Acercarse al tango desde sus personajes es como acercarse a la vida misma. O por lo menos a la vida tal como se ha dado en esta aldea de arrabal, puerta de entrada al fin del mundo, que es Buenos Aires.
Un acercamiento que no es académico ni se pretende erudito aunque lo sea. No hay en este libro la pretensión de describir al tango, ni discutir su origen, su machismo o misoginia.
El tango que asoma de “Personajes …” es diverso, multifacético y contradictorio ¿No es así la vida misma en nuestras urbes?
Una vida hecha de viajes o, mejor dicho, de pasajes, casi rituales, entre el tiempo y el espacio.
Del arrabal de una ciudad ubicada en los confines de occidente a su centro pretendidamente europeo y de allí a París – o Alemania, o Japón o los fríos boreales, que más da.
Pero también del gaucho acorralado por el alambrado que pone límites y propiedad a la inmensidad de la llanura al compadrito orillero en alegre “mescolanza” con el gringo recién caído del barco. O el muy reciente Calamaro que viniendo del rock no resistió la sensual y fatal seducción mestiza de sus letras y cadencias.
Me confieso lector privilegiado de este texto porque se me ha pedido que le escriba una presentación. Pero también porque he sido testigo de los afanes de Bongiorno por indagar a esos personajes esquivos que deambulan entre los compases del tango.
Un recorte de diario, un libro viejo, un comentario hecho al pasar por algún amigo porteño, quizás una foto de familia, todo ha sido materia prima para esta singular búsqueda del sentido vital del tango.
En Buenos Aires, que noticia, todos somos hijos del tango, en nuestra habla, en nuestros mitos y hasta en nuestras excusas para no escuchar tango. Sólo que algunos no se enteran.
Pero, compensaciones de la vida, hay otros que se enteran y ejercen hasta el extremo esa condición filial que nos hace únicos y universales a la vez. Bongiorno y sus socios de búsqueda son de esa tribu.
Hijos del tango, hijos de cocliches y orilleros, de las paicas y las grelas y las rubias de “niuyork”. De, por ejemplo, ese cocoliche que nos dice desde un 1930 que todavía puede palparse y olerse en nuestras calles:
“El papel que voy a hacer
disfrazado de cocoliche
(…)
v´y a empezar a patinar
de Belgrano a Lanús
pa que bronqueen los demás
(…)
cocolicho como yo
sólo hay otro: mi papá…
Del paquete barrio de Belgrano al Lanús del conurbano, límite impreciso de la pampa gaucha pero también del hijo al padre. Límite humano borrado en un verso.
Hijos de las mujeres que canta el tango, misóginamente o no. Incluso con doble moral si se quiere.
Dualidad poética que conjura a la vida misma. Como en el refranero popular, todo personaje de tango tiene quien lo alabe y quien lo “gaste”.
“La aguante de pena (…)
entre la cachada de todo el café…
le tiraban nueces
mientras me gritaban
Ahí va sarrasani
con el chimpance
Escribía Discepolín para burlarse de una mujer fea allá por 1930. Pero también está el tango que en 1923 veía otras bellezas en la fea y se apiada de ella:
“Para todos tenía una sonrisa,
fue noble, fue sincera,
su drama nadie vio…
Pero fue tan pesada su condena,
tan grande fue su pena
que anoche se mató
O este otro de 2006 que mira a la mujer fea desde el amor:
“Pero no le hagan caso a la gilada
cuando yo hablo de Juanita
los grasunes se ríen
largan carcajadas ordinarias
y en cambio yo… no
puedo dejar de suspirar
Es que en esta galería humana escrita en la orilla de todas las orillas ningún personaje está condenado para toda la eternidad. Tampoco santificado.
Pasan de un tango al otro en un debate reo sobre un bien y un mal que nunca estarán a mano. Como la existencia misma, parece una pelea sin fin:
“Recuerda que la vida
de cualquier bacán
tiene más vuelta que la oreja
y que si un día
la suerte no se da
al suburbio volverás”
Es que todo resulta irremediablemente provisorio y si un vago es mandado a trabajar otro celebrará, sin culpa, la jarana:
“El día del casorio
dijo el tipo e´ la sotana:
“El coso debe siempre
mantener a su fulana”
y vos que interpretás
las cosas al revés
que yo te mantenga
es lo que querés
Al campo a cachar giles,
qu´ el amor no da pa´ tanto
¿Qué querés que le haga hermano?
