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Pepita Avellaneda
A mí me llaman Pepita, jai-jai / de apellido Avellaneda, jai-jai / famosa por la milonga, jai-jai / y conmigo no hay quien pueda…
Pepita Avellaneda

Es justo rescatar del olvido a otras figuras de antaño, o por lo menos refrescar sus nombres, exaltando sus afanes por imponer el “dos por cuatro” o las expresiones nativas, en la época quizá más árida y difícil.- Nombres que si bien no alcanzaron dimensiones extraordinarias en el correr de las décadas, registraron en su tiempo sucesos de popularidad y de adhesión incondicional entre los adeptos a tales manifestaciones.-

En lo que respecta esos viajes retrospectivos por nuestra querida ciudad, es dable comprobar que muchas veces basta la mención de un hecho, de un lugar, de un nombre, para identificar en él , toda la fuerza de colorido de una época y el pintoresquismo de los personajes que en ella actuaron.- De esas emociones pretéritas, surge el recuerdo de Linda Thelma, la estilista cuyo nombre lleno una etapa brillante en los escenarios del “varieté” porteño, y de la cual, alguien habrá de escribir, un día, la biografía amplia y minuciosa que su trayectoria artística merece.- La otra figura cuyo nombre surge también espontáneo, en este desfile de recordaciones ciudadanas, es el de Pepita Avellaneda.-

Allá por 1904 se había instalado en el destartalado pero si pintoresco “Concierto Varieté”, de la calle Rivadavia 1220, una cancionista de motivos criollos, en los que intercalaba tangos con letras primarias, bravías y cuplés de intención por demás picaresca.- Interpretaba desde tan sugestivo escenario, aparte de sus canciones, atrevidos diálogos con sus compañeros de atrevidos diálogos con sus compañeros de labor.- En ese humoso y maltrecho “Music-hall”, la entrada era libre, pero la consumición obligatoria.- La atención del público corría por cuenta de robustas “camareras” muy experimentadas en la atención de esa especialista concurrencia, que cumplían sus menesteres ágilmente, sorteando sillas, mesas, defendiéndose de pellizcos y esquivando hábilmente las manos que buscaban posarse “distraídamente”, sobre las partes más sinuosas de sus cuerpos.-

Los gritos y los silbidos significaban el preámbulo de las bataholas que se armaban, con volar de vasos, bandejas y reparto generoso de “bastonazos” y “botellazos”, ya por enfrentamiento de “barras” rivales o por el mero hecho de no ser del agrado del público el espectáculo que en esos instantes se ofrecía.-

Sin embargo, el desvencijado “Concierto Varieté” sirvió para que se hiciesen sus “pininos” teatrales, tres autores  que a breve plazo iban a convertirse en figuras relevantes de la escena nacional: Tito Livio Foppa (con el tiempo convertido en diplomático y que en esa época dirigía la revista “Varieté”); Alberto Novion (futuro autor de “Bendita seas”, “El vasco de Olavarría”, y “Don Chicho”, entre muchos otros éxitos) y Carlos Mauricio Pacheco, maestro del sainete, de quien basta citar una de sus dos obras, “Los Disfrazados”, para apreciar sus quilates.- Los nombrados se encargaban de escribir los “sketchs” para un pequeño conjunto teatral que allí actuaba como complemento de los números de variedades en el que se destacaban la criollísima Pepita Avellaneda, y que dirigía don Carlos Coletti, una figura que luego popularizo pintorescamente su nombre en el ambiente teatral porteño.-

Pepita, que en realidad se llamaba Josefa Calatti, era de carácter impulsivo, que ante nada se arredraba y capaz de “poner en vereda” a toda una “indiada”, aun a costa de tener que bajar del escenario y empezar a repartir “cachetazos” entre los “patoteros”.- Sabia “cantar las cuarenta” al más “pintado”, pero era camarada leal , sin guardar luego el más ligero resquemor y mostrándose siempre dispuesta a brindar su ayuda desinteresada.- Alternaban con ella Dorita Miramar, “La Pamperito” y “La Bibiana”, tres buenas cancionistas de la época; Esteban Fresquet, actor y excelente bailarín de tango, que hizo “varieté” en “dúos” eventuales con las nombradas; Rosita Tejero, bailarina española y coempresaria del teatro, completando el grupo, actores y actrices, muchos de cuyos nombres cayeron en el olvido-

