La etimología del término piropo nos remonta al latín, ‘pyrōpus’ era el modo en el que se le comenzó a llamar a una piedra preciosa de color rojo, similar al rubí. Su utilización servía para describir a aquello de color encendido o parecido al fuego.
El uso del piropo es de estirpe totalmente andaluza, primo hermano de la copla, eso dicen. Los Andaluces que vinieron a América lo trajeron como un modo de halago.
La apariencia de la mujer siempre ha tenido especial relevancia para el mundo de las relaciones interpersonales, y es ahí cuando aparece el piropo como un modo de medir el espectro de posibilidades para vincularse a través de una frase bien o mal dicha. Tal vez nació como un modo de halagar el oído de una mujer con un alto grado de lirismo rayano con lo poético, hasta tomar velocidad y pespuntear la grosería. Claro que nadie a la pasada va a reparar en el contenido de una mujer (es decir su mundo de ideas y sentires); el piropo se ocupa del continente (cuerpo) y depende de los tiempos que corran, abundan los ejemplos.
Allá por el 1900, se multaba a quien osase hacerlo, como lo deja vislumbrar Ángel Villoldo en la letra del tango “¡Cuidado con los cincuenta!”, tango inspirado en la ordenanza municipal puesta en vigencia por el jefe de Policía coronel Ramón Falcón el 28 de diciembre de 1906, a fin de evitar las procacidades callejeras dirigidas a las mujeres. Multar como manera de prohibir; claro que las sociedades son dinámicas y se supone que no estaríamos hablando del mismo tenor de dichos un siglo después. El lenguaje muta, aunque parece que las intenciones permanecen. Sin dudas, esta costumbre o modo cultural de dirigirse a una mujer en la calle, en la cola de un banco y en distintos lugares, es retrógrado. Se supone que cada uno y cada cual es dueño de sus instintos, no es necesario dejar la saliva de ellos, en tres o cuatro palabras que “cosifican”: “Hay mamita cómo te haría el amor” hasta “te chupo“ o “te como toda” son algunos piropos entre variado abanico de sandeces. Como siempre dejo para los que saben del tema (psicólogos y psicólogos sociales) el uso de la palabra “mamita” que suena incestuoso o “bebé”, hasta la antropofagia a la que se hace alusión con esto de ser comido o chupado. También están los inofensivos que buscan ir por el camino de la creatividad y que pueden resultar hasta divertidos. El punto es que las mujeres no somos bombones, tampoco flores; no deseamos que nos traigan la luz de ningún sol ni que nos comparen con una bebida fría hallada en el desierto, por la simple razón de que, parafraseando al gran maestro Benedetti “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.
Los vínculos humanos son un arte que dispara hilos en todas direcciones, también sería bueno progresar para abandonar esa costumbre que si alguna vez intentó ser transgresora, hoy es incómoda, hostil, demodé y hasta habla de la incapacidad de retener los lobos que cada “piropeador” habita.
El termómetro de este siglo habla de paridad, de esbozo de un modo más parejo de vínculos humanos. Cuando deseamos vincularnos hablamos de dos puntas de un mismo hilo, de un puente de ida y vuelta permanente, donde no hay lugar para la ofensa gratuita o el lirismo no pedido.
Las redes sociales han abierto puertas insospechadas y la palabra como el aire, se esfuma en una nube sin fisonomía. Los piropos se trasladaron de ámbito, con un agravante mayor, el piropeador se esconde tras una máscara o avatar para decir groserías sin siquiera poner el rostro. Todos alguna vez hemos leído comentarios viscerales e instintivos tras una cuenta falsa, o no, con tal de limitar la libertad de la mujer o disminuir su valor. Tras un piropo no hay camino posible más allá del instante, es solo un paréntesis que se abre y se cierra a la altura de quien lo dice.
Volviendo al tema del continente y el contenido (cuerpo/ interioridad); esto de reconocer en una mujer el carácter de sus ideas, es un trabajo que no todos están dispuestos a llevar a cabo. Vincularse es también un modo de ejercer las convicciones que nos sostienen y si bien la belleza es inspiradora, sería interesante elevar la puntería y buscar la belleza de las ideas que condensan sentimientos de valoración mutua. Pertenezco a una generación que la autoestima no es un pájaro ajeno a nuestro seno, está dentro de cada una de nosotras, y si bien, habrá quienes se sienten halagadas al recibir un piropo, también es cierto que hay otras que lo consideramos una costumbre latinoamericana retrógrada, no por falta de romanticismo sino por exceso de confianza y vacuidad. Por último, si vamos a hablar, hagámoslo desde lo construido que sin dudas ha de ser más que dos o tres palabras dichas al pasar, en un contexto poco propicio para desarrollarnos. Unos y otras y otres, nos merecemos la posibilidad de reconocernos más allá de lo visible.