(…)
Si nací pa´ morir pobre
con un tango entre los labios
(…)
Juego, canto, bebo, río…
y aunque no me quede un cobre
al sonar la última hora…
¡Qué me quiten lo bailao!
Curioso contrapunto el que hace el tango sobre sus personajes, santos y herejes, amados y execrables. Siempre fueron nuestros, siempre fueron “nosotros”.
Pero puestos unos y otras frente a los versos que los cantan la galería deviene retrato urgente de nuestra identidad cultural más profunda. Esa que llora y ríe, celebra y sepulta casi sin hesitar.
Una identidad que es popular en el sentido más lato del término: todos los habitantes de Buenos Aires y su arrabal. El rico y el pobre; el reo y el bacán. Todos sujetos a la misma ley poética: la que condena la impostura o la celebra pero siempre señalándola:
Dandy! Ahora te llaman
los que no te conocieron,
cuando entonces eras terrán,
porque pasás por niño bien.
(…)
mas, yo sé, ¡Dandy!
que sos un seco,
y en el barrio se comentan fulerías
para tu mal.
También cuando cuenta nuestras violencias cotidianas: las “festivas” y las otras. Veamos, por caso, esta dura comparación entre aquel “Patotero sentimental” de 1922 y una “La patota” de 2005. Uno, rey del cabaret, lloraba a la mujer abandonada:
“… la eché a rodar!…
la patota me miraba
y … no es de hombre el aflojar …”
Los otros, rockeros que escuchan a Manal:
“El chino termino preso sin
indulto ni perdón
Al petiso lo mataron
en alguna confusión
el gordo se hizo cana,
la puta que lo parió-
Metáfora terrible de las recurrentes violencias argentinas, la política, la social y, quizás la peor de todas, la violencia del poder que estos personajes califican sin mesura: la puta que lo parió.
Denuncia de las perversiones del poder que los personajes del tango también han sabido ejercer. Y la perpetua circularidad de la poética popular.
Porque, casualidades del abecedario, el nombre del último personaje – Yuta – devendría, según lo dicho en este texto, del “italiano jergal” de aquellos cocoliches que le decían “giusta” a los “canas”, “botones” o “ratis”.
Violencia del poder que degrada al humano con la virulencia que retrata este tango de Juan Vatuone:
“Un rati corrupto escabia en la mesa
de aquel escolazo de la Paternal
(…)
Tomaba una línea detrás de la otra
(…)
le baten tormento en la Federal
(…)
Lo dejó un travesti al yuta Lorenzo
le quitaba el vento dijo algún boleado
El, que era tan guapo pa´ torturar gente
se vio, de repente, tan arrodillao
Jugó la del duro con los sentimientos
y como un violento se enterró un puñal
Hoy dice la tele y todos los diarios:
“se murió Lorenzo en un tiroteao”
El tango es así. Diverso, profundo, existencial, injusto, proverbial y, sobretodo, nuestro y universal. Porque sus personajes son poesía destilada en un suburbio orillero, el nuestro.
El valor fundamental de “Personajes…” es que nos acerca desde otro lado a nuestras claves culturales más profundas. Si alguien quiere entender a los argentinos de esta parte de nuestra geografía tiene en este libro una guía como pocas. No la única, por cierto. Porque nuestra aparentemente contradictoria diversidad no es reductible a recorridos únicos.
Tampoco este libro: imagino unos lectores curiosos, inquietos, informados; capaces de leer con fruición la historia de los quebequenses en Canadá, las técnicas de construcción holandesas o la historia del tango argentino. Estos lectores de mundos exóticos encontraran en esta galería caótica el capricho humano de vivir y morir de una manera y no de otra.
También unos lectores sentimentales, buscadores de la última fibra de esa Buenos Aires heroica que parió a Borges y Cortazar, a Irigoyen y a Perón y, sobretodo, y antes que a todos ellos, al tango.
Muchos otros encontraran las galerías que los demás no supimos ver y lo recrearan y criticarán en todos los sentidos posibles y uno más.
Porque “Personajes…” es, de las múltiples guías de Buenos Aires, una muy necesaria. Cada lector, según su vocación, irá descubriendo las conexiones profundas entre estos estereotipos porteños y los hombres y mujeres que habitamos Buenos Aires hoy. Sólo falta que mencionemos a Pugliese.
Fernando de Sá Souza
que-gestionamos.blogspot.com