Pepita Avellaneda

El popular, el mitológico Ángel Gregorio Villoldo, espíritu inquieto e infatigable, que paseaba su lirismo por las calles porteñas, impregnada de sus músicas, de sus versos, de sus estampas suburbanas, y que gozaba de grandes simpatías en aquel ambiente, pronto entabló una amistad entrañable y desinteresada con Pepita Avellaneda.- Solía colaborar en la creación de diálogos y escenas, aparte de componer muchas de las paginas musicales que allí se interpretaban.-

Una de esas noches borrascosas del “Concierto Varieté”, los programas anunciaban el desfile de bailarinas internacionales “canzonetistas”, “malabaristas”, “romancieras” y, en medio de esa pintoresca amalgama, la actuación de “Flo”, campeón de “tiro al blanco”, que ostentaba los antecedentes de sus presentaciones anteriores  en el “Casino” de la calle Maipú y de su “tournée” por Europa.- A los nombrados se agregaba la habitual intervención de Pepita Avellaneda.-

Entre gritos, silbidos y conatos de agresiones, se había ido desarrollando parte del programa cuando llegó la noticia de que uno de los actores de la “petit-pieza” que se iba a ofrecer- Rodríguez de apellido, más conocido “por el del lunar”- estaba enfermo, por consiguiente, imposibilitado de actuar.-

La situación se tornaba difícil, por la falta de tiempo para encontrar una solución que permitiese salvar el trance.- Suspender el “sketch” hubiese sido suicida, pues con la seguridad, el público iba a reaccionar violentamente y, el ya bastante castigado “Concierto Varieté” de la calle Rivadavia, quedaría hecho trizas de una vez por todas.- Salir del escenario para explicar las causas, tampoco era posible.- ¿Que osado iba a atreverse a cargar sobre sus espaldas tan riesgosa misión, sabiendo al instante seria blando indefenso de toda clase de proyectiles, a más de los consabidos epítetos insultantes?

Coletti, el director del conjunto, se movía nervioso, sin saber qué decisión adoptar.- Alguien de la empresa entonces sugirió.- Alguien de la empresa entonces sugirió: ¿Por qué no preguntarle a “Flo”, el campeón de “tiro”, si estaría dispuesto a ocupar el lugar del ausente? ¿Acaso no los traía locos a todos con sus chanzas y ocurrencias? ¿Esa andanada de chistes sabrosos, cuentos de grueso calibre y anécdotas “picantes” que tenía permanentemente a flor de labio, no terminaban siempre en medio de estrepitosas carcajadas?- Por otra parte, era de los pocos, sino el único, que junto a Pepita Avellaneda, enfrenaba a ese especialísimo público sin denotar el mínimo terror; aún más “toreándolo”, a fin de poder aplicar la agudeza de su ingenio.- El papel del actor enfermo no podía serle desconocido puesto que el contacto casi directo del escenario con los precarios “camarines” obligaba a escuchar, noche a noche, aun sin quererlo, cuanto allí se decía.-

Consultado “Flo”, tras ciertas vacilaciones aceptó; un tanto por salvar a sus compañeros de la difícil posición, influenciado asimismo por la generosa mediación de Pepita, y también dejándose llevar por un espíritu aventurero, que lo impulsaba a afrontar toda clase de situaciones, por insólita que ellas fueras.- Antes de salir a escena, Coletti hizo cien recomendaciones que  “Flo” escucho con displicencia, o no escucho.- Pepita Avellaneda y Villoldo, conocedores del carácter de su amigo, observaban en silencio, expectantes…

Cuando le marcaron su entrada, lo hizo con la tranquilidad propia de un veterano de la escena.- Instantes después, todos los espectadores del “Concierto Varieté”- “carreros, compadritos, viejos verdes, mujeres equivocas, niños bien”-, bramaban entusiasmados ante el desenfado de ese actor, al que no alcanzaban a reconocer bajo su caracterización y que les impedía hacer la más breve pausa en la risa, pues los ametrallaba con una sucesión interminable de chistes, que en ciertos pasajes hacia extensivo a sus compañeros de labor.-

Estos, sorprendidos y desconcertados, lo veían desenvolverse con una desenvoltura total, imaginando quizá, en su creciente confusión que ese “Flo” de cejas arqueadas y espesas, que mostraba dibujada en su rostro una sonrisa de fadno, bien podía ser el mismo diablo, surgido de las entrañas de la tierra para enloquecerlos a todos y luego desaparecer en medio de una gran llamarada.-

Inaugurado en 1924 – Demolido en 1960
Evocado por Enrique Cadícamo en su tango Adiós Chantecler
Facebook – 12-10-14

