Es probable que todo lector haya sufrido un desengaño amoroso tan fuerte, tan doloroso, que lo haya llevado a desear borrar los recuerdos de aquella relación. Extraer de la mente cada imagen, cada memoria olfativa que le remita a esa persona especial. Un botón de “suprimir”, como en los teclados de las computadoras, o una aplicación simple que permita erradicar del cerebro todo rastro de forma tan simple como borrar una foto de una red social.
¿Hasta dónde serías capaz de ir en pos de conseguir ese resultado? ¿Aceptarías un daño cerebral menor para “limpiar” tu cerebro?
En el universo de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos existe una empresa, Lacuna, que desarrolló una máquina capaz de crear un mapa virtual de todos los recuerdos asociados a la persona o evento que provoca el dolor, y tras una noche de sueño con una extraña máquina adosada a tu cabeza, unos técnicos toman el control y, uno a uno, borran cada “archivo” que hay en el cerebro.
Joel Barish, quien recientemente terminó una relación tóxica con Clementine Kruczynski y desea erradicarla de su memoria, le pregunta al doctor Howard Mierzwiak si aquel procedimiento no le puede ocasionar algún tipo de daño cerebral.
—Técnicamente es daño cerebral. — le responde el doctor y creador del procedimiento. —Pero similar al que ocasiona una noche de resaca.
Así, el dolorido hombre debe juntar todos los objetos que le recuerden a ella, hacer un scan del cerebro mientras reacciona a las tazas, dibujos, cartas, fotografías y demás objetos misceláneos para que los técnicos puedan destruir todas las memorias alojadas en la corteza cerebral. Una vez realizado el procedimiento se le notifica a la persona “borrada” que no puede acercarse al cliente porque éste no lo reconocerá, al igual que a familiares y allegados, quienes reciben una tarjeta que les indica que no deben hablar de la persona en cuestión.
La idea es generar un escenario en el cual Joel pueda continuar con su vida sin el menor rastro de aquello que tanto dolor le causó, un mundo más “seguro” para sus emociones.
El procedimiento comienza sin inconvenientes, y los especialistas empiezan a controlar la máquina mientras beben y fuman marihuana alrededor del sedado cliente. La acción se traslada dentro de la cabeza de Joel, que no tarda en darse cuenta que está experimentando recuerdos pasados con Clementine y que, pese a todo el sufrimiento, no quiere dejarla ir. Prefiere el dolor que le produce haber amado y recordarla que perderla para siempre.
Pero no puede despertar. Está sedado, pagó por un servicio costoso —que tiene su pico máximo de clientela los 14 de febrero— y parece imposible escapar a la erradicación definitiva de Clementine. Joel salta de memoria en memoria viendo como todo se desvanece, los paisajes se evaporan alrededor de la pareja que reflexiona sobre su relación, sobre los pormenores que tuvieron en el medio… aunque esto más que una conversación es un soliloquio, ya que en realidad él no habla con ella, habla con el recuerdo de ella, o sea, habla consigo mismo.
En un momento la pareja esta debajo de una sábana. Clementine le cuenta a Joel que, de pequeña, pensaba que era fea, y por eso le había puesto su nombre a una muñeca y le gritaba que tenía que ser bella, con la esperanza que si aquel objeto inanimado podía cambiar, ella lo haría también. Joel la abraza, la besa en aquel espacio cerrado. Clementine le pide entre lágrimas que jamás la deje sola. El promete, pero sabe que no va a poder cumplir. El recuerdo desaparece, Joel queda debajo de las sábanas rogando… “dejen que me quede con este recuerdo”. Pero la maquina sigue su curso, y aquella conversación íntima, aquel pilar emocional se esfuma, como una voluta de humo desapareciendo momentos después de abandonar la taza de te hirviendo.
Joel se da cuenta, tarde, que no quiere borrar a Clementine. Nunca fue tan feliz en su vida como lo fue con ella, y aquello vale más que todo el dolor del mundo que está experimentando. Pero la máquina es implacable, el procedimiento es eficaz, y no puede despertar para interrumpirlo. La desesperación —jamás una buena consejera— lo puso entre la espada y la pared. Tiene que encontrar una solución a su problema, lo tiene que hacer dentro de su propio cerebro que se ve asediado por la goma de borrar más feroz, y tiene que hacerlo rápido, antes que Clementine desaparezca por completo y, con ella, una parte importante de él.
