Juan José Campanella es uno de los directores argentinos más aclamados de las últimas décadas, no sólo en el mercado nacional sino también en el estadounidense. En nuestro país se consagró con obras como El hijo de la novia, Luna de Avellaneda o El secreto de sus ojos, film que le valió un Oscar a mejor película extranjera en el 2009. Incursionó en la animación digital con Metegol (adaptando un cuento del inmortal Roberto Fontanarrosa) y demostró que en Argentina se puede hacer productos a la altura de los estándares internacionales.
En Estados Unidos tiene un largo historial dirigiendo en televisión series emblemáticas como House M.D, La ley y el orden o 30 Rock. El cineasta tiene un extenso currículum y hasta estuvo a punto de dirigir una película de superhéroes, Los Cuatro Fantásticos, pero declinó la oferta para concentrarse en proyectos más personales, una decisión que probó ser correcta ya que aquella franquicia parece estar destinada al fracaso.
Campanella tiene un estilo narrativo muy reconocible, en donde se concentra siempre en desarrollar a sus personajes y que ellos sean el motor de la historia. Los argumentos que elige suelen mostrar a la persona “común”, de clase media tirando a baja junto a sus circunstancias de vida, y consigue así radiografías de las distintas épocas (y crisis) que atraviesa el país permanentemente. Tras la crisis del 2001 que dejó a la nación en el abismo, el director era la opción ideal para retratar el momento tan duro, ya que es un especialista en las historias épicas urbanas, y sobre todo en encontrar luz a través de sus personajes.
Vientos de Agua relata la llegada de José Olaya a la Argentina, interpretado por Héctor Alterio en el presente y por su hijo Ernesto Alterio en el pasado, tras haber escapado de la persecución de la Guardia Civil española, en Asturias, tras un accidente minero en donde fallece su hermano Andrés. Con los pocos ahorros de la familia deja atrás toda su familia, amigos y al amor de su vida para conseguir un futuro en el Nuevo Mundo, asumiendo la identidad de su hermano para evitar que lo sigan buscando. A bordo de un barco en donde conocerá a inmigrantes de distintos países, traba amistad con el húngaro Juliusz Lazlo (Pablo Rago) y la pequeña italiana Gemma (Francesca Trentacarlini de niña y Giulia Michelini de adulta), quienes terminarán convirtiéndose en amigos inseparables mientras se adaptan a un nuevo país, hablando apenas el idioma, consiguiendo trabajos mal pagos y transitando la historia de Argentina desde mediados de la década del ´30 hasta finales de los ´50, retratando el estallido de la Guerra Civil en España, el nacimiento de los movimientos sindicales en Argentina, la influencia del anarquismo y los ideales de izquierda, sobre todo en los inmigrantes aglomerados en los conventillos de La Boca.
La segunda línea narrativa de la miniserie nos muestra al hijo de Andrés, Ernesto Olaya (Eduardo Blanco), un arquitecto que pierde casi todo en la crisis económica y política del 2001 en Argentina, y busca la forma de emigrar hacia España junto a su mujer y dos hijos. El infame “Corralito” le impide sacar el dinero suficiente para los pasajes, y gracias a los ahorros de su padre consigue viajar en solitario para validar su título, conseguir un empleo mejor pago y así poder llevar a su familia. Una vez en la tierra de sus antepasados se choca con un panorama inesperado: la xenofobia de los españoles frente a la siempre creciente inmigración, la dificultad para conseguir un trabajo y la lenta burocracia llevan a Ernesto a vivir con Ana (Marta Etura) y Mara (Angie Cepeda) dos jóvenes que buscan, como él, un mejor futuro en el Viejo Continente.
Vientos de Agua narra una historia similar, en espejo podríamos decir, entre padre e hijo obligados a dejar todo atrás. Los paralelismos, si bien son claros, se muestran con sutileza. Andrés llega a Argentina tras un turbulento, largo y penoso viaje en barco (una Torre de Babel sobre agua), en donde el tiempo pasa lento y todo constituye una aventura. Ernesto viaja en avión, un trayecto de igual distancia pero mucho más veloz. Pese a las diferencias tecnológicas y de décadas que hacen del vuelo algo mucho más cómodo, la angustia del hijo se ve reflejada en su condición inmediata de extranjero aún en su propio aeropuerto. Padre e hijo irán repitiendo patrones de historia sin saberlo, sufrirán el desarraigo, los trabajos mal pagos, la desesperación y esa pequeña esperanza de que todo, tal vez, termine saliendo bien para variar.
