En mis épocas más mozas la frase uno nunca sabe era utilizada con bastante frecuencia por las matriarcas de mi clan familiar. Debo explicar que se usaba bajo ciertas circunstancias que para mí eran imprecisas, pero nunca reclamé ni protesté porque ¡uno nunca sabía!. Esa frase manejaba mis intenciones y las transformaba en los deseos del adulto que las pronunciaba, llámese mamá, abuela o tías. Hoy la recordé pues, saliendo de la peluquería, la joven que me atiende me la lanzó como pelota de softball cuando terminaba el trabajo embellecedor con quien suscribe. La diferencia fue lo que no produjo en mí.
Cuando yo la escuchaba de pequeña, y a riesgo de que me califiquen de tremendista, la asociaba con temor, enfermedad, accidentes, vergüenza pública, catástrofe, sorpresas no necesariamente agradables. Yo pensaba que uno nunca sabe era una especie de fantasma que se podía pasear por donde yo estuviese y ¡zúas! haría de las suyas si yo no había cumplido con los sabios consejos (¿órdenes?) de mi señora madre o de mis sustitutas tías. Por ejemplo, cuando sonaba la alarma de mi despertador para ir al colegio yo saltaba de mi cama cual resorte. Me duchaba y arreglaba, tomaba el desayuno y agarraba mi bolso de libros… lista para la jornada escolar. Mi mamá, justo antes de que yo partiera, se daba una vueltica por la habitación para ver el estado en el cual había quedado la misma. Muchas veces me devolvió de la puerta para que arreglara y “tendiera” la cama porque uno nunca sabía. Lo mismo aplicaba con la ropa interior. Hacía una inspección rigurosa del estado de mi lingerie (para que suene más sexy y actualizada con el espíritu de estos tiempos); si veía algo demasiado usado o en mal estado habría que cambiarlo antes de salir porque uno nunca sabía. Siendo venezolana y rindiendo culto a la belleza, ella, no yo, era imposible salir sin aplacar mis rizos con peine y cepillo Stanhome o colocar lápiz labial, porque uno nunca sabía. La casa debía estar impecablemente limpia pues uno nunca sabía. Ni hablar del ámbito laboral; cambiarse de empleo con la intranquilidad de un saltamontes o no querer pasar añales en una empresa hasta que la jubilación nos alcanzará, eran signos de inmadurez ya que uno nunca sabía. Al escoger un novio o una futura pareja el candidato debía tener solvencia (lo que eso signifique), una profesión u oficio definido pues uno nunca sabía. Había que votar religiosamente en las elecciones presidenciales del país porque uno nunca sabía. Entre paréntesis, yo no he dejado de votar desde que pude ejercer ese derecho ciudadano.
Así como los ejemplos anteriores tengo miles que regían mi día a día en los períodos de infancia, adolescencia y principios de mi adultez. Probablemente ahora tuviese más volúmenes que la Biblioteca Nacional, pero mi mamá falleció a mi edad actual así que me perdí de unos cuantos uno nunca sabe. En mi heredada colección algunos eran relacionados a salud, otros a cocina, otros a ética y buenas costumbres, otros a estética, otros laborales… indiscutiblemente interesantes pero con una característica peculiar. Todos estaban basados en el temor sobre aquello que podría pasar si no se hacía lo que se debería hacer. Cuando Kirssy, mi peluquera ahora autoproclamada estilista, me dijo que debía estar arregladita y hermosa porque uno nunca sabe me quedé reflexionando. ¿Será que me voy a morir y me pueden encontrar desarreglada? ¿Será que va a aparecer un príncipe azul en la puerta de mi automóvil y yo no estoy presentable? ¿Será que ella sabe algo que no sé? Pensé sobre esa vaga entidad del uno nunca sabe. Medité en lo genial que sería aprender a hacer las cosas por convicción, entendiendo el beneficio que genera nuestra acción, en la importancia de hacer todo bien desde el inicio, en la repercusión de cada cosa que emprendemos bien sea grande o chiquita, relevante o trivial. Todo sin utilizar el miedo como forma de advertencia para corregir conductas o para lograr fines.
Afortunadamente para mí, muy tempranamente, el uno nunca sabe se convirtió en es muy conveniente, su legendario hermano súper poderoso, objetivo y asertivo. Así que entendí que lo que mamá quería era que aprendiera a ser mejor cada día en las diferentes dimensiones de mi vida.
¿Flores para el terrorismo perturbador del ‘uno nunca sabe’?
Aspen para el temor a lo desconocido, a eso que puede suceder cuando uno nunca sabe. Ese temor que no podemos describir y que se manifiesta como presagios. Nos permitirá identificar la fuente del miedo y trabajar sobre él.
