¿A quién le importa?
Sube el agua; y no es esa factura de papel que sin tocar ningún timbre, entra silenciosamente por el buzón y cae, como un durmiente sostenedor de vías cuyo tren avisa «sin aviso» ese automático servicio esencial de agua potable.
En Venecia (Italia), cada día que pasa más gente de sus habitantes se toma el palo (o sea, la gente se espanta de no querer nada con ese lugar) y los fantasmas pululan escarmentados o acompasados por ese golpeteo del agua salada que moja y moja como un despertador -que no es de arena- y los incipientes yuyos, poco a poco se van transformando en algas marinas a la espera de algún bocón ovíparo hambriento de oportunidades.
Bajarse de la cama luego de la pernoctada noche, y esas pantuflas abrigadas de tempranera somnolencia, encontrarlas hechas canoas ancladas en alfombras perfumadas de humedad.
Dos (2) milímetros por año Venecia se hunde en el infortunio provocado por la voracidad del que sólo le importa observar desde su piso 25 moderno de alfombras, cómo su fortuna acrecienta todavía más esa altura de billetes que acomodan ese absurdo status de seres que aspiran olores de flores inéditas de ese mundo interplanetario que no se sabe nada al respecto.
Polos. Polo norte y Polo sur. Pareciera ser que hay un gran vaso de whisky y los cubitos de ambos polos se derriten dentro de ese habitáculo vidriado contenedor de alcoholes con los cuales, solamente pocos individuos brindan un… no sé qué de sonrisas postizas de alegrías.
Brillan en esa asombrosa reunión, cadenas de metales caídas de meteoritos que finalmente adornaron anillos, collares, botones, pulseras, aros, presillas, hebillas, picaportes, automóviles y accesorios… hasta piezas dentales que le sonríen a la bella de turno agobiada de ambiciones sociales en ciernes.
Venecia se ahoga, y sus habitantes no se quieren tomar el agua del océano ni de ningún río aledaño y se niegan al atrevimiento de naufragar en la incertidumbre del inmediato devenir que les proporcione un nuevo aliciente dentro de ese viejo mundo. -La vida se fue -dicen los gastados en años- ¿A qué nos vamos a quedar en este lugar, para gastar nuestros ingresos o ahorros en medicinas antibióticas? ¿Se puede seguir viviendo de esta manera cuando la primavera todavía florece en la maceta de la adolescencia sonriente?
Miles de hectáreas; millones de hectáreas; pastos y vacas y muchos árboles cercenados por angurrias de unos pocos que ambicionan todavía más y embadurnan paredes y ojos y lo peor de las mentes con papeles obnubilados de supremacía ambiental preponderante en lo social y en esas televisiones que todo lo convencen y distorsionan.
Ecología; equilibrio ecológico… «Tratados Internacionales»; «Sostenimiento Ambiental»; «Reducción de la Contaminación»; «Capa de Ozono». O.N.U. -Organización de las Naciones Unidas-
¿Unidas para qué?…
El fuego mata todo; los bosques y los campos incinerados son el presagio del invierno del devenir
¿A quién le importa?
¿Cuándo llegará el agua a la ventanita del piso 25? ¿Pondrán una manguera de desagote para que fluya y habilite una ducha gratuita a los que flotan en la ingravidez del infortunio? ¿Habrá que pagar algo? ¿Con qué?
Mientras tanto, en ese medio en vivo y en directo, harapientos seres con sus ropas arañadas en el almanaque del desasosiego invaden tierras deambuladas de soledad autóctona de naturaleza y con cuatro maderas y una chapa techista humean hierbas saborizadas de lluvia y los reyes observan brillos ojales y sus frentes fruncen ceños como miras telescópicas a punto de disparar aguijones a sus presas favoritas.
¿A quién le importa?… He visto gente que se ha bajado del colectivo antes de su destino cotidiano, no le ha gustado en absoluto el gesto del solapado rey, ese brillo del metal precioso intercalado en la sonrisal dentadura, ha provocado una opuesta actitud de muy difíciles consecuencias imposibles de dilucidar.