La serie es también un vehículo para relatar el surgimiento de la Argentina moderna, con el nacimiento del peronismo en el país, el inicio de décadas que alternaban entre el avance del país y cierta prosperidad interrumpida por la violencia institucional, las persecuciones políticas y la lucha por los ideales. Juliusz es un intelectual combativo, de ideas de izquierda, que sueña con la revolución, con la igualdad para todas las personas y, sobre todo, la dignidad. Andrés, quien se había subido al barco siendo un analfabeto cascarrabias pero seductor, empieza a embeberse de las ideologías, de la curiosidad intelectual, y empieza a echar raíces en el nuevo suelo a fuerza de trabajo, de combate y el amor de sus dos esposas, Sophie (Caterina Murino) y Lucía (Valeria Bertuccelli) con quien terminará teniendo sus hijos.
La vida en el “presente” de la miniserie se enfoca en Ernesto y sus aventuras en los barrios marginales de España, mientras pelea por conseguir todo lo necesario para llevar a su esposa e hijos. Pareciera ser que Campanella eligió mostrar menos sobre lo que los argentinos habían sufrido apenas cinco años antes y se concentró en ahondar en el pasado, para exhibir con los contrastes la realidad cíclica de este bello país: siempre hay una crisis en puerta, siempre hay un clima de convulsión, de malestar latente, aún cuando existan períodos de tensa calma. El puerto/aeropuerto siempre está abierto, y repleto de despedidas definitivas, de búsquedas de futuros más auspiciosos.
Vientos de agua retrata como pocas obras el sentimiento de desarraigo que siente una persona cuando abandona su tierra. No importa si uno cambia de continente o de provincia, quienes hemos vivido el proceso de migrar lejos de todo lo que conocemos se puede sentir identificado con la historia épica de los Olaya. Vemos como todos los inmigrantes traban amistades unidos por el mero hecho de ser desplazados; o como adoptan un territorio —por momentos inhóspito con el extranjero— y se esfuerzan para establecer raíces fuertes a sabiendas que empezar de cero una vez más es imposible. Saben que empiezan el segundo tiempo con el marcador en contra, que tienen la chapa de perdedores y quieren revertir el tanteador. No empatizar con estos personajes roza lo irracional.
Campanella y todo su equipo consiguen brindar un espectáculo en donde la nostalgia no es un sentimiento romántico sino una daga clavada en el miocardio, avanzando milímetro a milímetro y provocando dolores en momentos inesperados. Vientos de agua es una historia de familia, de migraciones, de los últimos orejones del tarro, pero sobre todo de amor. Amor entre amigos, amor entre amantes, entre parejas, amor de familia. Puede sonar cliché, pero si hay algo que puede mantener cuerda a una persona durante situaciones tan extremas y traumáticas es el amor como ancla.
En su momento la miniserie fue una de las producciones audiovisuales más costosas hechas para la televisión hispanoparlante, con un costo promedio de seiscientos mil euros por episodio. Contó con más de ciento cuarenta locaciones reales en dos continentes distintos, y empleó centenares de extras, un elenco multitudinario —en esta nota, sólo mencionando a algunos de los personajes principales, contamos diez estrellas de renombre— y la música de Emilio Kauderer, quien consigue hacer un banda sonora emotiva, repleta de sabores Españoles y Argentinos, una verdadera obra maestra que funciona como “colchón” de la serie, pero es un eslabón fundamental, el aglutinante de esta ambiciosa producción.
La miniserie se transmitió originalmente en Canal Trece en nuestro país y en la cadena Telecinco en España. A pesar de la excelente recepción por parte de la crítica le costó encontrar público en ambos países y, si bien nunca se canceló la emisión, si sufrió varios cambios de horario. Con los años la gente fue descubriendo este brillante producto, primero gracias a la cadena HBO, después por las ediciones en DVD y ahora se encuentra disponible en Netflix para todo aquel que quiera emocionarse o revivir aquellas emociones.
Los que disfrutan de los dramas costumbristas, de la Historia —acá no hay una bajada de línea ideología política grosera, por suerte— y de actuaciones soberbias (no me avergüenza admitir que hasta la fecha Pablo Rago me sigue sacando lágrimas con su interpretación) encontrarán en Vientos de agua una producción de primer nivel, exquisita por donde se la mire, con un elenco internacional. Trece episodios dignos de la gran pantalla, pero a la altura del control remoto. No se puede pedir más.