Por Ana María Caliyuri
¡Cuidado con los Cincuenta!
Una ordenanza sobre la moral
decretó la Dirección Policial
y por la que el hombre se debe abstener
de decir palabras dulces a una mujer.
Cuando una hermosa veamos venir
ni un piropo le podemos decir
y no habrá más que mirarla y callar
si apreciamos la libertad.
¡Caray! No sé por qué
prohibir al hombre que le diga
piropo a una mujer…
¡Chitón! ¡No hablar!
Porque al que se propase
cincuenta le harán pagar.
Yo cuando vea cualquier mujer
una guiñada tan solo le haré.
Y con cuidado, que si se dá cuenta,
¡ay, de los cincuenta
no me salvaré!
Por la ordenanza tan original
un percance le pasó a don Pascual:
anoche, al ver a una señora gilí,
le dijo «Adiós, lucero, divina hurí».
Al escucharlo se le sulfuró
y una bofetada al pobre le dio,
y se lo llevó el gallo policial
por ofender a la moral.
¡Caray! No sé por qué
prohibir al hombre que le diga
piropo a una mujer…
¡Chitón! ¡No hablar!
porque podrá costarle
cincuenta de la nación.
Mucho cuidado se debe tener
al encontrarse frente a una mujer.
Yo por mi parte, cuando alguna vea,
por linda que sea,
nada le diré.
Letra y Música: Angel Villoldo
Tango inspirado en la ordenanza municipal puesta en vigencia por el jefe de Policía coronel Ramón Falcón el 28 de diciembre de 1906, a fin de evitar las procacidades callejeras dirigidas a las mujeres. Evidentemente, Villoldo fue un gran cronista de su época.
Inversiones
Invirtió más de una década en leer poesía amorosa, debía conquistar al mundo femenino. Especialmente a la vecina del piso quinto. La fortuna estuvo de su lado. Una noche se cruzaron en el ascensor y él aprovechó la oportunidad para decirle:
—Buenas noches. Linda noche…
La muchacha lo miró con desgano. Le respondió con voz indiferente.
—Ah, sí, linda…
Él, absolutamente embriagado de fantasías prosiguió diciendo:
—¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
—No, loco… yo curto otra onda—respondió ella con un dejo de fastidio.
Él no pensaba renunciar al momento propicio para seducir a la pelirroja y continuó con su plan.
—Caminante, no hay camino, se hace camino al andar— respondió con voz cautivante.
Ella no veía el momento de descender de ese maldito ascensor. Miraba los números de cada piso sintiendo que el tiempo se estiraba como un chicle. No obstante, le respondió.
—Sabés que pasa loco, tenés que estar muy pirado para andar por donde no conocés…
El tiempo pareció detenerse y el silencio se apoderó del espacio. Ya un tanto desahuciado, el hombre se dijo a sí mismo— ahora o nunca—y lanzó su caballito de batalla al ruedo:
—Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. La muchacha miró de reojo el tablero de los números, supo que en instantes el ascensor se detendría en la planta baja y podría salvarse de semejante tipo pesado. Pero antes de que eso sucediese alcanzó a decirle:
—No sabía de dónde diablos te conocía. ¡Vos sos el que iba al taller literario de acá a la vuelta!
El hombre estupefacto solo atinó a decir:
—Ehhh… sí, fui un par de meses.
—Ah bueno flaco, yo también fui porque todos van en este edificio y ¿sabes qué? Para que ustedes entiendan hay que hablarles en el mismo idioma: “No digas nada, no preguntes nada. Cuando quieras hablar, quédate mudo”, esta es de Francisco Luis Bernárdez.
El ascensor abrió sus puertas y la pelirroja, visiblemente divertida, se perdió rumbo a la calle.
Del Libro “El Infinito en una Lágrima” – Tahiel – 2015