Pop Lui era un… vecino del barrio, aunque… verdaderamente no tenía idea en dónde vivía; sucedía que, por aquel entonces, en ese barrio de Versailles o Liniers –el cual me cobijaba- solía frecuentarme con su persona una vez por mes. Frecuentarme era una manera de decir, porque lo que verdaderamente ocurría era que yo pasaba todos los días 30 o 29 de cada mes por esa peluquería que tijereteaba cabezas en ese pulcro local de la calle Viedma.
Cada vez que concurría, el espacio del local netamente ocupado; allí eran dos, estaba él con su inconfundible voz arrastrada de amabilidad, y también complementaba el habitáculo una veterana de cincuenta y pico que a todo decía que sí, a todo conciliaba con el punto de vista de Pop Lui que, era el que finalmente inclinaba la balanza para ese lado caprichoso de la posta en su justiciera objetividad argumentadora.
Había tres sillones para el “pelaje” o el concierto de modelajes en pleno recital acaparado de atenciones; Pop Lui siempre tenía la batuta, aunque sólo tuviese un peine y una tijera guillotinadora de cabellos, y luego estaba ella, la jovata sobrepasada de cincuenta, que de a ratos interpelaba situaciones alrededor del último tijeretazo, de a mismos otros ratos, sonreía o reía por alguna pelotudez o reflexión de Pop Lui que todo lo remarcaba a la hora de digitar el paso en esa pequeño salón de 15 metros por 5 y medio que brillaba de orden y luminosidad durante todo ese tiempo de profesionalismo peluqueril.
No bien se entraba al local, había como una especie de sala de espera, en la cual un reducido biombo, separaba el frente de cristal y rejas con el mismo salón contenedor de esas escafandras succionadoras de cabezas correspondientes a esos sillones giradores y altos cómplices del corte tijeretero de pelos ambientadores de modas o lo que fuese.
De a ratos, en ese sillón del medio que separaba a ambos en plena actividad, de manera intercalada, trabajaban el final de cada operación de peinados e intercambiaban opiniones sobre lo más conveniente. No siempre ocurría, pero era el común denominador en el lugar el que a los variados clientes les gustase el intercambio de manipulaciones entre ambos peluqueros que, finalmente daba el toque final previo parlamento entre ellos dos. También los había, los clientes que solamente preferían indefectiblemente la onda exclusiva de uno de ellos, pero generalmente la amplia mayoría gustaba del intercambio de ambos en esa obra compartida.
El salón era unisex aunque en un 70 u 80% fuese presencia femenina; el resto, los varones solíamos apoyar traseros sobre esos confortables sillones que todo lo ambientaban.
Pop Lui tenía toda la onda de ser gay y su voz acompañaba gestos por demás exagerados entre expresión y expresión; un tono casi elevado de su voz solía remarcar la apariencia de conocidos en común entre la mujer y él –generalmente clientes del lugar- en donde nunca faltaba un “¿Viste qué lindo que le quedaba ese vestido a Mariel? O un vetusto sonido con el pulgar hacia abajo con un “¡Qué horrible ese collar que tenía la colorada, parecía un perro caliente a punto de salir a la plaza del barrio!
Generalmente las opiniones entre ellos dos exaltaban situaciones entre mujeres, y la jovata que acompañaba a Pop Lui, siempre sonreía o reía, pero nunca mostraba diferencias de criterios entre ambos, parecían ser o estar 100% de acuerdo y sus cuchicheos argumentales en volumen 9 o 10 rebotaban mientras las tijeras y los peines acomodaban las cabelleras de los esporádicos clientes.
Durante todo ese tiempo en que hube de frecuentar ese lugar nunca hube de escuchar una sola opinión de Pop Lui alrededor de ningún varón, y hasta podría decir que al margen de no saber si ante mi ausencia existiesen catastróficas declaraciones con pulgares hacia el epicentro de la tierra dirigidas para con mi persona, mientras el tiempo transcurría dentro del local durante mi esporádica estadía, las palabras de ellos dos hacia mi persona siempre fueron inundadas de amabilidad y si, hubiese alguna diferencia me imaginaba que, al trasponer los límites del lugar una especie de diccionario exclusivo de ellos dos experimentaría todo tipo de adjetivos sobre la imagen que ambos tendrían de mí. Pero claro, jamás podría comprobar nada alrededor de mis persecutas, y esa vez por mes que nos veíamos siempre terminaba bajo el paraguas de su complacencia y más que correcto trato con la sapiencia previa del saber qué tipo de corte era de mi exclusivo gusto. En realidad siempre me lo recortaba de la misma manera, y casi siempre que llegaba, Pop Lui le decía a ella que él me atendería, y sonreía con un ¿Qué tal, cómo estás?
Esa peluquería unisex hube de frecuentarla durante aproximadamente un año y medio y, esa especie de automaticidad en el trato para conmigo se vio modificada en los últimos meses sobre todo de parte de Pop Lui que ya parecía haberse tomado por su cuenta una especie de autorización o confianza para tratarme como si fuese algo más que un cliente, como una especie de confidente en potencia capaz de enterarse de cosas más personales a las cuáles no cualquiera podría llegar a trascender.
