La Interculturalidad Como Vacío
Nos hemos ocupado muchas veces de la necesidad que tiene la gestión cultural de abordar, en profundidad, la multiculturalidad creciente de nuestras sociedades como desafío programático central de la época. Cuando hablamos del concepto de interculturalidad entendemos que el mismo:
“… hace alusión a los encuentros que se producen entre sujetos de distintas culturas… la humanidad es y ha sido siempre intercultural, y son excepción los grupos que viven o han vivido permanentemente aislados… entendida como la puesta en práctica de un programa multiculturalista… se trata no solo de aceptar y respetar las diferencias, sino también de valorarlas, y educar a los ciudadanos en los principios-guía de la convivencia entre sujetos culturalmente diferentes.” (Diccionario de relaciones interculturales – Editorial Complutense; Madrid, 2007)
Pensada desde allí la relación con ese otro diverso que habita junto a nosotros un mismo territorio empieza a transitar un espacio de múltiples libertades sostenidas por personas que, como decía Rodolfo Kusch en su Geocultura del Hombre Americano proyectan sus propios símbolos.
Una diversidad simbólica que convive sobre un mismo territorio físico – la aldea global, en un extremo – produciendo un cierto vacío intercultural. No ya entre observador y observado como decía Kusch para referirse a la investigación cultural sino entre sujetos convivientes.
Aun cuando pertenezcamos a una misma cultura, agregamos nosotros, la complejidad creciente de nuestras sociedades y el propio hecho de proponernos una acción cultural, cualquiera ella esa, nos lleva al borde mismo de ese vacío.
Aún a riesgo de simplificar podríamos decir que cuando intentamos un proyecto cultural intentamos precisamente atravesar ese vacío entre nosotros y ese otro frente a quien pretendemos desplegar nuestro hacer. De allí la necesidad de incorporar, como foco central de la actividad, los horizontes simbólicos involucrados.
El territorio – físico y simbólico – es una oportunidad para construir una estrategia en común con el otro, y eso ya es cultura.
Una cultura que no será nueva en el sentido estricto del término ya que surge de la convivencia de tradiciones y presentes diversos. Pero que será potencialmente nueva en la medida del aprendizaje mutuo hacia un futuro posible.
La multiculturalidad como programa dependerá en gran medida de nuestra capacidad de reconocer el vacío intercultural más como una vivencia cotidiana que como un concepto académico. No estamos seguros de que la formación de profesionales de la cultura este poniendo en esto los acentos necesarios.
“… pasa de ser mero objeto y se convierte en sujeto, dado que se refiere a algo existente. A su vez, en tanto es existente tiene un proyecto o posibilidad de ser. Un proyecto que, en suma, se manifiesta como libertad.”
“Ser un sujeto existente implica ser un ente pensante. El pensamiento, por su parte, se mueve dentro de un lenguaje y este implica un horizonte simbólico. El horizonte simbólico se alimenta a su vez de una tradición, funciona dentro de un presente y facilita el proyecto hacia un futuro. Hace entonces a lo cósmico, y en tanto integra un cosmos o sea un mundo, un mundo conocible, pero un mundo conocido y por eso ese hábitat, hace que la piedra, el árbol, la casa, el prójimo, tengan sentido. Crea así su propia economía, organiza sus instituciones, mantiene su lengua, a los efectos de mantener la constitución de su existir: lo que dijimos o sea, su domicilio en el mundo”.
En extremo podríamos decir que la interculturalidad – como práctica de la gestión cultural – refiere a un conjunto de acciones y, sobretodo, actitudes positivas hacia la más amplia diversidad.
Considerándola no ya como dato de la realidad – que lo es – sino y fundamentalmente como un activo cultural estratégico.
Por Fernando de Sá Souza
que-gestionamos.blogspot.com