Mate: Leng. gen. Calabaza donde se prepara y se sirve la infusión de yerba. // Infusión (particularmente la de yerba) preparada y servida en el mate. // Cabeza. Del quechua máte: calabaza vacía y seca empleada como vasija. Matear: tomar mate. Mateada: acción de matear. Matero: dado a tomar mate.
De golpe todo cambió, y el sabor del mate, aunque con azúcar, se volvió amargo. Amargo como la soledad no buscada o como el día en que descubrimos que venimos para irnos o como cuando nos hiere la vida con sus zarpazos.
En tiempos de pandemia cambió la costumbre de tomar mate acompañados, costumbre que nos identifica. El mate huyó de otras bocas, de otras manos, de otros enigmas que no sean los propios. La bombilla perdió su destino de ser movida al antojo de los participantes de la mateada, e incluso la temperatura del agua dejó de ser inicio de cualquier charla entre amigos. Ya nadie habla de la belleza del mate calabaza (el tipo de mate más antiguo) que compramos en el negocio de a la vuelta de la casa ni de los pasos que hay que hacer para curarlo. De la único que se habla es de cómo curarnos del espanto de esta pandemia para poder volver a nuestros queridos hábitos de comunicarnos.
Un mate amargo, dulce o con edulcorante, con sabor a limón, naranja o menta, nos hermana, nos abarca y nos contiene, sin más razón que por el hecho de compartirlo. Así lo manda la costumbre rioplatense de ser fraternos, mate en mano: en las buenas, en las malas, en las alegrías, en las tristezas, en el trabajo, en el arte, en los pasatiempos, en los viajes y en los enésimos etcéteras.
Tomar mate forma parte de nuestro acervo cultural. Una costumbre antigua y genuina que se repite de pueblo en pueblo, de casa en casa, de ser en ser, y como si todo esto fuese poco, el mate ha sido, es y será motivo para las expresiones artísticas. Sin ir más lejos, José Larralde lo plasma en la letra de la milonga Mi viejo mate galleta y nos dice “Y aí´nomás se hacía la farra,/vos y yo en un mano a mano,/mate y guitarra en el claro,/mate y guitarra en la sombra/…, hasta Celeste Carballo en su canción Es la vida que me alcanza al contarnos su rutina con los versos «Cuando me levanto temprano a la mañana /me cebo unos mates y riego las plantas» o en la canción de Los Piojos que dice “Y fijate, siempre vos fíjate /el agua hirviendo va a arruinarte el mate”. Arte y mate en un mismo latido, mate y costumbre que se mueve hacia donde vayamos.
Como decía mi abuela “no hay mal que dure cien años”, y ya se irá este mal de matear en soledad para volver a tomar mate en rueda. Volveremos a debatir viejos y nuevos temas, mate en mano, y sobre todo, volveremos a disfrutar de compartir un instante que nos hermana.
Son pocas las infusiones que invitan a compartir la humedad de la boca, como si en la costumbre de hacerlo habitase la palabra no dicha que, poco a poco, se escapa a medida que se calienta la lengua al compás del mate. Las confesiones tibias, a media voz, altisonantes, dulces o amargas que nacen con el hábito de tomarnos juntos unos ricos mates, volverán, como vuelve la brisa benévola después de hacerle un jaque mate al ciclón pandémico que pasará como históricamente han pasado otras pandemias a lo largo de la humanidad. Así lo dice la historia, así lo cantará el mate.
Por Ana María Caliyuri
Mi Viejo Mate Galleta
Mi viejo mate galleta,
qué pena me dio perderte,
qué mano tronchó tu suerte,
tal vez la mano del tiempo.
Si hasta creí que eras eterno,
nunca imaginé tu muerte.
En tu pancita verdosa
cuántos paisajes miré,
cuántos versos hilvané
mientras gozaba tu amargo.
Cuántas veces te hice largo
y vos sabías por qué.
Cuando la yerba escasiaba
por falta de patacones,
nunca pediste razones,
pero me diste consejos:
chupá pero hacete viejo
sin llegar a los talones.
