Nacía el siglo XX y la Ciudad de Buenos Aires todavía contaba con extensas zonas escasamente urbanizadas. Algunos barrios, sobre todo en el oeste y norte de la Capital Federal, estaban surcados por arroyos que solían desbordar con las lluvias haciendo intransitables las numerosas calles de tierra. No obstante, el flamante tranvía eléctrico abría rumbos en todas direcciones y nuevos barrios se organizaban en torno a fábricas y talleres.
Villa Urquiza fue uno de ellos. En 1887 se radicaron las primeras familias y en 1901 se lo llama oficialmente Villa General Urquiza. Años más tarde alcanza la actual denominación. El 28 de septiembre de 1901 se registra la firma italiana Compañía Introductora de Buenos Aires Sociedad Anónima. La empresa se dedica a la importación de varios rubros, pero también incursiona en alimentos como Sal Dos Anclas, además de algunas actividades textiles.
En 1902 en el número 5621 de la calle Guanacache (actual Franklin Delano Roosevelt) entre Ceretti y Burela, los italianos instalaron la fábrica de cigarros Avanti; emblema de la laboriosidad del flamante barrio. Otras grandes empresas como Sudamtex, Grafa, Textil Guanacache, radicadas en las inmediaciones, fueron brindando el perfil industrial a una amplia zona y generando empleo para miles de vecinos.
En el amplio edificio de la calle Guanacache, Avanti llegó a ocupar unos 1.500 trabajadores.
El proceso de elaboración era artesanal, pero con ese sistema cumplían el ciclo de elaboración completo del cigarro. Allí se recibía el tabaco y se procedía al secado. Luego seguía el despalillamiento, el armado y finalmente el embalaje.
En 1909 un voraz incendio destruyó las instalaciones, obligando a reconstruir la planta. Eran años de fuerte inmigración, sobre todo italiana. Y esa colectividad fue el núcleo del consumo del toscano que luego se popularizó, alcanzando en 1920, unas diez millones de unidades vendidas por mes.
En 1930 los Avanti ya eran un genérico. Sinónimo de cualquier cigarro puro. Ya fuera italiano (los más célebres) o nacionales. Además del diseño, el característico e intenso olor lo hacían inconfundible. En un mercado tabaquista fuerte, Avanti lideraba cómodamente la atención de la demanda. Por otra parte, una inteligente y sostenida publicidad mantenía la presencia del cigarro en muchos espacios públicos. Tranvías, carteles callejeros, auspicios en programas de radio, revistas… siempre había un Avanti presente. Una serie de almanaques de excelente factura regalaba año tras año, láminas ilustradas con motivos gauchescos y fragmentos de obras literarias nacionales. Hoy en pleno 2020, esos calendarios como los que editaba Alpargatas SA por la misma época, son piezas muy buscadas por coleccionistas.
Después de reinar sin competencia durante décadas, a mediados de los años ‘50 el cigarro Avanti comenzó una lenta declinación. El mercado fumador fue invadido por los cigarrillos rubios con filtro, apoyados por costosas y sostenidas campañas publicitarias. Gran variedad de marcas, sabores y largos distintos, seducían a un público consumidor cada vez más joven. Las mujeres también pasaron a ser un segmento importante de la clientela. De todos modos, los cigarrillos negros ya eran una competencia importante para el Avanti, por entonces ya considerado por los jóvenes, un cigarro para “viejos.”
En 1958 la planta histórica de Villa Urquiza se trasladó a la provincia de Misiones, mucho más cerca de las fuentes de materia prima. De todos modos, el proceso ya era irreversible.
Diez años más tarde, Avanti también cierra la planta elaboradora misionera. Desde entonces, la marca fue comercializada por otros propietarios.
En la actualidad, se puede adquirir dichos cigarros con distintas presentaciones, en envases que pueden variar la cantidad de unidades, llegando hasta 50 piezas.
Testimonio
“El señor Dri comenzó entonces a correr sin rumbo fijo. No había hecho cien metros cuando llegó a un viejo cafetín que las mudanzas de la ciudad convirtieran en copetín al paso. En la puerta de entrada se agolpaban parroquianos y mozos comentando la “blitz-krieg” con exaltación, pero sin dar muestras de pánico. El señor Dri se sintió atraído por ese grupo parlanchín que, en medio de la tragedia, le restituía una sensación de cotidianidad y confianza en el mundo., y se acercó a ellos.
-Es la Aeronáutica –decía un parroquiano casposo que masticaba frenético la punta de su Avanti.
-Pero no viejo, no –replicaba un hombre sumamente delgado, de expresión melancólica. –Es la Marina. ¿no ve que la Marina es contrera a muerta? Es la Marina che, se lo digo yo-. Ese se lo digo yo sonó tajante, definitorio. No sólo por la autoridad con que fue proferido sino porque la atención general comenzó a fijarse en un sonido perverso que iba creciendo en intensidad. El de los aviones que regresaban.”
Recuerdo de la Muerte – Miguel Bonasso – Planeta – 1984