¿Quién paga el vidrio roto? La pregunta proferida en un alarido ululante por una vecina, que no se había recuperado del susto provocado por el estallido del cristal de la ventana, paralizaba a los responsables: esos pibes que jugaban un “picadito” en la calle poco transitada. Si se llegaba a un arreglo razonable para pagar el vidrio, a veces la pelota volvía a sus dueños. Si nadie se hacía cargo, la redonda iba al matadero. La señora enarbolando unas tijeras apuñalaba y cortaba en gajos eso que era parte de la vida infantil; y más de una vez arrojaba los restos a la calle, ante la mirada azorada del piberío. Cosas del fútbol callejero. Los riesgos de siempre. Más de una vez, es también el comienzo de un conflicto entre la damnificada y los padres de los pequeños depredadores. Para los adultos, la “culpa” la tenía esa pelota de pique asombroso, a rayas rojas y blancas y más adelante también azules, capaz de entusiasmar a un muerto cuando rebota en el asfalto o la vereda: hablamos de la Pulpo.
Muchas generaciones de argentinos aprendieron a caminar y a patear casi en simultáneo, con una Pulpo. La clásica usada en los barrios fue la mediana; algo intermedio entre la “pelotita” más pequeña y la número cinco, usada a veces por los adultos, pero que preferían la de cuero. ¿Quién no pateó alguna vez una Pulpo o la pequeña “pulpito”? Los partidos callejeros, o en patios y baldíos entre los más chicos, invariablemente se jugaban con “la de goma”. Podía ser un “frente a frente”, con dos o tres jugadores por equipo y de vereda a vereda; con dos árboles como enormes arcos. Con reglas específicas para jugadas como la “palomita”, “pechito”, “rebote” y otras habilidades no escritas, que determinaban los puntos correspondientes a cada gol. Y con la Pulpo también se jugaba el “cabeza”, que se definía a cabezazo puro. O el “loco” con tres jugadores, con uno al centro que debía atrapar el balón, obligando al perdedor a ir al medio; y el infaltable “largo” de un cuarto de cuadra con más participantes. A la salida de la escuela o en horario escolar rabona mediante, los pibes armaban un par de arcos apilando guardapolvos y carteras en cualquier cortada, sin que nadie se molestara, salvo aquellos vecinos que quedaban en la “línea de fuego” y apresuradamente cerraban celosías y bajaban persianas. Con resignación, porque esa era una estampa cotidiana del paisaje porteño.
Entonces la Pulpo rodaba infatigablemente respondiendo a todos los caprichos, sucia, a veces con las rayas borrosas, pero siempre fiel a sus amos, porque la Pulpo daba para todo.
El padre de semejante invento fue un operario de la empresa Pirelli, llamado Gerildo Lanfranconi.
En 1936 el hombre se independiza e instala en la calle Pinto al 3700 del barrio porteño de Saavedra, una fábrica de artículos de goma. La modesta industria fabricaba elementos de uso doméstico, como bolsas para agua caliente, sopapas, suelas para calzado y otros útiles. Poco después sale a la venta la pelota homérica. Sobre las rayas aparecía su identidad: una etiqueta del mismo material, con la forma de un cuadrado de ángulos agudos que le daban una imagen apaisada. En el centro la palabra Pulpo.
La pelota rodó por todo el país, ya que se vendía también en el interior argentino. En sus años de auge, la empresa contó con un plantel de un centenar de trabajadores que en tres turnos (24 horas) producían unas cinco mil Pulpo diarias. La Segunda Guerra Mundial afectó la importación del caucho, insumo esencial para las pelotas; obligando a la empresa a incorporar también a su cartera pelotitas de tenis, para diversificar la producción y mantener su actividad.
Pasaron los años y la Pulpo siguió picando en calles y potreros, pateada por chicos que después fueron padres y luego por los hijos y nietos de aquellos.
