La avaricia no tiene buena imagen en ninguna época ni país. A lo sumo, se la disfraza como voluntad de ahorro. Son muy conocidas las fábulas como La Cigarra y La Hormiga o cuentos cuya moraleja enaltecen el ahorro y la previsión.
El problema estriba en que los límites entre el ahorro y la necesidad compulsiva de guardar, no siempre son claros.
Para el hombre de Buenos Aires, la fama de pródigo es cultivada al igual que otros valores; ya que salvo los legendarios casos de aquellos que antaño “se tiraban a muerto”, ser generoso, al menos en módicos gastos, es parte de las características porteñas.
Una típica estampa del café o pizzería de barrio, es el momento de abonar la consumición. Son conmovedores los aparentes esfuerzos por pagar, evidenciados en las manos revolviendo furiosamente los bolsillos. Aunque siempre existe alguien que sorpresivamente se acuerda de ir al baño o se olvidó la billetera, en el caso que aún la use, en general las cuentas se saldan “a la romana”; cada uno “poniéndose” con la parte que le corresponde, haya consumido o no. Es que esa democrática decisión de dividir el gasto en partes iguales, muchas veces encubre el gesto altruista de “bancar” a un amigo que atraviesa una mala situación económica y no puede hacerse cargo de su consumición.
Pero como no hay reglas sin excepciones, todos los ámbitos sociales tienen sus avaros.
Si hablamos de una barra de amigos o compañeros de trabajo, no ha de faltar aquel que “arrugue” cuando hay que juntar dinero para una comida, una despedida o cualquier evento, que fiel a la tradición porteña se debe festejar comiendo.
El agudo sentido del humor popular, calificó a aquellos que antiguamente, y tal vez por influencia europea se llamaban “codito de oro”, con el término de “Amarroto”.
Quizá como una travesura del lenguaje, tal vez por casualidad, en el calificativo “Amarroto” parecen confluir amarrete y su antónimo: manirroto.
La síntesis es el avaro versión criolla y porteña. El lunfardo no fue ajeno a esa característica de algunos ciudadanos y rápidamente lo definió en su propia jerga: Acamalador, amarroto, tacañuzo, tacañún, amarrocador.
Los motes tienen una carga despectiva, hiriente.
“Mano abierta con los hombres
querendón con las mujeres
tengo dos pasiones bravas
el tapete y el champán…”
Se auto define el personaje del tango “Que me quiten lo bailao”. En ese breve retrato queda definido el perfil de cierta clase de porteño en el que la condición de “amarroto” no existe; por lo contrario, se jacta de su generosidad y desprecio por los bienes, ya que es dadivoso con los hombres y no mezquina el cuerpo a las mujeres y el juego.
Referencias
Amarrete. Pop.: Ahorrativo
Amarretear: Mezquinar.
Amarretismo: Avaricia. Amarra, amarro: avaro, mezquino.
Amarroto: Tipo de avaro.
Amarroto
Te pasaste treinta abriles de una esquina a otra esquina
sin saber que era una mina, ni una copa, ni un café.
La yugabas como un burro y amurabas meneguina
practicando infantería de tu casa hasta el taller.
Fútbol, timbas y carreras eran cosas indecentes,
solo el cine era tu vicio…si podías garronear.
Y una vuelta que asomaste los mirones por Corrientes
al marearte con las luces te tuvieron que auxiliar.
Hijo de «Quedate quieto» y la zaina «No te muevas»,
nunca, nunca te rascaste ni teniendo sarampión…
Flor de chaucha que en la esquina no ligaste ni una breva
Porque andabas como un longhi chamuyandolo al botón.
No tenías ni un amigo,»que el buey solo bien se lame»
Según tu filosofía de amarroto sin control.
Y amasabas los billetes como quien hace un salame
laburando de esclavacho, como un gil, de sol a sol.
Hoy te veo engayolado… Te chapó una solterona
Que podría ser tu nona y que es toda tu pasión…
Y seguís amarrocando para que ella, tu monona,
Se las dé de gran princesa a costillas del chabón.
En el banco de la vida al final siempre se pierde,
no hay mortaja con bolsillos a la hora de partir.
Vos que no sabés siquiera de un final «bandera verde»,
aclarame, che amarroto…¿ para qué querés vivir?
Letra: Miguel Esteban Bucino – Música: Juan Cao – 1951