Las series sobre narcotraficantes han invadido la pantalla pequeña hace años. El público encuentra en las narrativas enmarcadas en la vida de estos villanos del mundo real un atractivo extraño. Narcos o El Chapo exploran la peor faceta de ciertas personas, que viven de la sangre, sufrimiento y muerte de otros para construir imperios. Su fortuna es la desgracia de los demás, y las productoras más importantes del planeta han decidido hace rato capitalizar este azote global.
Breaking Bad, creada por Vince Gilligan y estrenada en el año 2008, no fue precursora en la temática pero si en el enfoque. Estuvo al borde de la cancelación, los costos de producción eran superiores a otras series de cable, y sin embargo consiguió superar todas las adversidades para convertirse en un ícono de la cultura popular. Acuñó frases memorables que están impresas en pósters y remeras a lo largo y ancho del globo. Se han hecho figuras de acción basada en los personajes. Tuvo una serie que sirve como precuela, Better Call Saul, y una película estrenada en el 2019, El Camino: A Breaking Bad Movie, centrada en uno de los coprotagonistas.
A casi ocho años del episodio final, Breaking Bad continúa siendo uno de los productos televisivos más memorables de la rica historia del medio, y los sesenta y dos episodios divididos en cinco temporadas resisten el paso del tiempo.
La serie es brillante porque el argumento, en sí, es sencillo. Walter White (Brian Cranston) es profesor de secundaria, dicta la materia química y gana lo justo para mantener a su familia. Skyler (Anna Gunn) es su esposa, que salta de empleo en empleo pero se dedica más a las tareas de la casa y a cuidar de su hijo discapacitado, Walter Jr. (RJ Mitte), quien prontó tendrá una hermanita. Viven en los suburbios de Albuquerque, Nuevo Mexico. La paz se ve interrumpida cuando la salud de Walter se deteriora rápidamente, y le diagnostican cáncer de pulmón inoperable. Con los tratamientos adecuados, que no puede afrontar económicamente, el mejor pronóstico son dos años de vida.
Agobiado por las noticias de salud y la desesperada situación monetaria, la familia se ve desbordada por el negro panorama. Conversando con su cuñado Hank (Dean Norris), agente de la DEA, sobre la cantidad de dinero de efectivo que incautan en las redadas a los traficantes locales, Walter le pide ir a una ronda de patrulla para vivir la experiencia. Hank accede, y Walter ve como un ex alumno suyo, Jesse Pinkman (Aaron Paul) escapa de la policía por una ventana. En vez de delatar al joven, toma la decisión de acercarse a él más tarde con una propuesta “laboral”.
White está seguro que puede recrear la fórmula de la metanfetamina con los componentes adecuados, y necesita de los servicios de alguien con contactos para distribuir la droga. Pinkman, al principio dubitativo, termina aceptando. El objetivo inicial era juntar una suma de dinero que le posibilitara a la familia de Walter algún tipo de alivio económico para después de su muerte y, por supuesto, costear los tratamientos paliativos. Aquello iba a ser una empresa de breve vida, algo veloz, bajo el radar, sin muchas complicaciones.
La pureza de la droga de tonalidad azul que creó el químico era algo nunca visto. Pronto los cristales azules se popularizaron en el mercado negro, y también se disparó la reputación del “cocinero” de la metanfetamina no sólo entre los adictos sino entre los otros traficantes. El dinero comenzó a llegar a las manos de Walter, que decide ponerse un alias, Heisenberg, para resguardar a su familia y a él mismo de potenciales amenazas.
Lo que había comenzado como un trabajo a tiempo medio muta a un negocio tiempo completo. El narcotráfico y la producción le dejan tanto dinero a Walter que se vuelve imposible de disimular frente a su familia. Pone un lavadero de autos para poder lavar el dinero, e involucra a su esposa en las maniobras para mover los dólares sin que se enteren las autoridades locales. Para colmo de males su propio suegro toma las riendas del caso “Heisenberg”. Walter tiene la delantera al saber quién es su enemigo dentro de la DEA, pero erigir un imperio implica no sólo sortear a la policía, sino lidiar con las bandas rivales que quieren mantenerse relevantes dentro de su territorio.
Así, Walter White pasa de ser un profesor de química común y corriente a convertirse en el líder de un pequeño grupo de personas que conforman su banda, y empezamos a ver que la motivación de conseguir dinero queda de lado. Heisenberg es bueno en lo que hace, tal vez el mejor, y lo peor de todo, disfruta hacerlo. Pese al peligro, pese a la escalada de muertes con la que pavimenta su camino, el hombre moribundo es adicto a la adrenalina de su nuevo trabajo, encuentra placer en resolver los problemas que se le presenta y, mientras ve cómo se convierte en un narco con un futuro legendario, abraza ese destino. Él quiere ser el terror de otros “colegas”, quiere ser el fantasma inalcanzable de la DEA, y sabe que todo comenzó en una casa rodante maltrecha, en el medio del desierto, con un hombre en calzoncillos cocinando metanfetamina para poder dejarle a su familia unos dólares en el banco.