Entre bambalinas, Coletti seguía pálido y ojeroso; Pepita aprobaba entusiasmada cada gesto, cada palabra del flamante actor, Volloldo se mostraba feliz, gozoso y se acariciaba los grandes “mostachos”, dilatados sus labios en una ancha sonrisa.- Esa noche, en el humilde y crujiente escenario del “Concierto Varieté”, surgía una estrella que a través de los meses y de los años, iba a mostrarse cada vez más grande, mas refulgente…Había nacido para la escena, Florencio Parravicini…

Con el tiempo, “Parra” pasó al “Roma” de la calle 25 de Mayo y junto con él marchó Pepita Avellaneda.- Las cosas que hicieron allí no son para detallar, pues se ofrecían escenas tan escabrosas, que daban lugar a continuas sanciones municipales: hasta que en 1906, Parravicini pasó al “Apolo”, requerido por don Pepe Podestá, para ocupar la ausencia de su hermano Pablo y hacer de “Panete” de Ulises Favaro.-

El genial bufo, amigo leal, quiso que con el marchase Pepita Avellaneda.- Pero esta vez, la compañera de tantas andanzas se negó.- Intuyó que allí, en el “Roma”, o en otra sala similar, culminaba su destino artístico y que en el teatro de la acogedora calle Corrientes, comenzaba en cambio la trayectoria del actor genial.-

Ocultando bajo su aspecto de mujer fuerte la tristeza que le provocaba la ausencia del camarada de tantas horas de bohemia, Pepita busco alivio en los tangos de su otro gran amigo, Ángel Villoldo, cantando noche a noche para un público incondicional los versos de “El Torito”, esos otros que “el papa del tango” le pusiera a el “Entrerriano” del moreno Rosendo Mendizábal:

A mí me llaman Pepita, jai-jai
de apellido Avellaneda, jai-jai
famosa por la milonga, jai-jai
y conmigo no hay quien pueda…

Villoldo, una vez más contribuía a cimentar la fama de una cancionista que se arraigó, por muchos años, en los gustos de un gran sector del público, por su temperamento criollo y su particular manera de interpretar los motivos suburbanos.-

Más tarde, Pepita Avellaneda paso a cantar en algunos de los cafés-conciertos del barrio de la Boca, y alcanzo a hacerlo también en los desaparecidos “Armenonville” y “Palais de Glase”.-

Tiempo después, el público porteño la perdió de vista , hasta que allá, al promediar la época “del veinte”, nuestro querido e inolvidable amigo, el cantor Carlos Marambio Catan, autor a su vez de los versos de los tangos “Aquaforte” y “Buen Amigo”, la localizo en la ciudad de Mendoza, ya retirada de los escenarios, regenteando una casa que solo habría de noche y a la que concurrían políticos, bodegueros, funcionarios públicos…en fin, todos aquellos que haciendo un paréntesis en su labor o buscando una distracción que compensara las horas dedicadas a sus ocupaciones, encontraban en lo de Pepita un lugar alegre, con buena música, espirituosas bebidas, atracciones novedosas, excelente compañía femenina para bailar y pasar una noche divertida y , además, la parla amena de la duela de la casa, que relataba con inimitable gracia, anécdotas de su vida aventurera y asaz pintoresca.- Continuaba Pepita mostraba su temperamento bravío (“genio y figura hasta la sepultura”), pero era también una mujer dadivosa hasta lo inverosímil, y un corazón sensible ante la desgracia ajena.- Todo lo daba y ningún necesitado se quedó sin ayuda cuando recurrió a su bondad sin límites.-

Con el tiempo, Pepita Avellaneda abandono la hermosa provincia cuyana y torno a Buenos Aires.- Décadas después, el 21 de Julio de 1951, Josefa Calatti- Pepita Avellaneda en el consenso ciudadano- , marchose para siempre.- Ella, que había concitado tantos entusiasmos y aplausos en la difícil época precursora de la canción ciudadana, que había extendido tantas veces su mano generosa a los desamparados de la suerte, se desempeñó hasta último momento como modesta encargada de “guardarropas” en el viejo “Chantecler” de la calle Paraná.- Los jóvenes porteños que noche a noche concurrían al tradicional centro de diversión nocturna, ¿estarían interiorizados del pasado de esa anciana que cumplía sus humildes tareas siempre con una sonrisa cordial?

(*)Enrique Horacio Puccia es Académico Titular desde 1990.- Este trabajo forma parte de su legajo personal.- Integra el Consejo Directivo.-

¡Viva el Tango!-1995- Por Enrique Horacio Puccia, “Un nombre para el recuerdo, Pepita Avellaneda”  – de la Academia Nacional del Tango

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