Para quienes en los años ‘60 estaban en la etapa de usar el guardapolvo blanco, jugar a la bolita en la vereda y salir corriendo cuando la vieja gritaba “a tomar la leche…”, ver un hombre fumando un toscano era la imagen de un viejo. Aunque el fumador en cuestión no fuera siempre, como se dice pudorosamente en el siglo XXI, un adulto mayor. También había jóvenes, pero eran los menos. Los adolescentes y los que tenían algunos años más, que se habían iniciado fumando cualquier cosa que echara humo, al tener mayor conocimiento de las ofertas de marcas de cigarrillos y sobre todo, lo que la moda y la publicidad ordenaban, se volcaron masivamente a “los rubios.” Ni hablar si el rubio era importado…! No faltaba el audaz que agotada la carga original, llenaba el envase con modestos rubios de factura nacional. Hasta que algún avispado denunciaba la trampa y el deshonor (al menos por unos días), caía sobre el impostor.
Pero siempre uno se cruzaba con alguien que fumara un toscano. Y sí… en general, era un “viejo.” Porque no se veían pibes (como se ha dicho) y mucho menos mujeres fumando toscanos. Al menos en espacios públicos y en la Ciudad de Buenos Aires, porque en regiones del Interior argentino, el consumo de cigarros de chala (se usa la cubierta del choclo como envoltura del tabaco) era habitual también en muchas mujeres.
Pero la proximidad de un fumador de toscanos, que invariablemente era un Avanti, se detectaba por el fuerte y característico olor. Eran años en que si bien el Avanti perdía terreno frente a las marquillas de cigarrillos en la preferencia de los jóvenes fumadores, el cigarro que supo pisar fuerte en los bronquios tabaquistas, se refugiaba en una franja de fieles que no lo abandonarían más.
Las mesas de cafés de barrio con sus parroquianos habituales, completaban un cuadro clásico, del cual eran parte los naipes, el pocillo de café, la copita de ginebra e inevitablemente, un cenicero saturado de puchos de cigarrillos y de restos de Avanti. El olor a Avanti remitía a los pibes que lo captaban en el aire, a cosa de mayores; como el acceso al boliche, las charlas de jubilados en la plaza, de hombres en algún umbral de la cuadra o en la esquina. En torno a esas situaciones, solía flotar un tufillo a toscano en el aire. Cuando un cliente pedía un cigarro o toscano en el kiosco, invariablemente recibía un Avanti.
Popular, barato, de aroma inconfundible. Si pretendía algo más sofisticado, debía ir a la cigarrería o a kioscos mejor provistos que los del barrio. En sus años de apogeo (décadas de 1920 a 1940), Avanti vendía millones de unidades anuales. Pero los italianos y otras colectividades que lo consumían masivamente, se fueron extinguiendo. Algunos hábitos incluyendo la fumata de Avanti, cambiaron; y las nuevas generaciones incorporaron nuevos gustos.
Los toscanos son originarios de Toscana, Italia. Los de mayor calidad se elaboraban con tabaco Kentucky, insumo que también utilizaba Avanti. En algún momento de su extensa trayectoria, esta empresa llegó a contar con el asesoramiento de técnicos estadounidenses especializados en ese tabaco. Más allá de Avanti en 2021, los puros de origen cubano mantienen su tradicional prestigio incólume. En nuestro país existen prestigiosas cigarrerías que importan las marcas más famosas elaboradas en el país caribeño. Algunas de ellas como Montecristo, Partagás, H. Upmann, Hoyo de Monterrey, entre otras que también se fabrican en Centroamérica, pueden adquirirse en los comercios especializados.
En Cuba, los cigarros puros se producen íntegramente en el país. Desde el cultivo de tabaco seleccionado hasta el estricto monitoreo en todas las fases de fabricación.
También la línea italiana de toscanos Antico, es una de las más reconocidas a nivel mundial. Comenzó la producción en 1973 en la ciudad de Lucca, retomando una tradición productiva que se remonta a 1815.
Para los argentinos de más edad, pensar en cigarro de hoja o toscano, es pensar en Avanti. Para los vecinos del porteño barrio de Villa Urquiza, decir Avanti es recordar su propia historia.