“!Agarrate, Catalina!” es un dicho popular que data del siglo pasado. Se le atribuyen varios orígenes, aunque el más mentado es el referido a una familia circense que recorría los barrios porteños y que fue signada por la tragedia de las mujeres trapecistas. La madre de Catalina, la abuela, y bisabuela, murieron en su hábitat de trabajo: el circo y sus trapecios. En cambio, Catalina, lejos de escapar al destino familiar, si bien se ciñó muy bien al trapecio, no pudo evitar la muerte al ser impactada por el hombre bala propulsado desde el cañón hasta el centro de la carpa. Decenas de preguntas propiciadas por estos sucesos vienen a mi mente. ¿Se puede escapar del hado familiar? ¿La parca y el destino del encuentro con ella es algo ya cifrado por el inconsciente? ¿Asirse a algo frente a la adversidad, sirve o no?
Más allá de que el jockey Irineo Leguizamo azuzaba a su yegua, para arribar a la meta, diciéndole al oído “agarrate, Catalina”, y sin dudas le fue muy bien, ya que compitió durante más de 57 años en hipódromos de Uruguay y Argentina, convirtiéndose en el jinete más importante de la hípica rioplatense; lo cierto es que, aunque formaba parte del circo de la vida (como todos nosotros, nómades desde el vientre hasta la “morte”) no lo alcanzó la tragedia porque no pertenecía a la familia circense en cuestión.
En la actualidad, el dicho es utilizado para enfrentar las adversidades. Me gusta pensar que las adversidades se cruzan asidos a lo mejor de uno mismo y ahí cambia la cosa, porque para salir a flote hay que bucear en la profundidad de la voluntad, la perseverancia, el mundo de las ideas y convicciones que nos sostienen, e incluso el sentido filosófico de la vida que nos identifica, después de todo, ya hace muchos siglos que nos han invitado a reflexionar sobre la primera sabiduría verdadera. Lo hizo el filósofo Sócrates cuando exhorta a desarrollar la capacidad de ponerse a sí mismo como problema, es decir examinarse y tener conocimiento de sí mismo; lo demás forma parte de otros ríos que nunca conoceremos en profundidad y que forma parte de los riesgos del desafío de vivir.
Agarrate Catalina que Vamos a Galopar
Suele completarse con el agregado: “…que vamos a galopar!” Se usa para indicar que estamos a punto de iniciar una acción que entraña vértigo o peligro. La historia más creíble no nos refiere nada acerca de algún galope, pues apunta a una señorita de nombre Catalina que integraba una familia de trapecistas de circo que recorrían los barrios porteños en la década del `40. Catalina, desoyendo todos los concejos, siguió la tradición de sus antecesores. Cuando iniciaba sus peripecias aéreas, primero sus parientes y luego el público, le gritaban: “¡Agarrate bien, Catalina!”
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