¿Es mejor haber amado y perder que nunca haber amado? ¿De qué sirve la experiencia, por más fallida que sea, si no se puede aprender de la misma? Los errores, al evocarlos, nos permiten evitar repetirlos en el futuro. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es un gran disparador de preguntas importantes, esas que nos hacemos en momentos oscuros, en nuestra intimidad, cuando el tiempo apremia y las soluciones fáciles son tentadoras. Y lo hace de una forma entretenida, tan desgarradora como divertida, que toma la historia de una pareja y elije relatar los eventos de forma creativa, en apariencia aleatoria, como si la estructura del guión intentara replicar la cadena de pensamientos que tiene cualquier persona cuando está rememorando alguna persona en particular. Nadie recuerda en orden cronológico, la memoria esquiva la estructura lineal para seleccionar los capítulos que más le interesan.
Esto puede sonar caótico, pero la maestría de Michel Gondry en comunión con el guionista más rupturista de las últimas décadas, Charlie Kaufman, consigue brindar un espectáculo que replantea los films románticos. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es un romance que salió mal, pero enfatizan que no es necesario para una buena historia de amor acabar en “y vivieron felices para siempre”, porque la vida muchas veces no tiene final de cuento de hadas. Aún en los recuerdos más dolorosos el protagonista encuentra luminosidad, encuentra propósito, encuentra la magia. Como escribió Julio Cortazar es su poema Bolero:
Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Si Joel pierde el recuerdo de Clementine, como la perdió en la vida real, va a perder el último espejo que le queda.
Por eso, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es, probablemente, una de las películas románticas más realistas jamás hechas. Habla de amor, pero se anima a hincar el diente a los aspectos más ríspidos de las relaciones, y tiene un valioso mensaje detrás sobre aceptar la pérdida, aprender a perder.
La película es una pequeña obra maestra de la cual no se habla tanto tras su estreno en el 2004. Gondry es un obsesivo de los trucos visuales en cámara, y acá pone sobre la mesa todo su arsenal mágico, desafiando al espectador con tomas imposibles, efectos que uno juraría fueron generados en una computadora. Las escenas que desafían la estructura temporal tradicional se acomodan tan bien en la percepción del espectador que uno no tiene más remedio que dejarse llevar por el juego, por las preguntas difíciles, porque la narrativa es exquisita, la aventura pseudo-onírica es hipnótica, y porque es imposible no empatizar con el protagonista. Todos tuvimos un desengaño amoroso, todos deseamos en medio del padecimiento apretar un botón y erradicarlo, o tomar una pastilla y esperar un rato a que el dolor desaparezca, como un ibuprofeno para el alma. Pero también sabemos que después de aquellos días, semanas o meses horribles la sanación comienza a llegar, y no importa cuánto esfuerzo lleve, al final la experiencia fortalece.
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos fue también uno de los primeros trabajos dramáticos de Jim Carrey, actor que saltó al estrellato por roles de comedia física e hiperbólica. Acá, exceptuando algunas escenas donde saca a relucir todo su talento para arrancar risas con las contorsiones de su rostro de goma, ofrece una actuación conmovedora, sin exagerar. Complementa el dúo Kate Winslet como la adorable, excéntrica Clementine, un alma libre y atribulada que borra a Joel primero, disparando la trama de la película. La pareja en pantalla se aleja de todo tipo de estereotipos, y ambos actores parecen disfrutar del material con una soltura envidiable, generando una atracción magnética en el público. Ambos son personajes rotos, un poco “raros” a ojos de una sociedad más estructurada. Tanto Winslet como Carrey son partes fundamentales para que el complejo mecanismo de relojería que se esconde detrás del film funcione.
Completan el cast actores de la talla de Elijah Wood, Kirsten Dunst, Mark Ruffalo y Tom Wilkinson, todos estrellas y excelentes artistas que aportan desde los roles secundarios una subtrama paralela a la de los protagonistas, cuyo desenlace se encadena a la perfección con el destino de Joel y Clementine.
La plataforma de streaming Netflix tiene disponible en su biblioteca este enorme film que merece la pena ser visto al menos una vez. Es un disparador de preguntas existenciales fabuloso, escapa al cine convencional “pochoclero” y, sobre todas las cosas, es extremadamente entretenido. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos es una película imborrable, y la ironía en sí ya es deliciosa.