Y en esos negros inviernos
cuando la escarcha blanqueaba,
tu cuerpito calentaba
mis manos con su calor,
pa´que el amigo cantor
se prendiera a la guitarra.
Y aí´nomás se hacía la farra,
vos y yo en un mano a mano,
mate y guitarra en el claro,
mate y guitarra en la sombra,
en leguas a la redonda
no hubo jagüel orejano.
¡Ah! Compañero y hermano,
qué destino más sotreta,
nunca le dí a la limeta,
en vos encontré la calma,
en este adiós pongo el alma,
mi viejo mate galleta.
Milonga – José Larralde –
Álbum ‘Canta José Larralde’ – 1967
Mateada
Ya estamos pegados al vuelo calentito del mate que se posa de mano en mano. En esta tendida de años o frente a esta otra en que recién se le entra a hablar suavecito, y como desde lejos, a la niña que lo espuma.
Si habrá encanto alrededor de cada cebada de mate. Arrimale el fósforo al fogón, ver de qué manera entra a moverse el humo, luego la primera llama, limpiar prolijamente mate y bombilla, y aguardar el aviso de la pava que está queriendo volcar sus rezongos.
Aurora, mediodía o tardecita. Alta noche de charla y aparcerías. En este darse mano a mano. Hablando de todo. De las lluvias, de las cosechas, de los pantanos, de los sucedidos, del amor, de la peste que está queriendo voltear ovejas, de la mar en coche. Espíritus y fantasmas. El mate lo sabe. El toma a punto cada inquietud o cada sacudón que hace cimbrar de punta a punta no sólo la casa sino que también el mismo cielo que la está mirando.
Es nuestra la mateada. Hasta los gringos la reverencian, entrando afanados en la rueda. Y sobre las sendas se ve el fueguito que empenacha el aire, y también el pico soplador, por ahí, de la pava que chilla saltando sobre las brasas.
Troperos y carreros saben del mate a campo abierto. Junto a eso que es para ellos como la macha necesidad de respirar. Leguas metidas dentro los ojos y allá un alto. La mateada sabrá de orden nueva o de parecer. De planes o de lamentos. Pero estará acogiendo en sus manos todita la claridad del aire, si ello se da dentro del día, o de las estrellas si ya se tiró a dormir el sol.
Excursionistas que miran pájaros y cielo y paisaje y aire cual queriendo meterlo al mundo en la sangre.
Cantito hondo éste del mate junto a la mano. Yerba y agua. Azúcar algunos. Yerba y agua. Espuma de amistad frente a esto que se lo ofrece buscando que quien lo reciba se sienta como en lo propio.
Los argentinos sabemos de estas trenzadas. Un rito que se lo cumple con todo lo ancho de la cordialidad. Tambo, rancho, puesto, chacra, casa quinta. Donde gusten. No hay techo, ni en la ciudad ni en el campo, que no conozca una mateada. No puede haberlo si se le tomó gusto a la tierra alguna vez.
Esta selva metida en el puño regala plumaje y garganta de todas las aves, su rumor de bosque y la fragancia del sol calentando hojas.
Tierra y cielo en esta adoración criolla. Que hay gente que adora el mate como es capaz de sentir una amistad.
La mateada es nuestra. Americana y argentina. A veces nos cuentan que allá lejos se llenan los ojos con noches al no ver el suelo. Y esa es pena varona que se la siente honda. Pero si por ahí aparece el mate, y con yerba a tiro, entra una desesperación de chico para prendérsele a este pedazo de suelo y sentirlo limpiándole a uno toda el alma.
La mujer lo adereza. La mano lo alija. La sed lo levanta. El cansancio vuela hecho pedazos tras la mateada.
Mate, tabaco y una amistad, y ya nos podrán poner por delante todas las horas que gusten. Curtido se hace el tiempo cada vez que uno se le prende a esta fiesta que embellece hasta la gloria de nombrarla.
Juan Cornaglia – Brochazos de Nuestra Tierra – Pocket – 1952