Una de las reflexiones para dilucidar la pretensión de los individuos por crear un espacio personal reside en librarse del fastidio de la tirantez o activación psicofísica que la proximidad que otras almas provoca.
Esta rispidez puede acontecer de cualquier forma, por ejemplo, estamos tomando un café en un bar y un parroquiano de una mesa le habla en voz alta a otro que está en la mesa del otro lado de la nuestra, es decir que estamos entre medio, todo ello sucede, porque tienen su propia versión de lo es la sociabilidad ritual, mantienen un intercambio de saludos con un vozarrón para ellos graciosos, con total obstrucción de nuestro espacio personal y del nivel sonoro que pretendes para ese momento. Si pones alguna cara de reproche para que terminen con el intercambio, se ofenden y hacen una fraternal alianza para escandalizarse como si uno fuera un asesino serial, arruinando lo que se supone es un momento de distensión. Lo que comúnmente hacemos es dejar que terminen con el intercambio de ladridos y vuelvan a la charla con los de su mesa.
Siguiendo en el bar, otra cosa que suele pasar, cuando uno va al baño en algunos mingitorios están muy cerca o no tienen divisiones, teniendo en cuenta que se está algunos pocos minutos compartiendo la cercanía, se utiliza la vista con cuidado teniendo un radio de mirada restringido para que no parezca la intromisión a la intimidad del otro. Pero puede ocurrir que uno ingresa al lugar y hay gente esperando y mirando a las espaldas del operante con una impunidad pavorosa, sumando una intimidación que genera un ingrato momento para la evacuación del mismo. La salida a todo esto es buscar un recodo que le ofrezca un ángulo franco de seguridad o sobreponerte a los infortunios y comenzar a silbar demostrando que se complace ser un voyerista.
Dentro de los actos civilizados se encuentran los saludos, uno llega a un lugar hay algún conocido que esta con un grupo y lo saluda, es educado que realice un saludo general para el resto del grupo o salude uno a uno, pero es habitual ver cómo la gente se saluda sin tener en cuenta al entorno circundante, o salude en un grupo a los conocidos dejando un par de personas sin saludar. Encontrándose uno dentro de ese par se siente agraviado, “ninguneado”, término que me parece muy significativo, porque en definitiva de todo el recorrido que hemos realizado la cuestión de fondo es esa, que no te tengan en cuenta como si no estás, como si fueras ninguno.
A veces de jóvenes creemos que pasa desapercibido si no saludamos a alguien cuando hay un nacimiento, casamiento, fallecimiento, cualquier otro acontecimiento importante en la vida de alguien o que el jefe no se dio cuenta por todo lo que está pasando. Entonces concluimos en la idea que pasó inadvertido, sepamos qué no, la experiencia muestra que la gente calla pero no otorga, sabemos y evaluamos en qué lugar nos pone el otro. Ergo lo ponemos en ese mismo lugar o en otro más debilitado en la relación que manteníamos. Sepamos cuidar al otro, un gesto, una palabra hacen magia, el prójimo queda reconocido y es la mejor manera de cuidarnos a nosotros mismos. Que tengan una hermosa vida.
Un hombre desnudo, sentado sobre una roca, con los pies recogidos y la cabeza apoyada en el dorso de la mano, quizá, sea la escultura más célebre del artista francés, Auguste Rodin (1840-1917). Realizada en 1880 y conocida como El Pensador – Ubicada en Av. de Mayo 1548 – CABA.