Buenos Aires tiene más de un habla popular, palabras, matices, tonos que varían según la extracción social, el snobismo, la erudición o su ausencia. Dime como hablas y te diré de qué barrio eres. Por supuesto que hay una lengua común que todos compartimos.
Por razones generacionales las expresiones o algunas de las expresiones populares han sido reemplazadas por otras, con lo cual no siempre hay un claro entendimiento entre distintas generaciones de porteños.
No toda la gente de Buenos Aires gusta del tango, una razón puede ser que las expresiones del lunfardo no son comprendidas por todos.
Otro tanto pasa con el lenguaje del rock y la música joven.
Para profundizar en el tema, no tiene desperdicio el texto José Edmundo Clemente, extraído de El lenguaje de Buenos Aires, título que comparte con Jorge Luis Borges: “El lenguaje de las ciudades cosmopolitas y multitudinarias posee formas de cuidado académico o de intenso sentimentalismo; ambas de pareja validez literaria, aunque de preferencia distintas en el afecto de la comunidad.
Afecto que comienza en el gesto- simplificación de la palabra-, se prolonga al lenguaje espontaneo- simplificación del gesto-, para concluir en el localismo que refleja la intimidad de Buenos Aires,, en los niveles de la frecuentación ciudadana y de la valoración subjetiva de cada uno. Vivir en Buenos Aires sin participar de la calidez pintoresca de los modismos suburbanos sería compartirlo del otro lado del cristal”.
Algunas expresiones nacieron entre grupos específicos y después se popularizaron y hasta fueron reconocidas por la Academia Argentina de Letras.
Más que como se habla, lo importante es entenderse. Lo que hoy se rechaza mañana será admitido. El uso manda, el pueblo encuentra siempre la palabra precisa para comunicar sus pasiones, sus odios, su felicidad y su desesperanza, Así están las cosas, hermano, en esta Buenos Aires que pronuncia con fuerza la letra “s” y cambia la “ll” por la “y” o “ch”.
Las diferentes tonadas, los errores de pronunciación en “¿Cuánto coista?” o “Boinos dias” y los acentos mal colocados en maíz, país o telegrama, inauguraron formas de expresarse muy difundidas entre los inmigrantes: el cocoliche, el valesko y el lunfardo. El primero era una mezcla de español e italiano, El valesko era una mezcla del idish y castellano.
El lunfardo se originó, para algunos, entre los delincuentes y para otros en los conventillos. Lunfardo significa, de hecho, ladrón y surgió, sin duda entre una de estas dos culturas marginales.
Cristalizados en los tangos, sus términos derivan de diferentes idiomas. De los gitanos y su léxico zincalí salieron cursa (borrachera), deschavar (delatar) y chorro (ladrón). Del italiano, laburar (trabajar), fiaca (pereza) y yeta (influencia maléfica). Del portugués, bondi (tranvía/ colectivo), buraco (agujero) y tamango (zapato).
La Academia Porteña del Lunfardo, fundada el 21 de diciembre de 1962, se propuso- según José Gobello, su secretario- “la investigación y el registro del habla rioplatense, además de honrar a aquellos artistas que ayudaron a elevar el lenguaje del pueblo”.
Por los años ’30, muchos agregaban a ciertos vocablos la terminación-iola. Combinaban el dariola o el seriola con una terminación especial de mover el dedo pulgar. Algo parecido al “jeringozo”, que añade la letra “p” y la vocal de cada silaba a cada silaba: “vopolipigopomapa” pedía una nena en una librería en una propaganda televisiva, hace algunos años (por un pegamento llamado Voligoma).
Los vocablos jóvenes revitalización otros que no lo eran tanto. Del lunfardo se extrajeron el quía (apócope de ese que está aquí), trucho (por falso), chabón (alguien poco hábil) y bancar por aguantar.
Incorporaron también voces inglesas (inicialmente jóvenes de clase media y alta) como sorry por perdón o man utilizado como muletilla o para designar el interlocutor.
También se usan frases de orden comparativo: “es como que…” o “tipo que…” para describir ideas o situaciones por medio de semejanzas. La silaba “re” utilizada como prefijo en adjetivos y algunos sustantivos tiene un fuerte calor enfático. Por ejemplo, re- bueno (muy bueno, excelente), re- chico, etc. También es notable remitirse a la muerte para evocar hechos positivos o con una valoración excelente. De ahí tenemos “mató mil” o “me quiero morir”.
En síntesis, todo tiene su lengua, el azar, el sexo, las profesiones, los miedos y los tabúes que se ocultan y revelan a través de las palabras.
Germinal Nogués – Buenos Aires Ciudad Secreta – Editorial Sudamericana – 2004