Cuando se enteró que trabajaba en una revista de actualidad, de esas chismosas de fatos entre faranduleros, prestó óptima atención para terminar confesándome que conocía algún que otro actor o periodista de esas publicaciones y que tenía infidencias sobre los mismos que nadie sabía y que sí, me interesaba podía pasarme datos exclusivos. Yo, un poco que escapé de semejante situación pues, demasiada información siempre andaba dando vueltas como para hacerme eco de algo que podría llegar a decirme Pop Lui como para darle crédito a sus dichos; pero hubo de insistir varias veces a lo que finalmente accedí para lo cual me pasó el número de su celular y yo le di el mío, con lo cual el vínculo entre los dos hubo de modificarse a partir de ese instante.
Pop Lui solía llamarme con datos de personas ligadas al espectáculo que jamás podía comprobar, sobre todo porque para chequear semejantes datos, debería hacer mis propias averiguaciones, y sinceramente no tenía tiempo de desviarme sobre el objetivo cotidiano del laburo en al cual estaba inmerso; no obstante tal comportamiento de su parte, la mayoría de las veces que me llamaba era para preguntarme boludeces como por ejemplo el saber si el día que estaría por el local a qué hora lo haría, o también, el decirme que, hablando con su jovata compañera de trabajo habían llegado a la conclusión que, a sus respectivos modos de ver el corte ideal para mí era uno que querían proponérmelo.
En alguna oportunidad hube de decirle que a mí me gustaban las mujeres, y que sus constantes llamados de algún modo me incomodaban a lo que él solamente reía y me decía que no me preocupara… Pero Pop Lui seguía insistiendo debido a lo cual nunca sabía fehacientemente cómo debería tratar de llevar el tema ni tampoco tenía idea sobre qué perseguiría ni menos que menos si creía en mis contundentes palabras sobre que a mí solamente me atraían las femeninas.
Yo no necesitaba el plantearme a esta altura de mi vida semejante dicotomía muy a pesar que en el ambiente de la redacción de la revista se cruzaban historias de lo más desopilantes entre ambos sexos, sin embargo jamás hube de influenciarme por esas situaciones y siempre me guié por los instintos básicos que estaban dentro de mí: a mí me movían las mujeres y de nada serviría el hecho de cruzarme con algún puto que me tirase onda ni -menos que menos- me gustase un ápice de su propuesta.
Hube de arrepentirme de haberle pasado el número de mi celular a Pop Lui, pues si bien no haría ningún cambio sexual de nada, había comenzado a fastidiarme el hecho de sus llamados con cierta continuidad y tampoco quería decirle que no me llamara más pues tampoco tenía intención de verduguearlo pues no quería dejar de ir a su local sobre el cual estaba muy conforme con ese trabajo que él hacía con la mejor de las intenciones.
Siempre me quedaba pensando alrededor de sus intenciones y de dónde habrían de arrancar semejantes actitudes, yo no tenía nada que ver con los gays y lo único que recordaba en el tiempo fue un hecho insoportable que hubieron de hacer mis dos grandes amigos Lems y Rafca, que una vez me convencieron de ir a un boliche nuevo –según ellos- en donde ese lugar estaba poblado de ambos sexos pero con la salvedad –me enteré cuando ya estábamos allí- que no existía intercambio entre los mismos; esto era, que las mujeres estaban con las mujeres y los varones con los varones; cuando me percaté de ello, tanto Rafca como Lems rieron desarmados sobre mi inocencia, me habían llevado a un bar netamente lesbiano-gay con la intención de saldar deudas a una espuria apuesta entre ellos dos, la cual no era ni más ni menos que ganarse una mina lesbiana, algo por demás difícil que muy probablemente jamás lograrían. Al final de esa noche los tres salimos borrachos del lugar y tal vez hubimos de pasar como un trío gay feliz del noctambulismo del hermoso sábado. Y en ese recuerdo lejano de mi parte apareció nuevamente un llamado de Pop Lui en el que, luego de alguna trivialidad de su parte, textualmente me dijo: -¿Sabés por qué te llamo?… ¡Yo te vi esa noche de sábado en ese boliche con tus dos chongos, vamos… te vi emborracharte y feliz como nunca te había visto!… ¿Qué tal si nos vemos también con ellos dos este sábado que viene en ese lugar tan, pero tan lindo?…
No era mi estilo utilizar improperios pero me afloraron automáticamente y lo mandé bien pero bien a la mierda y que los yuyos secaran el medio de sus cantos.
En la redacción de la revista veo solapadamente histeriqueos de algunos que no se animan a blanquear situaciones, dentro de algunas horas deberé entrevistar a un conocido actor del submundo underground, ya nos conocemos de otros encuentros, a él le gustan también los varones y está hace mucho en pareja a la cual respeta y continúa con él.
Me fui del laburo pensando en la dispersión de los pensamientos que avecina el fin de semana venidero del también final de un nuevo mes, viernes 29 y sábado 30, días constantes en el tiempo de cortadores sintomáticos de cabellos, será un vuelta a empezar en una nueva peluquería cuyos brotes expectantes me ofrezcan la comodidad dentro de lo trivial cotidiano, como podar las ramas de un árbol para que sus frutos resulten más gustosos en el alimento de la vida.
por Pablo Diringuer