Cherry Plum para esos temores descontroladores que hacen que hagamos cosas inesperadas como hacernos daño o hacer daño a otros, a volvernos locos. Nos ayudará a calmarnos, pensar quietamente y volver al control natural.
Rock Rose si ante el uno nunca sabe quedamos paralizados como piedra y ni siquiera podemos actuar, hablar y/o responder. Nos dará serenidad y capacidad de actuar ante el intenso miedo.
Me imagino que el fantasma del uno nunca sabe es primo hermano del Coco, del hombre de la mochila, del viejo de la esquina, del monstruo que vive bajo la cama y del policía que usan algunos padres para serenar a los muchachitos sobre estimulados que no se calman con nada ni con nadie.
Entender es materia de razón no de coacción ni temor. Tratemos de cambiar el uno nunca sabe por el es muy conveniente a ver qué nos pasa. A lo mejor nos sorprendemos gratamente.
Marielena Núñez – (@MarielenaNunez) – 20-03-18 – Meditación – Inspirulina
Uno Nunca Sabe (Unplugged)
Un día de sol que está lloviendo
Una querella que no tiene argumento
Una canción sin conclusión
Un plazo que nunca le llega su momento
Una semana de nueve días
Un barco navegando en plena avenida
Un cigarrillo sin su cerillo
O un diamante que no tiene ningún brillo
Uno nunca sabe que es lo que puede pasar
Y es que paso a paso
Va inventándose el destino
Uno nunca sabe con quién se puede encontrar
Pero el corazón siempre nos muestra el camino
Una llamada de madrugada
Recibir sueldo por tener que hacer nada
Una escalera a ningún piso
Un beso en la boca sin pedir permiso
Un acertijo sin solución
Una teoría que no tiene explicación
Usar pijama en pleno día
Sin un boleto ganarse la lotería
Un trovador sin repertorio
Un radio que se enciende en pleno velorio
Un policía sin delincuente
un hombre invisible en medio de la gente
Un día de fiesta que no termina
Un agujero pa’ escapar de la oficina
Una caricia inesperada
Pisar la luna con tan solo tu mirada
Pero algo si sé
Y es que quiero estar contigo
En tu alma encontré la fuerza, la fe y mi destino
Fuente: LyricFind
Compositores: Fabian Andres Alicastro / Pablo De La Loza
Letra de Uno Nunca Sabe (Unplugged) © Peermusic Publishing, Cda Music Group Inc.
Uno Nunca Sabe
Roberto Fontanarrosa – 1993
Lo primero que le preguntó Mario apenas el Mochila se sentó, fue «¿La conocés a esa mina?».
—¿Cuál?
—La que saludaste recién.
Mochila giró apenas la cabeza hacia atrás.
—¿La Flaca?
—Sí.
—Sí, la conozco. Es amiga de mi jermu.
—Me emputece esa mina —dijo Mario en voz baja.
—¿Mi jermu?
—No, boludo. La Flaca, la que saludaste.
—Ah… ¡Mirá qué boludo que sos vos! A todo el mundo lo enloquece la Flaca.
¿Qué te parece?
—¿Qué? —se alarmó Mario—. ¿Vos también estás jugado en ese palo? ¿Te
anotás ahí también?
—No. Yo no. ¿No te digo que es amiga de mi jermu? Estudiaban juntas en la
Cultural. Tendría que ser muy loco para tirarme en ésa. Pero… te digo…
—Que ganas no te faltan.
—Ganas no me faltan…
Se quedaron en silencio. Mochila controlando las otras mesas, viendo quién
había. Mario tocándose cuidadosamente los dientes de adelante con la uña del dedo pulgar de la mano derecha.
—Me tiene loco esa mina —repitió, como para sí mismo. Como si el tema fuese demasiado íntimo como para compartirlo y debatirlo en una mesa de café. Y asustado, quizá, por haber ido tan lejos.
—Está buena la Flaca —dijo Mochila, que la tenía sentada a sus espaldas—. Y es una mina piola te cuento… Piola, inteligente. Anda suelta, además…
—Medio histérica debe ser…
—Sí. Eso sí… Lógico… —Mochila seguía sin meterse demasiado en la
conversación, en tanto pasaba lista a los presentes— ¡Bah! —se animó de pronto, ya terminado el control—. Como todas.
—Esa jeta que tiene… —medio por sobre el hombro de Mochila, Mario la
espiaba—. Los ojos…
—Y encarala, boludo… ¿Qué esperás? —lo animó Mochila, cruzándose de
piernas, acomodándose en la silla para quedar de espaldas a la calle Santa Fe, mirando hacia el mostrador. Mario hizo un gesto vago con la cabeza, negativo.
—Está sola, boludo —apretó Mochila—. Andá… Si te quedás esperando, por ahí aparece algún vago, o alguna amiga, y se sienta con ella y cagaste.
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