Pecados Capitales Versus Virtudes No Capitales
El mundo dogmático de la civilización occidental y cristiana, genera no solo principios, sino que, además, límites rígidos que no aceptan grises. Fundamentos como verdades indiscutibles e indivisibles. En ese terreno fértil se desarrolla el mundo de los pecados y virtudes humanas. ¿Cuánto más próximos a las virtudes se estará más cerca del Cielo, y cuanto más cerca de los pecados, más próximos al Infierno?
Los pecados, también llamados vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana se inclina. Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios, excesos y gravedades de las conductas humanas.
En el siglo VI, el papa romano Gregorio Magno elaboró por primera vez la lista de los 7 pecados capitales. Posteriormente, Santo Tomás de Aquino los ordenó y enumeró: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
A los pecados capitales se les contraponen 7 virtudes: castidad, templanza, generosidad, laboriosidad, paciencia, caridad y humildad. En definitiva, hablamos del hilo de dos puntas que el ser humano no logra ovillar por completo.
La soberbia (en latín, superbia) es considerado el original y más serio de los pecados capitales, y es la principal fuente de la que derivan los otros.
Las personas soberbias se creen superiores a los demás. El narcisismo o vanidad es una manera de demostrarlo. El Papa Francisco “advierte de que el orgullo y la soberbia son los dos «peores» pecados de los católicos. Es la actitud de quien se pone delante de Dios pensando que tiene las cuentas en orden con Él».
Ahora bien, muchos artistas han sido inspirados por los 7 pecados capitales para sus creaciones. Entre ellos se halla Dante Alighieri con su obra poética La divina comedia que representa las tentaciones al pecado. Cabe la pregunta: ¿ el mundo de la virtualidad no es en algún punto un canto a la divina tentación de trascender con el ego al son de la vanidad?
Cada uno y cada cual, tendrá su propio parecer, su propia circunstancia y hasta su anhelo trascendental, pero me pregunto ¿cuánto hay de reconocimiento de unos a otros, cuando la red teje espejismos fáciles de confundir con un Narciso a punto caramelo?
La soberbia unida a cualquier forma de poder engendra no solo desigualdad, sino que además una especie de miedo ancestral. En el mundo de la vanidad poco y nada se puede gestar en común, más que algún monólogo de ensordecedor aplauso egoico. En el modo “soberbio” ni siquiera cabe la posibilidad de compartir felicidades conjuntas, porque la vanidad es la niebla humana que impide ver más allá de la nariz, dijese mi abuela. En fin, a la soberbia se le contrapone la humildad, virtud que tiene mucho de entrega y emoción compartida, La humildad nos recuerda cuán humanos somos, con defectos y virtudes, sin hacer alarde de bienes materiales o intelectuales y suscita una mirada amplia del corazón frente a la vida misma. Así cómo se aprende a ser soberbio, se aprende también a valorar las cosas sencillas que no tienen precio, y que justamente es la vereda opuesta de la vanidad.