A medida que la serie avanza se llena de personajes secundarios memorables. Por mencionar unos pocos: Saul Goodman (Bob Odenkirk), un abogado de personalidad excéntrica que se convierte en uno de los pilares de la asociación ilícita. Él será uno de los cerebros detrás de las operaciones para lavar dinero, se encargará de limpiar los desastres que deja Walter detrás, y sufrirá las consecuencias de asociarse con un traficante temible que comenzó como una persona en apariencia inofensiva. Junto a Saul está Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), personal de “limpieza”, uno de los que hace el trabajo sucio despachando cadáveres y amedrentando a incautos que se crucen en el camino. Mike también trabaja con Gus Fring (Giancarlo Esposito), gerente de un local de comidas rápidas llamado Los Pollos Hermanos, fachada de uno de los negocios de tráfico de metanfetamina más grandes del sur estadounidense.
En el medio Walter se enfrentará a todo tipo de narcotraficantes y maleantes de distinto nivel para ir afianzando su territorio, a los tropezones. Uno de los más recordados por el público es el desquiciado Tuco Salamanca (Raymond Cruz), adicto a las drogas que vende y capaz de volarle la cabeza a su mejor amigo con tal de mantener a flote su negocio. Los neonazis, comandados por Jack Welker (Michael Bowen), serán la fuerza de choque y operativa de Heisenberg, para convertise posteriormente en temibles antagonistas dentro de una serie donde no hay un claro héroe.
Una de las cosas que hacen tan especial a Breaking Bad es que jamás se busca glorificar la figura del traficante. Si bien al inicio podemos encontrar en Walter a un hombre acorralado contra la pared, intentado resolver un problema en apariencia imposible mientras lidia con su delicado estado de salud, la serie va haciendo evolucionar al personaje hacia el lado oscuro. En una escena, Walter está hablando con Pinkman. El joven le reprocha que se habían metido en el negocio para cumplir una meta, y que esa meta ya estaba cubierta con creces. Sin embargo Walter, lejos de querer abandonar el juego, le dice que él no está en el negocio de las drogas, sino que está en el “negocio del imperio”. Es uno de los momentos claves del protagonista, manifiesta sus intenciones de abandonar mundo dejando atrás un negocio poderoso, aunque no tenga nadie que lo pueda suceder. Por primera vez en su vida tiene cataratas de emociones que lo hacen sentir vivo, y el hecho que haya descubierto que era tan bueno para hacer algo tan malo pero redituable en el final de sus días parece potenciar sus aspiraciones.
En la serie abunda la desesperación. Los personajes son todos seres que transitan una senda moralmente gris, ni siquiera los policías están ajenos a comportamientos cuestionables. El lujo que uno les puede adjudicar a los narcotraficantes acá no se ve reflejado en felicidad. Walter consigue proveer para su familia pero igual se está muriendo. Su familia tiene un mejor pasar económico, pero saben que tarde o temprano se quedarán sin su padre, y para colmo, la familia espera un nuevo miembro, que nacerá en el medio de esa locura. Vince Gilligan, junto a su equipo de guionistas y directores, tomaron la decisión acertada al no glorificar al villano. Heisenberg es el protagonista, sí, pero no es mejor que la gente que atropella, dispara o hace desaparecer.
Jesse Pinkman es el rostro más trágico de toda esta epopeya narrada en gran parte como si fuera un western. El joven, al principio seducido por tener una entrada de dinero fácil, se encuentra atado a la espiral demencial que genera su socio. Mil veces se quiere abrir de todo, buscar paz, encontrar el amor, pero White siempre encuentra la manera de boicotearlo y manipularlo, le quema todos los puentes para dejarlo aislado. El malhablado y entusiasta muchacho adicto a las drogas se va degradando temporada tras temporada, hasta convertirse en un chico amargado, triste, un poco paranoico. Si hay un personaje en la serie con el cual el público puede sentirse identificado, ese es Jesse Pinkman.
Breaking Bad cosechó numerosos premios, el elogio de la crítica alrededor del mundo, y convirtió a Brian Cranston en una estrella global. El peso de la serie recae principalmente sobre el actor, cuya caracterización es tan asombrosa que ninguna palabra de elogio no le haría justicia. Da placer ver como un hombre común se convierte en un monstruo adelante de los ojos del espectador; y el proceso es tan gradual que hasta parece natural. Entre un elenco en el cual todos los actores están perfectos, Cranston los lidera con oficio y excelencia.
Quienes nunca hayan visto Breaking Bad (o la serie spin-off y la película) pueden hacerlo en la plataforma de streaming Netflix. Es una serie dentro de todo breve, con un ritmo narrativo muy peculiar que salta de la acción vertiginosa a pasajes costumbristas más lentos. Los creadores se tomaron el tiempo de abordar todas las facetas en la vida trágica de este hombre, y es una experiencia digna de ser disfrutada.