Ese sentido peyorativo tuvo el vocablo gaucho hasta la Guerra de Independencia, la que a partir de 1810, le dio un tinte patriótico, ya que gauchos eran la masa de combatientes que enfrentaba a los realistas. Como pasó en otras etapas de la historia argentina, el calificativo vergonzante fue recogido por los imputados y exhibido con orgullo como una condición distintiva.
Si bien en la lucha contra los invasores ingleses en 1806 y 1807, los regimientos milicianos se nutrieron de muchos criollos y los reclutas eran predominantemente urbanos.
Pero con la formación de los ejércitos nacionales cambia el perfil humano de esa fuerza, ya que las provincias aportan contingentes que integrarán el Ejército del Norte, la expedición al Paraguay y el Ejército de los Andes. Algunos de los rasgos militares que caracterizarán al gaucho en los largos años de conflicto que vendrán, aparecen tempranamente: independencia de criterio, coraje, decisión en la lucha. No es casualidad que el jefe gaucho por excelencia, Don Martín Miguel de Güemes combate victorioso en la primera batalla por la independencia: Suipacha, en noviembre de 1810. Luego, organiza a sus gauchos llamados “los infernales” en partidas guerrilleras que hostigan constantemente al ejército español sin permitirle afincarse. Un documento de la época define a Güemes como alguien “….muy querido en Salta. No conoce la táctica militar, pero es un buen guerrillero a la cabeza de sus gauchos”. (1)
En razón de no ser soldados profesionales, los gauchos de Güemes no atacan en formación como las tropas regulares, sino que lo hacen “amontonados” según los españoles; por tal motivo comienza a llamarlos “montoneros”.
“…tienen habilidades de baqueanos para conducirse en el paraje que se les pida, haciéndolo por terrenos horizontales, sin caminos, sin árboles, sin señal alguna ni aguja marítima, aunque disten cincuenta o más leguas.”Comenta asombrado Félix de Azara a fines del siglo XVIII refiriéndose a los gauchos. Estas habilidades sumadas al convencimiento en la causa que defendían, permite a estos hombres moverse en el territorio con la soltura del pez en el agua.
El gaucho en medio del fervor patriótico, parece socialmente rehabilitado.
El General San Martín llama compañeros a sus gauchos de uniforme y paisanos a los indios; regiones enteras en el Norte quedan bajo su guarda y en la Banda Oriental José Gervasio Artigas lidera ejércitos gauchos cuya influencia se hace sentir en todo el litoral argentino.
El gaucho de la Guerra de Independencia vuelca sus habilidades civiles a la causa patriota. Baqueanos, rastreadores, arrieros, domadores, se suman a las filas, abandonando familia y los escasos bienes que solían atesorar. La indumentaria es la misma durante muchos años variando según la zona. Sombrero de ala corta en la llanura y ancha en el monte; pañuelo al cuello; camisa clara; chaleco; calzón blanco largo y en la entrepierna cubierta por un chiripá, que solía ser un lienzo blanco arrollado como pañal y el infaltable poncho que tanto servía de abrigo como de escudo, arrollado en el brazo cuando se batía con cuchillo.
Completaba su bagaje el facón, las boleadoras y el lazo. El calzado más común era la bota de potro cerrada o descubierta en la puntera.
El otro elemento que hace a la esencia del gaucho, es el caballo. Domingo Faustino Sarmiento, refiriéndose a esta relación simbiótica entre el hombre y su animal, dice: “como el árabe no bebe sin la música y los versos no lo excitan…como él no podría combatir de a pié… no hace sino una sola persona con su caballo… vive a caballo, trata, compra y vende a caballo… bebe, come y duerme sobre él.” (2) Soslayando alguna exageración del imaginativo sanjuanino, es indudable la importancia del caballo en la conformación del gaucho como sujeto histórico.
Los duros años de batallar contra el español, el ejercicio de las armas y el surgimiento de caudillos políticos y militares que supieron interpretar las demandas de sus subordinados, dieron al gaucho conciencia de su fuerza cuando actúa colectivamente. Así, las montoneras que antes se habían batido contra los godos, se embanderan políticamente detrás de Artigas,
Pancho Ramírez, Estanislao López, Juan Bautista Bustos. Estos jefes, a pesar de contradicciones menores entre ellos, están unidos en la exigencia de conformar un país que contenga a todos y no que contemple solamente los intereses bonaerenses; ésta será la clave de los trágicos años por venir marcados por el enfrentamiento entre unitarios y federales primero y entre el puerto de Buenos Aires y el Interior después.
