Como sería el mundo sin las armaduras del inconsciente, me pregunté, frente a la casa en ochava.
No me da vergüenza decir que soñar a repetición con una casa desconocida forma parte de mis pesadillas más zonzas. ¿Se puede soñar tontamente, pero al mismo tiempo sentir escalofríos, rayanos con la sensación de estar perdido en medio del universo? Si. Se puede. Así me he sentido los últimos 20 años.
En fin, la casona de mis pesados sueños era el punto de partida de todo. No soy asidua visitante a la ciudad de La Plata, es más, alcanza con los dedos de una mano para recordar las veces que fui. La primera vez fue para visitar una universidad, la segunda fue por una enfermedad de un familiar, la tercera ocurrió en ocasión de visitar un médico especialista en corazón (esa vez fui la paciente) y luego, una vez más, con un motivo más alegre que tengo registrado en fotos.
El caso es que esa casa blanca, de persianas blancas y puerta cancel blanca, me atraía al punto de ir hacia ella como si fuésemos grandes amigos. Al llegar a esa esquina, liberada del sentido de la ubicación, me quedaba extasiada viendo cómo esa amplia ventana podía dar a dos calles a la vez, cómo la paredes relucientes y antiguas, habían sido recientemente pintadas y como ese blancor iluminaba mi mente para dejarme literalmente vacía. Y ahí estaba el problema, la cabeza vacía no se lleva bien con la ubicación en tiempo y espacio y entonces, comenzaba a vagar por la ciudad de La Plata para ir quién sabe hacia dónde, en busca de quién sabe qué cosa. En verdad, quería volver al sentido de pertenencia, ese sentido que se liga a los afectos y al conocimiento, Pero era en vano. Perdida, siempre volvía a la casa en ochava y de allí a ninguna parte. Me despertaba transpirada y sin coraje para volver a dormirme. Ni en sueños se puede estar extraviado porque se pierde el sentido de la existencia a la par del extravío. Hasta que, por esas cosas fortuitas, llegó a mis manos el libro Tiza y carbón; soy de hojear rápido de manera digital y mi mente se quedó congelada al ver frente a mis ojos a la casa en ochava, la de mi extravío. No pregunté nada, no soy de meterme en el mundo de las paredes, y aunque las imágenes suelen hablar por sí mismas, a la casa la miré de lejos. Luego, todo cambió. No sé cómo nacen los sueños, y aunque Freud lo ha explicado de muchas formas, no hay nada que explique lo que ahora sucede. Yo estoy libre de pesadillas, la casa en cuestión es fácil de ubicar, las paredes ya no son blancas porque de a poco las palabras se comieron lo inmaculado, sin embargo, el tiempo se volvió más ligero. En sueños, ahora las cosas son distintas, la casa en ochava es mi casa, lástima que ella no me reconoce como su dueña. ¿Será que se dejó llevar por mi extravío.? Más allá de eso, cuando me miro al espejo me convierto en cientos de pintadas, algunas con tiza, otras con carbón; como sea las palabras siempre nos salvan de estar perdido en el universo. Las sombras de las paredes en blanco que miran hacia dos calles se fundieron en otro lado, y a mí me gusta estar de este lado de las cosas, del lado que atraviesa el muro de la armadura del inconsciente.