En 1958 Gerildo y su hermano Arístides formalizan la firma G. Lanfranconi S.R.L., pero entre 1967 y 1972 fallecen los fundadores, haciéndose cargo un hijo de Don Gerildo, quien se retira de la firma en 1994. Por aquellos años, la libre importación ahoga la industria argentina y Lanfranconi no fue ajena a ese aluvión de productos extranjeros que en muchos casos a precios de dumping, eliminaban del mercado local a empresas nacionales de larga trayectoria. No obstante Diana y Susana Cena, que se habían incorporado a la firma años antes, enfrentaron el desafío y continuaron la producción. En el año 2004 quedó al frente de la emblemática fábrica, Luis Cena; sobrino de aquellas y antiguo integrante del emprendimiento.
En el año 2021 la mitológica Pulpo se continúa fabricando, pero el volúmen de producción está lejos de aquellos años en que difícilmente al entrar a una casa con chicos, no hubiera una Pulpo estacionada en algún rincón del patio o el comedor.
Cambiaron las costumbres y los juegos.
Pulpo, Spika, Siambretta… nombres incorporados definitivamente a la cultura y a la memoria de nuestro pueblo.
Testimonios
El Patio de las Pelotas Perdidas
“Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas robadas a un patio secreto.
Los demonios realizan además acuerdos infames co vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para completar su despojo.
Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes «Pulpo» de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones.
Un día entre los días vendra del sur un duende bienhechor que ha de liberar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños. Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.”
Apuntes del Fútbol en Flores – Alejandro Dolina – Crónicas del Ángel Gris – Ediciones de la Urraca – 1988
“Es decir, allí estaba la “Plaza de los Españoles”, el nuevo nombre del Destino. La Plaza era una plaza, claro, pero era también una concreción, nuestra pequeña América para los Colón que éramos por esas horas. Dimos un par de vueltas por los senderos de polvo de ladrillo, nos divertimos algunos minutos en las hamacas destartaladas del lugar y volvimos. El mundo ya habría tomado nota de nuestro mensaje y todo debía volver a su cauce: la vereda sabida de memoria, los amigos de siempre, la pelota Pulpo de goma en el fondo de casa devenido estadio. Habíamos demostrado que podíamos ser peligrosos y no era poca cosa para una tarde.
Pero el regreso no fue triunfal. En lugar del anonimato que esperábamos encontramos al barrio dado vuelta. Las primeras frases que escuchamos al acercarnos a nuestra cuadra sobre “dos chicos que se habían perdido” nos alegraron ante la posibilidad de que las noticias aventureriles no se hubieran agotado con la vuelta al hogar. Sin embargo, el entusiasmo se fue diluyendo en un difuso terror cuando empezamos a comprobar que los dos chicos perdidos éramos nosotros. Gente bajada de camiones que habían salido a buscarnos “por todos lados”, adolescentes que nos miraban desde sus bicicletas llenas de ganas de ayudar y esfuerzo inútil, vecinos que nos empezaron a empujar hacia la esquina donde una mujer lloraba con un desconsuelo que se sentía bastante antes de oírse. Esa mujer era mi madre. Que cuando nos vio hizo lo siguiente: se acercó moqueando y con algo parecido a una sonrisa llorosa en la cara nos dio un beso espectacular a cada uno y remató todo con una bofetada que todavía duele.
Ese día descubrí yo qué era eso de ser niño.”
El mundo es tuyo – Esteban Valentino – Escritor y periodista – www.terra.com.ar
Entrevista con San Camaleón
“San Telmo recibe los primeros olores del verano, mientras los turistas encuadran el mejor de los recuerdos y los viejos en los bares apuntan soluciones en servilletas. De las casas tomadas desbordan niños que dejan escapar la pelota pulpo por el empedrado. En la primera lomada del Parque Lezama, el percusionista Román Montanaro y el cantante Federico Cabral esperan de cara al sol, sonriendo a lo invisible, comunicándose sin palabras. Completan la banda Diego Fares (guitarra), Patricio Pérez (telcados), Diego Fernández (bajo) y Nicolás Moauro (batería).”
La Patada que Levanta el Alma – Entrevista de Diego Skliar