A poco de echar a andar la recuperada democracia en 1983, enfrentó una serie de amenazas que en algunos casos tomaron cursos de acción concretos, como la rebelión militar de 1987 o los atentados terroristas de poca gravedad que esporádicamente ponían su cuota de tensión. Pero hubo otro escenario menos dramático donde los disconformes libraban su guerra verbal: las paredes.
De la misma manera que el amplio arco de opinión antidictatorial se manifestaba por esos días mediante pintadas y movilizaciones, hubo también quienes expresaron su solidaridad o nostalgia por los hombres y políticas del proceso militar iniciado en 1976.
Aparecieron con especial énfasis durante el tiempo que duraron las idas y venidas por las que transitó el juicio a los militares acusados de violar derechos humanos.
Desde definir al presidente Alfonsín como el anticristo y vivar a algunas figuras notorias de esa etapa, hasta la misteriosa campaña que sin firmar las pintadas, ni agregar adjetivos ni comentario alguno, se limitaba a escribir Camps a secas.
El General de Brigada Ramón Camps fue designado Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en la dictadura de Videla.
Durante el juicio mencionado quedó probada su responsabilidad en los delitos que se le atribuyeron. Su figura se convirtió en un símbolo del terror que caracterizo la época. Las sugestivas pintadas aparecieron una noche a lo largo de la avenida Córdoba de la Capital Federal y luego se extendieron al centro porteño y a los barrios de Once, Nueva Pompeya, Almagro y otras zonas. Las reacciones que despertaron fueron muy variadas, desde taparlas con cal hasta agregarle calificativos irreproducibles. Otras permanecieron inalterables ante la indiferencia de los vecinos.
Nadie se atribuyó la tarea. Nadie explicó nunca las razones.
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