La palabra gula proviene del latín gula que significa garganta, gaznate. La gula es un pecado capital para la religión cristiana, se considera un vicio, un deseo desmedido y desordenado por la comida o la bebida que se aproxima a la voracidad.
Más allá de las creencias y dogmas que cada uno abrace o no, asistimos una vez más, a tiempos de exageraciones, glotonería y embriaguez. Este estado de cosas no nos hace nada originales. Si nos retrotraemos en el tiempo, viene a nuestra memoria la vida de los antiguos romanos que consideraban un verdadero placer el acto de comer hasta vomitar, para luego continuar con el mismo gozo, comiendo y bebiendo sin medida, incluso pasando por la lujuria y otras yerbas en el camino de la saciedad. Los estómagos llenos, los límites rotos y el egoísmo cerca. ¿Los corazones? ¿Los corazones en deuda, vacíos y vaciados?
El mundo actual está colmado de estímulos visuales, auditivos, etc. que instan al consumo de todo tipo de cosas para paliar el estado de vaciedad. Así como los antiguos vaciaban sus estómagos una y otra vez, para colmarlos nuevamente en la búsqueda de algo más, que sin dudas no hallaban, en la actualidad parece que sucede algo parecido. ¿Será que el cuerpo busca en el peor de los abismos el rostro de su alma? ¿Será que la voracidad está emparentada con el instinto primario y es difícil salir de allí? ¿Será que la comida y la bebida en exceso es una de las formas de ocultar o paliar el sufrimiento humano?
El hambre lo sufren 800 millones de personas en el mundo, y como contrapartida hay 1000 millones que padecen de sobrepeso, una balanza de dos platillos desnivelados.
Mis abuelos italianos decían que tirar comida era un pecado, las sobras eran para las gallinas, claro que las grandes ciudades han perdido el hábito de criar gallinas, y lo peor de todo, han perdido el hábito de compartir porque la gula también pasa por los intereses, los bolsillos y el diario vivir. Por enésima vez recuerdo a los niños pequeños del jardín de infantes que le enseñábamos el arte de compartir, sociabilizar las masitas, los caramelos, los sentimientos, no era tarea fácil, pero finalmente se lograba, luego todo se desmadra; la gula golpea a la puerta de demasiados lugares y el corazón se vuelve a cerrar. Sin dudas, la voracidad del Siglo XXI nos viene ganando por goleada, pero como buena soñadora que soy pienso que habrá tiempos mejores, me digo al oído para convencerme, no es cuestión de enturbiar el horizonte, en él habita el futuro y en el futuro habita la sangre de nuestra sangre.