El buzón porteño tradicional es un cilindro metálico pintado de rojo, aunque tuvo épocas en que la empresa optó por el color azul morado, un tono que con el fondo de colores de una ciudad en pleno ajetreo, le hacía perder visibilidad. Pero alguna vez volvió al rojo intenso que es su rasgo distintivo. En la ciudad de Buenos Aires se instalaron en esquinas estratégicas y en los barrios, en lugares equidistantes entre sí para facilitar el acceso de los usuarios. En 1826 fue creada la Dirección General de Correos, Postas y Caminos. En 1858 se colocaron los primeros buzones en comercios que también vendían las estampillas. El retiro de la correspondencia se hacía a caballo una vez por día. Pero el servicio en América data por lo menos del auge de la cultura incaica; cuando los mensajeros recorrían a pie enlazando postas hasta los confines del Imperio, para llevar la correspondencia oficial.
Durante la dominación española el correo tuvo un nivel aceptable de calidad y otro tanto sucede bajo los gobiernos criollos.
Ya en el siglo XX y con la extensión del correo oficial a todo el país, existían las oficinas de Correos y Telecomunicaciones (CyT) en los centros urbanos, donde se enviaban telegramas, se vendía franqueo y tenían una ventanilla de la Caja de Nacional de Ahorro Postal, para ahorrar comprando estampillas que pegadas en una libreta, funcionaban como cajas de ahorro. En las escuelas primarias a cada chico se le abría una cuenta que engordaba con estampillas y a los 18 años, retiraba el efectivo en una sucursal de correos.
En los años dorados del servicio, también se difundieron las estafetas; como las existentes en el Conurbano porteño y en el Interior. En sociedades de fomento, algún almacén de ramos generales o cualquier sitio de acceso público con alguien a cargo, el correo fijó su posta para retirar y entregar correspondencia y encomiendas. En muchos casos en la puerta del local había un pequeño cofre metálico empotrado en la pared, con los colores oficiales del correo amarillo y negro, el buzón. En otros con más tráfico postal, estaba el buzón cilíndrico clásico, el rojo.
Se convirtió en un elemento inconfundible del paisaje de Buenos Aires. “Aquel buzón carmín y aquel fondín / donde lloraba el tano”, cuenta el tango Tinta Roja, de Cátulo Castillo y Sebastián Piana. Esa poesía lo describe como una referencia infaltable en el escenario de color barrial. Punto de referencia para algunas esquinas, lugar de encuentro de las barras de muchachos y también objeto para estafas y la venta de ilusiones, como la que engendró la frase “le vendieron un buzón”.
El retrato de una figura masculina, fumando o con las manos en los bolsillos, el sombrero requintado y con sus espaldas apoyadas en el buzón, se utilizó hasta el hartazgo para sintetizar una imagen clásica del porteño de la primera mitad del siglo XX.
El correo en 1972 bajo el gobierno de facto pasó a denominarse ENCOTEL y 20 años más tarde con las privatizaciones masivas, pasó a manos de SOCMA (Grupo Macri), cambiando su nombre por ENCOTESA, luego Correo Argentino. Las desregulaciones del mercado postal abrieron el juego a una cantidad de correos privados y desde 1997 Correo Argentino comenzó a tener dificultades económicas y luego fue a concurso de acreedores. En 2004 el Estado Nacional se hace cargo nuevamente del principal correo del país, manteniendo la denominación. Desde años antes había comenzado la decadencia del buzón. Nuevas modalidades de entrega y recepción de piezas postales y encomiendas, lo van marginando del importante lugar que ocupó durante más de un siglo.
En 1982 durante la recuperación de las Islas Malvinas, en Puerto Argentino se habilitó una oficina de correos llamada Radiopostal Islas Malvinas. Allí también mediante el franqueo, se afirmó la soberanía.
Poco después un funcionario de ENCOTEL explicaba el retiro de buzones de las calles porteñas: “La empresa defiende su negocio y ha retirado solo aquellos buzones que,por el escaso tránsito de correspondencia, no le resultan rentables” explicó a un matutino. Un buen argumento para desalentar a algún tardío comprador de buzones.
En 1998 la empresa todavía intentó un reposicionamiento y la renovación de buzones fue parte de la estrategia. Volvieron al color rojo clásico abandonando el melancólico azul, tan ajeno a la tradición. Se los dotó de cerraduras especiales y pintura poliuretánica antigraffiti. Pero el auge de las mensajerías privadas y finalmente los e-mails dejaron viejos en pocos años, a los fax y sobre todo a los buzones.
Un registro de 1998 informó que 1.453 buzones continuaban en servicio en la ciudad de Buenos Aires y unos 7.000 en el Interior. Pero la decadencia llegó inexorable. De a poco fueron retirados y unos pocos quedaron defendidos por los vecinos, como testimonio mudo de un tiempo que se fue definitivamente. Pero solo albergan chapitas y otros residuos menores, arrojados por algún pibe travieso. Muy lejos de aquel “chiste”, cuando un irresponsable tiraba dentro un cigarrillo prendido y hasta fósforos, cuando el buzón rebosaba de cartas. Entonces eran verdaderas catástrofes.
Aunque hayan ido a parar a algún depósito como una masa de chatarra informe, los buzones ya son parte entrañable de la memoria popular.