Pintadas, graffitis, murales. Una lectura superficial de estas expresiones nos da por lo menos una certeza : el denominador común es enchastrar paredes ajenas. Cosa parcialmente cierta porque en un altísimo porcentaje se hacen sin el consentimiento de los dueños de los sufridos muros.
Si bien las primeras manifestaciones pictóricas son anteriores al surgimiento de la propiedad privada ( muchos señalan las pinturas rupestres de Altamira, España, con una antigüedad de 20.000 años, como un antecedente del graffiti), no caben dudas que en la sociedad moderna estas expresiones urbanas fueron tomando con el curso del tiempo, un cariz contestatario.
Tal vez la complejidad creciente de los medios de comunicación y lo elevado de sus costos o la represión cultural y política, o la combinación de estos y otros factores y sobre todo el carácter masivo del receptor, hicieron de la pintada callejera un arma temible; con mayor incidencia en las sociedades amordazadas. Sin retroceder demasiado en el tiempo, basta recordar la proliferación de consignas antisemitas que sistemáticamente cubrían las paredes alemanas en los años 30, con el Nazismo en pleno ascenso.
O la cruz de Lorena, símbolo de la Resistencia francesa que pintada con cal y tiza se multiplicaba silenciosamente en las noches de la Francia ocupada por los alemanes. Ya en nuestras tierras y depuesto el Peronismo en l955, una sugestiva P dentro de una V se apropió de los muros, las columnas de luz, los postes de las paradas de colectivo y de cuanta superficie fuese apta para pintar o grabar. El material iba desde la brocha gorda con cal o alquitrán hasta el carbón, la tiza o el cortaplumas raspando la madera. El sencillo símbolo no requería explicaciones: mediante esas dos letras se expresaba la mayoría peronista proscripta.
Todos sabían de qué se trataba y a pesar de las durísimas penas que la ley contemplaba aplicar a los misteriosos letristas, el dibujo se propagaba sin inconvenientes. Desde el más humilde villorrio hasta las grandes urbes, desde el tapial de barrio hasta los grandes muros fabriqueros, las dos letritas mágicas no cesaban de proclamar su mensaje. Lo que entendemos por pintada estuvo y está ligado mayoritariamente a la propaganda política.
Pero también en las zonas de influencia de algunos clubes de fútbol, todavía se usa esta forma de expresión para exaltar al equipo o cuando hay elecciones de autoridades. Hasta no hace muchos años, era tradición en el barrio de La Boca cuando el club salía campeón, pintar cuanta pared estaba disponible con el azul y amarillo de la camiseta del equipo de La Ribera.
Los altos veredones característicos de la barriada, eran los primeros en ser coloreados. Seguían después los galpones y tapias de casas bajas, columnas de luz, cordones de vereda y todo lo que ofreciera una superficie pintable. Los más creativos, al fondo azul y oro le agregaban una estrella de cinco puntas por campeonato ganado desde l928 y a veces, la lista completa de los jugadores que habían conquistado la última copa.
No había quejas frente a este estallido de colores: el orgullo del barrio estaba por encima del interés de cualquier frentista.
La pintada tiene también otra característica además de su masividad, es barata comparada a otros medios. Si descartamos al aerosol (monopolio del graffiti) y a los compresores de blanqueo y camionetas que usan las empresas de propaganda política, es posible hacer grandes pintadas con sólo cal , ferrite a modo de colorante y brocha. Por supuesto hay que contar con algunos voluntarios dispuestos a ensuciarse un poco.
El impacto visual que se logra pintando en lugares estratégicos (puentes, Avenidas, etc.) no lo puede superar ningún otro medio, salvo la televisión y las gigantografías, que por su costo están fuera del alcance de estos artesanos de la propaganda.
¿Pero qué diferencia una pintada de un graffiti o un mural? La pintada responde a una estrategia, a una planificación. Cuando es política, aunque se realicen en distintas zonas, suelen tener consignas unificadas. Por lo general emanadas de los comandos de campaña.