Símbolo de la irrupción de estos nuevos actores en la escena nacional, es la mañana de junio de 1820 en que Buenos Aires amaneció ocupada por miles de gauchos que según las crónicas de la época, “ataron los caballos en la reja de la Pirámide de Mayo” ante el escándalo de los vecinos de la actual Plaza de Mayo. Satisfecha su demanda los montoneros se retiraron pacíficamente a sus provincias.
Los sucesos posteriores tuvieron gauchos como protagonistas, ya que la guerra fue durante mucho tiempo parte de la vida cotidiana. Así pasaron las luchas civiles en el Uruguay y la Guerra contra Brasil, consecuencia de las primeras. Esa dura existencia, tenía un aliciente en el canto, ya que muchos combatientes eran guitarreros y cantores; así florecieron los cielitos patrióticos, los estilos y ese personaje que era soldado, payador y ante todo gaucho:
Los que a la luz del sol daban la vida
Y a la luz de la luna serenatas;
Los que por diversión hacían la guerra
Los que por devoción hacían la Patria;
Los de lanza y guitarra.
Así define el cantor surero Alberto Merlo en su poema Los de Lanza y Guitarra, a aquellos gauchos soldados y cantores. Los acontecimientos políticos derivan en un golpe militar impulsado por el vencedor de Ituzaingó frente a los brasileños, el general Juan Lavalle. Este fusiló al gobernador bonaerense Manuel Dorrego, líder del partido federal y enciende la guerra civil. En 1829 otro federal, Juan Manuel de Rosas es elegido para la primera magistratura de Buenos Aires. Apoyado por un sector de la alta sociedad porteña y por “el pueblo bajo” según sus opositores, Rosas se propone ante todo restaurar el orden. Una visión del aire triunfante que mostraban los sectores populares la da un testimonio de 1830:
“Habiendo triunfado el campo sobre el partido de la ciudad, ésta se ha visto inundada en un instante de gauchos, indios y milicianos de los suburbios que la recorren en todas direcciones con la lanza, sable o carabina en mano, lanzando alaridos de salvajes que hielan de espanto al extranjero recién llegado.” (3)
Mientras estas cosas sucedían en el escenario político nacional ¿de qué vivían los gauchos?.
La actividad económica excluyente en la llanura era la explotación ganadera, con mayor o menor peso de vacunos u ovinos según la región y la época. Prácticamente desaparecida las vaquerías (cacería de ganado salvaje), el negocio se centra en las estancias de Buenos Aires y las principales provincias, donde prevalece el latifundio. Los saladeros, curtiembres e industrias de productos derivados completan el círculo.
Este se ata las espuelas
Se sale el otro cantando
Uno busca un pellón blando
Éste es un lazo, otro un rebenque
Y los pingos relinchando
Los llaman desde el palenque.
Y mientras domaban unos
Otros al campo salían
Y la hacienda recogían
Las manadas repuntaban
Y así sin sentir pasaban
Entretenidos el día.
Así describe Martín Fierro un día cualquiera de faena en la estancia. El sentido común indica que en un medio que demandaba mano de obra constante, en particular en época de yerra, con hombres que conocían varios oficios (domador, arriero, pialador, capador, marcador, el que atendía en los partos vacunos, al artesano conocido como trenzador o sobador…) si ese hombre además tenía familia, es difícil imaginarlo como “vago y mal entretenido”, solamente por investir la condición de gaucho. El estigma tiene otras causas, como se verá más adelante.
Todo el período rosista está marcado por la confrontación entre dos modelos de país que excede largamente la diferencia entre un estado central o federal. Se enfrentan culturas, valoraciones en muchos aspectos antagónicas. La síntesis de esa lucha de opuestos la da
Domingo Faustino Sarmiento al plantear la opción (excluyente) de “civilización o barbarie”. Para Sarmiento el progreso debía alcanzarse trasplantando aceleradamente los logros de la civilización europea, sin reparar en medios; su devoción por los símbolos de esa civilización (silla inglesa, frac) lo llevaba a subestimar los recursos autóctonos. A la inversa de los griegos, para estos intelectuales el “bárbaro” era el compatriota y civilizado” el extranjero.
