“…Aquella mañana, Sabato dijo que se había comunicado con el editor Miguel Schapire para que publicase mi libro en su editorial. No le había pedido nada. Y en aquel momento, experimenté un raro sentimiento que el propio Sabato había definido de manera genial en uno de sus libros: ‘Y entonces fui casi feliz. Pero intensamente’. Y quise abrazarlo. Pero no fue posible. Creo que la única persona del mundo que en ese tiempo podía tocarlo era Matilde. (¿Por qué, Ernesto? ¿Por qué al menos no abrazó usted a su hijo Jorge, aquel hombre sensible y culto fallecido en 1995? Supe que después lo lamentó y que, como una forma de tenerlo a su lado, empezó a escuchar con desesperación la misma música que Jorge escuchaba). El libro estuvo listo a principios de 1978. La dictadura militar estaba en su apogeo y organizaba el Mundial de Fútbol. El crimen se había vuelto más terrible y abierto. Pero otra vida empezaba a latir tenuemente en las catacumbas. Y fue así como, de pronto, me encontré rodeado de personas como Fernanda Mistral y Duilio Marzio, Daniel Toro y la pintora Aída Carballo, que se sumaban para resistir el terror a través de la solidaridad y del arte. Pero, de manera inusitada, Sabato tuvo una respuesta sorprendente al negarse a presentar el libro y, acto seguido, se encerró en un mutismo imprevisto y casi hostil. Llamé preocupado a Matilde para preguntarle si había hecho algo mal: ‘No te preocupes -dijo-. Ernesto te tiene cariño y aunque él diga que no, es probable que vaya a verte en la presentación’. Finalmente, aquella noche, Sabato llegó solo, sin aviso. Y ante el silencio que provocó su entrada, dijo simplemente: -Vengo a presentar su libro. Habló durante quince minutos, fue muy aplaudido, y no le hicieron preguntas. Después se acercó, me acarició la cabeza y dijo terminante: -Y ahora, no quiero verlo nunca más. No me llame… -¿Hice algo malo, Ernesto? -No. Pero no quiero amigos nuevos. No quiero más afectos de los que ya tengo.”
Por Luis Frontera sobre Ernesto Sábato – La Nación – 07-03-11
Ernesto Sábato y José Saramago: La Admiración y La Amistad
Lo que iniciara como una profunda admiración por parte del Nobel portugués hacia el escritor argentino derivó con el paso del tiempo en una bella amistad. Saramago en múltiples ocasiones rememoró sus lecturas y su formación inicial, derivadas en gran medida de la narrativa de Sábato. Le admiró su lucidez, su sentido trágico que obligaba a adentrarse en las zonas oscuras del hombre, la riqueza de su obra que hacía convivir elementos del psicoanálisis, el surrealismo y el existencialismo.
Años después se conocieron. La ceguera iluminó su encuentro y hablaron de ciegos, tanto ficticios como reales, Saramago le regaló su Ensayo…, se tomaron un café en silencio y recibieron la noche como quien siente predilección por la oscuridad y a diario viste de negro. Saramago manifestó que en esa primera visita sucedió que ambos al momento de encontrarse comprendieron que habían estado buscándose.
Hace unos meses, cuando este mundo aún podía presumir de que lo habitaran estos dos escritores, Saramago proclamó que al siglo XX bien se le podrá llamar en un futuro el siglo de Sábato.
Publicado – 16 mayo, 2011 – Autor: Arturo G. Canseco
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