Ejemplo: Cámpora al gobierno, Perón al poder (FREJULI, l973); Ahora Alfonsín (UCR, l983); Arriba los de abajo (Izquierda Unida, l987).
Puede plasmarse en grandes superficies y verse desde muy lejos. Es una herramienta electoral también en los sindicatos y como decíamos, en los clubes y otros espacios comunitarios. En la pintada predomina el texto, la consigna escrita. Aunque hay trabajos combinados con murales.
Históricamente estuvieron vinculadas a campañas político- electorales y también a formas de resistencia. Cuanto mayor es la motivación, más desinteresado el compromiso; como lo prueban las campañas del “PV” en los años 50 y 60 y posteriormente el “Luche y Vuelve” que trajo a Perón.
Allí no hubo planificación operativa, sino que espontáneamente una multitud de grupos e individuos se dieron a la tarea. No había pintores pagos ni equipos alquilados, porque las condiciones de clandestinidad lo impedían aunque se quisiera hacerlo. Pero fundamentalmente, el pintor era un militante conciente de sus acciones y los riesgos que corría; no el empleado de algún dirigente.
En el presente las condiciones son muy distintas. A medida que se mercantilizó la política, se redujo la militancia que trabaja para un proyecto común y aumentaron los “profesionales”. Interrogado sobre estos temas, nos contestaba un “profesional” de las pintadas que integra un grupo de propaganda en el Conurbano Bonaerense: “¿Militancia?, no! Yo laburo, loco. Pinto lo que me dicen y a tanto por noche. No quiero “royo” con los políticos.” Pero también están los que acompañan un proyecto y no cobran.
Se los puede encontrar en todos los espacios políticos, aunque son cada vez menos. En la Izquierda predominan los jóvenes y las mujeres. El Partido Justicialista y la UCR parecen concentrar la militancia de mayor edad. Los nuevos espacios sociales como el Movimiento Piquetero, ponen el acento en la movilización y no en la pintada callejera. Los insumos para la pintada a veces los aporta la estructura, pero también son obtenidos por la militancia; vía donaciones o con lo recaudado en festivales, rifas y aportes directos de aquellos que trabajan.
No hay rivalidad seria entre militantes y pintores pagos. Tampoco entre las distintas agrupaciones. Las “Guerras de las paredes” de otras épocas, van quedando reducidas al esporádico robo de un muro blanqueado o a tapar una leyenda recién hecha por los rivales. Estos incidentes suelen ocurrir en los últimos días de campaña y bajo la presión del cierre, pero tienden a desaparecer. Al menos en su carácter espontáneo.
La pintada es también el pariente pobre del graffiti y el mural. Su carácter seriado, de mero instrumento propagandístico y de bajo valor creativo, la mantuvieron alejada de las sesudas reflexiones que muchos intelectuales y artistas le dispensaron al graffiti. A pesar de la larga trayectoria que éste exhibe, es indudable que el Mayo Francés (l968) le dio el espaldarazo mundial, resumido en aquella legendaria frase pintada en los muros de La Sorbona: la imaginación al poder. En el graffiti predomina la creación individual o de grupos reducidos. Se caracteriza por la síntesis y la agudeza, apreciándose en sus autores, un manejo del lenguaje que denota cierta formación intelectual.
En nuestro país, tuvo su auge a mediados de la década del 80. Los ríos de tinta que corrieron en los medios para analizar ésta actividad, sólo pueden compararse a los hectolitros de pintura que los “graffiteros” descargaron sobre las sufridas paredes porteñas y en otras ciudades y pueblos. Los graffiti encierran “una búsqueda de agrupamiento y pertenencia” y “tienen una acción revulsiva hacia la cultura oficial”. Aseguraba José Fischbein, de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, en el diario Clarín en su edición del 9 de febrero de l986. Nada más alejado de la humilde pintada; que salvo en los duros años de resistencia política, siempre se limitó a propagar mensajes “estándar” sin pretenciones creativas.
