EL TEMPE ARGENTINO D. Marcos Sastre. s/f. El Tempe Argentino, 11ª ed., Ivaldi y Checchi Editores, Bs. As., págs. 1; 86-89 y 268-273. Primera Edición: Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1858.
(EL CARPINCHO EN EL LIBRO “EL TEMPE ARGENTINO” SELECCIÓN)CAPITULO XIII EL CARPINCHO, EL QUIYÁ, EL APEREÁ, EL CIERVO)
De los abundantes recursos con que nos brindan las islas del Paraná, para el sustento del hombre, prefieren los isleños dos cuadrúpedos seme-anfibios, de carne sabrosa y sana: el carpincho o capibara, y el quiyá, impropiamente llamado nutria; ambos pertenecen al orden de los roedores.
No es pues el carpincho un chancho como muchos se han creído: lo único en que se le asemeja es en la abundancia de su tocino y en el sabor de su carne, en lo grueso de su cuerpo y en lo cerdoso de su pelo que es pardo y tiene debajo otro más corto y fino. Nunca llega a ser tan grande como el cerdo, pues el mayor carpincho no tiene más de cinco palmos de largo; su cabeza es muy corta, parecida a la del conejo, con el hocico mucho más romo, las orejas muy pequeñas, redondas y sin pelo; la boca chica con dos dientes incisivos en cada mandíbula; largos y corvos; carece de colmillos y de cola; las piernas son cortas, y más las de adelante que tienen cuatro dedos provistos de uñas anchas y obtusas ; las de atrás solo tiene tres dedos.
Difieren del puerco, tanto por su forma como por su índole y costumbre. El carpincho es el animal más corpulento entre los roedores. Anda mucho en el agua, donde nada y zabulle, sacando con frecuencia la cabeza para respirar, no camina comúnmente sino de noche, sin alejarse de la orilla de agua, porque, corriendo mal, a causa de su excesiva crasitud y de sus cortas piernas, no halla su salvación sino precipitándose en el río cuando se ve perseguido.
Dos criados en mi casa, no comen sino vegetales, y no se sirven de sus pies para asegurar la comida. Estos dos carpinchos, con otros más, fueron extraídos del vientre de una carpincha cazada en mi isla. Una de mis hijas los ha criado con leche de vaca, y le han cobrado tal afecto, que la siguen y acuden a su voz. Son de índole mansa y tranquila; ni aun en el estado salvaje acometen nunca a los hombres ni a los perros; no hacen amistad ni riñen con los demás animales.
No dudo que la raza pueda fácilmente reducirse a la domesticidad; lo que sería una adquisición útil, por lo apetitoso de su carne y su mucho lardo; por su fecundidad, pues se asegura que dan hasta ocho hijos en cada parto; y por la baratura de su alimento, como que son animales herbívoros. Los que tenemos en casa se han aquerenciado tanto, que a pesar de vivir en entera libertad y en el campo, todos los días, después de satisfacer su necesidad de comer y bañarse, vuelven a reposar y tomar el sol en el patio, y cuando se les deja afuera de noche, bregan por entrar arañando las puertas.
Gustan que los alaguen; se dan con todo el mundo, y no se irritan aunque los maltratan. Los carpinchos pueden clasificarse entre los paquidermos, por lo grueso y fuerte de su cuero; curtido, es de mucha duración, y se le emplea en calzado y otros usos; pero los isleños poco se aprovechan de la piel, porque generalmente destinan el carpincho para su mesa, preparándolo de aquel modo peculiar a nuestro país, que da a las carnes una ternera, un olor y un sabor tan especiales: el asado con cuero.
Colaboración Carlos Suarez – Copiado el 24 de Agosto de 2021