Juan Bautista Alberdi, alguien insospechado de oponerse al progreso, sostenía al respecto: “El caballo es otro instrumento y símbolo natural de la civilización argentina al mismo tiempo que lo es el río, el canal, el ferrocarril. El caballo es más que un camino que anda; es una locomotora de sangre, que no necesita rieles para cruzar el espacio, ni de maquinistas para hacerse. Nuestras campañas producen naturalmente esa máquina de civilización, como producen el pasto que la alimenta. Forman su modo de ser progresista.
En ese sentido, el caballo representa la civilización del Plata, mejor que ciertos maestros de escuela de primeras letras que entienden servir a las letras persiguiendo a los letrados.”(4)
Pero la primera etapa de ese enfrentamiento se cierra con la caída de Rosas en 1852. El viejo federalismo se refugia en las provincias y es enarbolado por algunos caudillos que se oponen al centralismo porteño. El paradigma del caudillo gaucho, Juan Facundo Quiroga había sido asesinado muchos años atrás. El Chacho Peñaloza, Felipe Varela y Ricardo
López Jordán ocupan la escena levantando montoneras que reclaman a Buenos Aires el respeto por las autonomías provinciales y la plena vigencia de la Constitución Nacional.
Los mismos gauchos que se negaron a participar en la Guerra del Paraguay, se sumaban en masas a las caballerías remontadas por los mencionados caudillos. Debido a que el sistema electoral estaba viciado de fraude, “el caudillo era el sindicato del gaucho”, afirmaba el investigador Arturo Jauretche. La presencia del gaucho no sólo tuvo importancia histórica, sino que en la literatura, encontramos una temprana presencia en el género denominado gauchesco. Los escritores “gauchescos” eran artistas que abordaban la temática y el lenguaje gaucho, sin serlo ellos mismos necesariamente. El padre de los cielitos patrióticos, Bartolomé Hidalgo, es uno de los primeros ejemplos. Pero la fascinación que la pampa ejerce sobre el hombre de la ciudad, alcanza a autores como Esteban Echeverría quien, a pesar del fuerte barniz romántico de su obra La Cautiva, no deja de expresar a su modo, la necesidad de una temática autóctona . También Bartolomé Mitre en su poema Santos Vega rinde homenaje al payador más célebre y le siguen Estanislao del Campo, Hilario Ascasubi y la obra máxima del género: Martín Fierro.
El personaje es un hombre común que la arbitrariedad del poder lo arroja a una vida marginal, en la que no son ajenos el delito y la dura convivencia con los indios. La obra está ambientada en un tiempo impreciso, pero por unos pocos datos se infiere que trata de los años que siguen a 1860. El tiempo del poema coincide con el tiempo histórico, ya que son los años en que la dupla Mitre- Sarmiento gobierna Argentina. Son los años de las expediciones punitivas al Interior y de la ejecución de la “Guerra de policía” que predicaba Sarmiento para someter al gauchaje sublevado.
“Si uno aguanta es gaucho bruto
si no aguanta es gaucho malo;
dele cepo, dele palo
que eso es lo que él necesita
del ser gaucho en esta tierra
esa es la suerte maldita.”
Se queja Fierro en unos de los pasajes. Son tiempos de servicio militar como castigo, de “papeleta de conchabo” firmada por el patrón para circular de un partido a otro; es que el modelo triunfante no necesitaba gauchos trashumantes sino mano de obra disciplinada. El campo se puebla de alambrados, los rieles cruzan lo que fuera el imperio pampa y hasta en los fortines, los gringos “enganchados” (contratados) parecen desplazar al criollo. Martín Fierro no es un poema romántico ni una queja: es una radiografía de la realidad. Eso explica el éxito editorial extraordinario y también por qué los payadores lo hicieron suyo de inmediato.
No es casual que el “gaucho malo” o matrero se convirtiera en un personaje popular; desde la caída en desgracia de Martín Fierro hasta las aventuras agigantadas por el mito, de Juan Moreira, Hormiga negra y más adelante, de Mate Cosido y Bairoletto.
El teatro de la mano de los hermanos Podestá, lleva el género gauchesco al picadero del circo criollo y el Moreira de Eduardo Gutiérrez adaptado al teatro recorre el país y el Uruguay; otro tanto pasa con Santos Vega y otras figuras populares. Con las últimas montoneras conducidas en Entre Ríos por López Jordán y en Uruguay por Aparicio Saravia, se eclipsa la “política de la lanza”.
