No se necesita un muerto para escribir un epitafio. Aunque en el arte de injuriar la sentencia fúnebre quizá sea la navaja más filosa- capaz de abrirle la puerta a la muerte para que juegue un poco con el vivo- a nadie se lo acusó de asesinato. El epitafio dedicado a alguien que aún no mordió el polvo, no es crimen, sino confirmación de una verdad: hay palabras que matan.
Como género, ha cambiado de traje a medida que pasaron los siglos y su raíz fúnebre casi es historia. De pretender que los vivos no olviden al muerto (por eso lo imprescindible del nombre) los epitafio se convirtieron en un difícil juego de sentenciar de antemano lo que sabemos irremediable. Esa dificultad radica en la exigencia del género: precisión, brevedad, puntería (donde más duele) y carcajada. El epitafio tiene la obligación de ser memorable, no así la parca.
En su origen late un sentido de justicia (en Spoon Rivers de Lee Master, los muertos se echan culpas unos a otros) que con el tiempo en lugar de enaltecer, se ha convertido en la construcción de un espejo capaz de desnudar al más pintado. Ese sentido justiciero- sepultar a quien está vivo y por alguna razón, no deja de estarlo- es una de las claves por los cuales el género fue desterrado de las lapidas hacia otros ámbitos.
En Argentina el epitafio como llave maestra de la sátira se da por primera vez en las páginas de la revista Martin Fierro
(www.testimoniosba.com/2021/04/25/los-epitafios-de-martin-fierro/Sus integrantes)
(Borges, Marechal, Tuñón, Ernesto Palacios, López Merino, Rega Molina, Tegui y Evar Méndez, entre otros) respaldados en las inventivas de Macedonio, lograron espantar a “la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático”, escribiendo punzantes cuartetas y sentencias que cayeron como bombas contra quienes estéticamente dominaban la escena literaria. Así, próceres como Lugones, Storni, Gerchunoff o Manuel Gálvez fueron finados antes de tiempo:
“Aquí yace Manuel Gálvez,
novelista conocido;
si hasta hoy no lo has leído,
que en el futuro te salves”,
o “Dios de infinita bondad,
haz que al señor Gerchunoff
le injerten, por caridad,
las glándulas de Voronoff
para la mentalidad”.
Es sabido de las broncas de Lugones y Storni ante la sátira de los martinfierristas.- Pero solo quedaron en gestos de rabia por una simple razón: ¿Qué responder ante las definitivas “últimas palabras”? ¿Cómo vengar una broma funeral? – El epitafio no da lugar a polémicas.
Aunque algunos sostengan que el sentido natal del epitafio se ha perdido desde que abandono las lapidas para buscar refugio en coplas p en las páginas de n diario (también en Internet, donde hay convocatorias a concursos), donde mejor vive es en la memoria popular. En México están las famosas calaveras suerte de epitafios humorísticos a familiares o personajes célebres que circulan en forma impresa y adornados con caricaturas de los aludidos y que se escriben solo el 1º de noviembre, Día de los muertos:
“A Diego Rivera
este pintor eminente
cultivador de feísmo
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo”.
En Cuba el género forma parte de una tradición capaz de hacer reír hasta a la mismísima parca:
“Aquí yace Rodolfo Martínez,
ex-tinto”,
o aquel de una crudeza bestial:
“Aquí yace la flaca Susana.
Le entregó a los gusanos,
lo que le negó a los hombres”
o
“Aquí yace el dentista Martínez
este, es el último hoyo que tapa”.
La costumbre del poeta cubano Luis Rogelio Nogueras de tamizar la vida a través del humor se reafirma en la elaboración de epitafios que escribió junto a Guillermo Rodríguez Rivera (ambos fundadores en 1996 de la Revista El Caimán Barbudo, integrada también por Víctor Casaus, Luis Rogelio, Froilán Escobar y otros) y que hasta hoy se trasmiten en forma oral:
“Anuncia el cementerio de La Habana
que deben apurarse para ver
el cadáver de Alejo Carpentier:
Vuelve a Paris la próxima semana”.
