Carlos Balbi es un joven de 81 años que nació en Buenos Aires en 1939, año difícil en que se iniciaba una guerra en Europa.
Inteligente y curioso estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y posteriormente en la UTN, donde se graduó como Ingeniero Mecánico.
Su carrera profesional se desarrolló fundamentalmente en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), más precisamente en relación con el proyecto y construcción de Usinas Nucleares para generación de energía eléctrica (Atucha I, Atucha II y Central Nuclear en Embalse Río III).
Asimismo ejerció la docencia en las Facultades de Ingeniería pertenecientes a la UTN y a la UBA.
En sus últimos años de labor, siendo ya jubilado, se desempeñó nuevamente para la CNEA en el proyecto y construcción de un prototipo de Central Nuclear con reactor de diseño nacional.
¿Quién habría de suponer que este extraordinario espíritu técnico y matemático tendría en sus entresijos interesantes y valiosas inclinaciones artísticas, allí, pulsando por surgir?
Sus primeros acercamientos al arte en sus diversas manifestaciones, los realizó en el dibujo y posteriormente en fotografía, la que practicó cerca de 20 años a nivel Fotoclub. Comenzó con la escritura lentamente, escribía de tanto en tanto tratando de relatar algunas vivencias personales y hechos tomados de la realidad, modificados y sazonados por la imaginación.
Con algo más de cuarenta años decidió asistir a un taller literario y comenzó por el de Alberto Laiseca en el Centro Cultural Rojas. Luego, durante dos años concurrió al coordinado por Cristina Eseiza en la Asociación de ex Alumnos del Nacional Buenos Aires.
«En particular leyó y escribió sobre el Tiempo desde varios puntos de vista: filosófico, religioso y físico-relativista. Las dificultades de definir tan elusivo concepto las expuso en un pequeño ensayo, aún inédito.»
Tampoco publicó los cuentos que ha escrito y que son numerosos, de gran ingenio y con enorme variedad de temas y de técnicas, pues Carlos es un entusiasta innovador de estilos.
Suele darlos a leer a un pequeño grupo de amigos y colegas de su profesión, que no escriben pero son asiduos lectores. Así encontró con que, generalmente, sus cuentos gustan. Así es que continuó escribiendo, pero con irregularidad pues hay épocas en que las musas no le brindan su deseada compañía.
La invención, la imaginación, la creación, agudizar el ingenio, siempre fueron actividades mentales que lo atrajeron, y esto lo impulsó a escribir en el campo de la literatura, sin duda con acendrado acierto, con una narrativa novedosa, creativa, rebelde, que se anima a explorar áreas escarpadas con rotundo éxito.
por Cristina Eseiza – Prof. UBA – Escritora
Testigo de Cargo
Trencito de Dos Vagones
Todas las mañanas, temprano, por la llanura pedregosa con pastos duros y bajos, el humeante trencito de dos vagones corría diligente y presuroso aunque la inmensidad de la planicie lo hacía parecer de andar casi lento.
Desde lo alto de una colina que limita al llano por el oeste, una mujer, curtida por muchos soles, fríos y vientos, de pié sobre el borde del barranco, lo acompañaba con la mirada puesta sobre él hasta que se detenía en la estación, allá abajo, diminuta, vacía. En la luz de sus ojos achinados se dejaba ver la esperanza de que el trencito le devolviera a su hombre, al que un día se había llevado a un lugar lejano, sin nombre y sin imagen. Y luego, cuando la máquina, pitando y resoplando, volvía a tirar de los vagones en busca del horizonte, la mujer regresaba, despacio, a su rancho, a su soledad.
Una mañana, y durante muchas mañanas, el trencito trajo un solo vagón.
Hasta que no trajo ninguno; ni la humeante locomotora vino.
La Mensajera
Cuando en el reloj de la torre sonaron las campanadas de medianoche, ahí estaba ella, lejos del farol de la esquina, bajo el dintel de una puerta de calle, medio oculta en las sombras. Estaba quieta, muy quieta, aunque una brisa fría la hacía temblar. Tenía un mensaje de advertencia para un destinatario que corría peligro. Pero estaba perdida; y si bien en cuanto esto se advirtiera alguien vendría a buscarla, de pronto una ráfaga de viento sopló, la levantó por los aires y la llevó lejos, muy lejos de su destino, a ella, a la carta perdida.
Carlos A. Balbi