El furor del graffiti hoy es un recuerdo, en contraste con las rutinarias pintadas que todavía y en medio del mayor escepticismo político de nuestra historia, tratan de convencernos de que Juan “Puede” o que Pedro “es distinto”. También el deslumbramiento de los buenos murales empobrece las pintadas hasta la indiferencia. Contrastando con la fugacidad y el anonimato del graffiti, el mural sólo puede desarrollarse en la legalidad.
Además de contar con uno o varios artistas, se necesita una buena variedad de pinturas y elementos de trabajo que permitan que el mensaje sea también un producto artístico. El tamaño del muro y el emplazamiento estratégico, son datos claves para el éxito del mural. Contar con el permiso del propietario de la pared es condición excluyente, ya que la minuciosidad dela tarea exige tiempo y tranquilidad. En nuestras tierras, el mural como herramienta política suele ser utilizado por organizaciones de Izquierda.
Son recordables algunas piezas hechas en las campañas electorales de los años 80, por su calidad plástica y la fuerza del mensaje. La gigantesca pintura que hace poco fue realizada en la subida al Puente Pueyrredón del lado de Avellaneda y que rinde homenaje a los dos piqueteros muertos el año pasado en esa ciudad, se inscribe en esa tradición político- artística. En materia de penetración de los mensajes en la conciencia de los electores, sería ridículo culpar a las pintadas de las decisiones que en su fuero íntimo, va a tomar cada uno frente a la urna. Sobre todo en una época absolutamente mediática, donde cotidianamente asistimos a gigantescas operaciones de prensa y a un protagonismo abusivo de muchos candidatos a cualquier cosa, que parecen vivir en los estudios televisivos o en las redacciones de los diarios.
Frente a esta tiranía de la imagen personal, es poco lo que pueden hacer la cal y la brocha. Pero como nos dijo un “puntero” político barrial, la pintada “mantiene la presencia”. Es una actitud. La implementación de un mensaje único pero con destinatarios múltiples que a su vez lo interpretarán de manera distinta de acuerdo a los códigos que manejan y sobre todo a las necesidades propias.
El gran público ve la leyenda en la pared como parte del paisaje electoral y seguramente la repetición de nombres y consignas, ayudan a que el receptor sea más proclive a la propuesta. Pero también están los interesados directos en la campaña: candidatos, sus empleados, militantes, simpatizantes, los que esperan un trabajo, los que creen en ese proyecto. Los “del propio palo” (sector político propio) que ven en la proliferación de pintadas una demostración de poderío y un incentivo a seguir ganando paredes. Y por supuesto, los adversarios internos y externos, que ven con preocupación a los rivales que les “primerearon” (en la jerga militante, vale por llegar primero) los principales paredones; obligándolos a salir a sostener la competencia hasta donde les den los recursos o las ganas.
Cuando el observador atento recorre paredes registrando pintadas, es inevitable toparse con algún fantasma. Son aquellas frases desteñidas que a pesar de los años, la humedad y las capas de pintura que las cubren, se empecinan en salir a la superficie. “Tacuara es Patria”. Afirma una letra despareja hecha con pincel y alquitrán en una pared de Bernal. “Fuera yankys de Vietnam; conmina un nervioso trazo de aerosol en un paredón de Barracas.
Y si el observador quiere jugar de coleccionista, puede encontrar múltiples fragmentos y hasta leyendas enteras, mirando debajo de lo que se ve a primera vista. También están los espectros de los símbolos. Jirones de lo que fueron. A veces desfigurados al punto de tornarse casi irreconocibles, aparecen hoces y martillos entrelazados, contundentes “PV” en alquitrán o negro de humo, estrellas rojas. Todo mezclado en una superposición caótica que haría sonreír a Discépolo. Son el testimonio de un pasado que se resiste a ser Historia o simplemente olvido. Parafraseando a Homero Manzi, podríamos decir que esas pintadas fantasmas son como “criaturas abandonadas” que “cruzan el silencio del callejón”; mientras una figura solitaria y furtiva con un tachito en una mano y un pincel en la otra, con paso elástico se pierde en la noche hacia la Nada.
Por Angel Pizzorno