La práctica de la agricultura extensiva a partir del último tercio del siglo XIX, fija al gaucho a un espacio determinado y la creciente inmigración hacinada en las ciudades junto a un desarrollo industrial desparejo pero firme, desplazan el centro de gravedad de la política y las tensiones sociales a la ciudad.
José Hernández al publicar La Vuelta de Martín Fierro en 1879, tiene plena conciencia de los cambios que se operan en la sociedad argentina; por eso los consejos a los hijos contradicen su propia práctica. Es un gaucho menos combativo pero más sabio el que se expresa en las páginas de La Vuelta de Martín Fierro. Además, las reivindicaciones de los peones de la estancia ya no las representan antiguos caudillos provinciales, sino que las hacen suyas nuevos dirigentes, muchos de ellos extranjeros, como sucedió con los levantamientos obreros en la Patagonia de 1921. Las consignas anarquistas reemplazan a la lanza tacuara. En el terreno literario, la aparición de la novela Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes en 1926, cierra con sus particularidades que la hacen en parte sustraerse a la gauchesca tradicional, un ciclo abierto con el cancionero anónimo de las invasiones inglesas. Don Segundo Sombra es el gaucho del siglo XX; no es matrero, no es montonero, por la simple razón de que aquel marco ya no existe. La estancia es el establecimiento moderno donde se percibe el cambio de las formas, pero el personaje reafirma su naturaleza en un consejo a su ahijado: “Si sos un gaucho de veras, no has de mudar, porque ande quieras que vayas, irás con tu alma por delante como madrina e’ tropilla.” Ser gaucho es una condición por encima de las clases, sugiere el autor, que era hombre adinerado y cultor de las cosas nuestras.
Los años que siguieron y los vertiginosos cambios que vivió el país a los que el campo no fue ajeno, no afectaron algunas costumbres seculares: la cortesía, la hospitalidad, el apego a la indumentaria; la permanencia de las destrezas gauchas y la valoración de éstas.
Lo formal sobrevive en los atavíos que los integrantes de los centros tradicionalistas exhiben en sus desfiles; poncho, generalmente de vicuña; chaleco y camisa o blusa corta, llamada “corralera”; bombacha ancha; (el chiripá cayó en desuso y sólo lo utiliza el que se viste de época) faja corta y ajustada; la rastra, que es un adorno que se aplica sobre el tirador o la faja y que suele estar recubierta de plata labrada o adornos similares. Completan la indumentaria del gaucho tradicionalista la daga o el facón, armas blancas que se diferencian entre sí por detalles; las espuelas, instrumentos que enganchados en los talones del jinete le sirven para animar al caballo y el lazo y el rebenque, elementos ancestrales que afirman su condición de jinete.
El gaucho fue un componente decisivo en la construcción del ser nacional; no sólo por su permanente protagonismo en las luchas emancipadoras y en las guerras civiles que moldearon nuestra identidad política y cultural, sino también por el sostenimiento de determinados valores que en su momento (tal vez en forma distorsionada) emigraron al guapo de la orilla porteña; tal el caso del culto al coraje, el rechazo a la delación o un sentido primitivo de justicia que proviene de los hidalgos españoles y que tan bien retrata
Don Quijote De La Mancha. Ese pasado gaucho aflora a veces en forma imperceptible por una multitud de canales que va desde algún gesto airado hasta una cantidad de vocablos que pensamos de cuño urbano y que a esta altura, indudablemente ya lo son. Pero el pasado está. Como epílogo, bien vale la siguiente reflexión de Robert Cunninghame Graham, quien a pesar de ser inglés, no fue menos criollo en sus sentimientos:
“Me separo de los gauchos con el dolor natural de quien, por haber pasado entre ellos su juventud, aprendido a tirar el lazo y las boleadoras, a montar de un salto, a resistir los rigores del calor y del frío en aquellas llanuras solitarias, tiende los cansados ojos sobre el turbio espejo de los tiempos que ya fueron.”
por Ángel Pizzorno
(1) Güemes en el banquillo. Perdiguero César, Todo es Historia Nº 12. Bs. As. 1968.
(2) Viajes por Europa, África y América Latina. Sarmiento D.F.
(3) Buenos Aires, IV Cumple siglos; suplemento Todo es Historia, 1980.
(4) Alberdi Juan B. Obras Póstumas. Citado por Chávez Fermín en Civilización y Barbarie en la Historia de la cultura Argentina. Ed. Los Coihues. Bs. As. 1988.