Hipólito Yrigoyen tuvo el doble mérito de ser promotor de la recuperación del sufragio universal y primer presidente de la Nación, elegido bajo la plena vigencia de esa disposición constitucional. El derecho al voto había sido conculcado por los distintos gobiernos que a partir de la sanción de la Constitución Nacional en 1853 mediante el fraude y el establecimiento de sistemas electorales defectuosos, no permitían que la ciudadanía se expresara libremente. Contra ese estado de cosas, la Unión Cívica Radical (UCR) fundada por Leandro Alem, Yrigoyen y otros, provoca insurrecciones armadas de carácter cívico militar en 1890,1893 y 1905; predica la abstención electoral y reclama el sufragio libre como primer paso de lo que Yrigoyen denomina “reparación al pueblo”.
La sucesión de gobiernos liberal-conservadores, hace caso omiso de ese reclamo, desconociendo a las nuevas fuerzas sociales que políticamente se expresan a través del radicalismo (clases medias criollas e hijos de inmigrantes en ascenso) y que exigen se reconozca su lugar en la sociedad. También presiona la incipiente clase obrera que carente de todo derecho, adhiere al anarquismo como doctrina política y en menor medida, al flamante Partido Socialista presidido por Juan Bautista Justo. En esa Argentina que tiene una gran dinámica económica pero que socialmente está profundamente escindida, la UCR conducida por Yrigoyen continúa con su intransigencia revolucionaria hasta lograr en 1912, la sanción de la llamada ley Sáenz Peña. La misma garantiza el voto universal, secreto y obligatorio, para todos los argentinos mayores de 18 años, tomando como base el padrón del servicio militar. A partir de esa fecha, la UCR retira su abstención y en 1916 gana la presidencia de la Nación con la fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna. Ese radicalismo, por su carácter movimientista y por algunos aspectos doctrinarios, se asemeja a la otra fuerza que surgirá décadas más tarde, con el nombre de peronismo.
Yrigoyen en el gobierno, mantiene la neutralidad del país en la Primera Guerra Mundial, moderniza la universidad y se preocupa por la grave cuestión social, a pesar de que durante su gestión se registró la feroz represión antiobrera conocida como Semana Trágica en 1919 y también los acontecimientos de la Patagonia en 1921, que culminan con decenas de trabajadores fusilados, luego de una huelga liderada por anarquistas. Más allá de algunas ambigüedades, su gobierno fue un paso adelante en la democratización de la sociedad argentina.
Lo sucede en el período 1922-1928, Marcelo Torcuato de Alvear, exponente de los sectores más conservadores de su partido y representante del viejo patriciado argentino. Tras la fractura de la UCR, en 1928 confrontan el ala denominada “Yrigoyenismo” que propone a Yrigoyen para presidente, y los “antipersonalistas” con la fórmula Melo-Gallo y el apoyo político y económico de los sectores más tradicionales.
Yrigoyen derrota ampliamente a sus opositores, pero en poco tiempo, una evidente lentitud en la gestión pública, la confluencia en la protesta de sectores aparentemente opuestos, como los partidos de izquierda, los conservadores, los estudiantes universitarios y los sindicatos, contribuyen a restarle espacio de maniobra al anciano presidente. El “crack” financiero mundial de octubre de 1929 desnuda la profunda debilidad de la estructura económica argentina, pero para Yrigoyen, las consecuencias de ese desastre internacional se convierten en un obstáculo insalvable. La crisis se hace sentir en el país, y todas las miradas se concentran en el gobierno. Lo acusan de corrupto, totalitario e ineficiente. Los rumores sobre su presunta incapacidad, llegan a tal punto que una anécdota de orígen desconocido, sostiene que al presidente, sus allegados le imprimen un diario especial para él, que sólo contiene buenas noticias. Semejante especie nunca fue probada, pero la calle la dio por cierta y así encontró una explicación al supuesto divorcio que el mandatario vivía con la realidad de sus gobernados. Desde entonces, “El diario de Yrigoyen”, se incorporó al anecdotario porteño y se transformó en una de esas frases que a quien la padece, lo pone en el lugar de un tonto o por lo menos de un ingenuo.
Hipólito Yrigoyen fue derrocado por un golpe militar en septiembre de 1930 y tres años más tarde falleció, luego de ser prisionero del dictador José Uriburu, quien lo había desplazado del gobierno. Su sepelio fue acompañado por una multitud hasta entonces nunca vista en las calles porteñas, teniendo esa muestra de dolor colectivo, un evidente carácter de desagravio. El paso del tiempo, fue separando la frase mencionada del contexto histórico y de su presunto protagonista, para incorporarla definitivamente al repertorio intemporal del habla porteña.
Contra el Diario de Yrigoyen
“El corrimiento de Monzó es un hecho inédito para un dirigente que no sólo es tercero en la línea sucesión, sino que garantiza leyes en el Congreso, un rol político institucional que es crítico en este gobierno que no tiene mayoría propia en las cámaras.
“Emilio no trabaja en la redacción del diario de Yrigoyen», graficaron a LPO desde el espacio de Monzó, en una crítica velada a Marcos Peña, el principal apuntado cuando se cuestiona al marketing. «El esquema Festilindo lo pudimos aguantar en la Legislatura porteña, pero no en el gobierno nacional», agregaron las fuentes.”
La Política On Line – 02-09-16