Hay quien escribe un epitafio para un muerto (los ejecutores de Robespierre le estamparon en su lapida: “Caminante, no llores mi muerte: si yo viviese tu hubieras muerto”), quien lo escribe para sí mismo (“Aquí yace Nicolás…no pudo más” del propio Guillen), quien lo convierte en fechoría (“Aquí yace Jorge Max Rohde./Dejadlo dormir en pax,/que de su modo no xode max”, revista Martin Fierro) y hay quienes (sobre todo los políticos) se tropiezan con ellos, creyéndolos slogan de campañas o frases célebres. Sin duda a ciertos personajes sus propios dichos los acompañaran hasta el último infierno: “La casa está en orden”, ideal para el mausoleo de Alfonsín; “Síganme que no los voy a defraudar” junto al retrato del innombrable o “Todos fuimos culpables” para un desorientado Ibarra. En el terreno político- gran taller del epitafio- las voces de sus representantes confirman aquel refrán “el pez por la boca muere”.
Al mismo tiempo que en Cuba, se conocieron algunos epitafios escritos por Lázaro García Piniella y Alberto Faya dedicados a los trovadores cubanos – A Silvio Rodríguez:
“Ha muerto Silvio.
De los más prolijos en hazañas,
en cantos y en amores.
Lo lloran multitudes, trovadores,
algunos nietos y numerosos hijos”
Lezama convoco a escritores argentinos a escribir un epitafio destinado a algún personaje de la vida pública nacional. La repuesta fue masiva y las disculpas también. El obstáculo no era a quien sino como. Desde cuartetas a frases punzantes, la muestra que ofrece Lezama es variada, porque así lo exige un género que, para formar parte del borgeano “alfabeto del oprobio” junto a la burla y a la vituperación, a veces se codea con el chiste, el aforismo, el refrán, la máxima para terminar siempre en los brazos del poema. Sobre esa capacidad de transmutación, el género también se merece su propio tiro del final. Como aquella sentencia que le gusta al poeta colombiano Álvaro Mutis: “Aquí no era”.
Lezama -13-05-05- Por Lautaro Ortiz – “Epitafios para Gente Saludable”
Primer Mandatario
Aquí yace, por fin mudo,
un pingüino medio tero,
y cacareando
pero no puso ni un huevo. – Santiago Sylvester
Cámara de Diputados
En Diputados se ha muerto
la mitad de la bancada,
que pena tiene la muerte
cuando no se lleva nada. – Santiago Sylvester
A un Militar
Aquí yace un militar
que nunca estuvo en la guerra
esta es la primera vez
que lo han visto cuerpo a tierra. – Leopoldo Castilla
F.M.I
Están regando un ciprés
en el Fondo Monetario,
no es que hay muerto Lavagna
solo es por si es necesario. – Santiago Sylvester
J.P.Feinmann
Aquí yace
un tan Feinmann,
José Pablo:
“Solo me interesa
si de mí habla”. – Roberto Pérez
Nazareno Cruz
¡Yo fui hincha del Lobo! – Washington Cucurto
Al Bife a Caballo
Bajo una mesa sin miga
ni humo en el plato, yace
el bife a caballo: infernal
vehículo moderno que
desarrolla tan alta
velocidad que resulta
imposible alcanzarlo con
la bicicleta de os pobres. – Eugenio Mandrini
A Luis O, Tedesco
Aquí yace el mismo que esto escribe.- Es alguien que pronto se ora, incapaz de permanecer durante mucho rato en el texto.- Una combinación de gestos y palabras es lo que yace aquí.- Hubo otros y seguramente , el doquier no estalla y la musculatura de la muerte demora su acontecer definitivo, nuevas combinaciones darán murmullo o nuevos epitafios.- De todos modos uno, sin darse cuenta, entre epitafio y epitafio se va extinguiendo.- De algo está seguro: cuando sus ojos cercados por la nada, se cierran en el silencio que persigue , el aquí y allá, los extremos vigorosos de la vida, será como el vaivén, el ilegible vaivén, el lejano vaivén del oscuro transparente.
Luis O. Tedesco
A la historia
Aquí, en esta tierra de algunos, yacen dispersos los dientes de la historia.- No será fácil reunirlos y verlos brillar.- Como en aquellos tiempos en que ella nos sonreía.
Eugenio Mandrini
Álvaro Abos
Aquí yace
Álvaro Abos
Quiso gritar fuerte
Pero le fallo la voz. – Roberto Pérez