La historieta argentina registró su gran salto de calidad a partir de la irrupción de guionistas de la talla de Héctor Oesterheld y dibujantes como Francisco Solano López, Alberto Breccia y Hugo Pratt; entre otros muchos no tan conocidos, pero que integraron esa pléyade que fue un punto de inflexión en el género.
Hugo Pratt nació en Rímini, Italia, en 1927. Hijo de un militar destacado en Etiopía, desde muy chico vivió aquello que sería una constante en sus obras: la aventura. Se vio envuelto en las guerras coloniales de la Italia fascista y ya en el marco de la Segunda Guerra Mundial, cayó prisionero de los ingleses, quienes lo internaron en un campo de concentración para civiles; presumiblemente por su corta edad, ya que apenas asomaba a la adolescencia. Por gestiones de la Cruz Roja Internacional fue repatriado a su país, entonces ocupado por los alemanes. Se cree que sospechado de ser informante de los aliados, fue perseguido por las SS hitleristas, vinculándose a la resistencia partisana.
Terminado el conflicto, se relaciona a otros dos jóvenes historietistas: Alberto Ongaro y Mario Faustinelli. Con guión de Ongaro crea Asso di Picche (As de Pique). Dibuja en la revista Albo Uragano e integra el Grupo Venecia con otros artistas que también harán historia: Ivo Pavone y Dino Battaglia. El grupo desembarcó en nuestro país en 1949.
Con apenas 22 años, Pratt junto a sus amigos e invitados por el editor César Civita de Abril, comienza a trabajar en la entonces poderosa industria editorial argentina. Un año después conoce a Héctor Oesterheld, colabora en Misterix y en Editorial Columba. En sus historias, el lector respira los climas del universo de las novelas de Emilio Salgari, Jack London y Joseph Conrad, entre otros grandes de la narrativa aventurera.
En 1953 se casó y tiene dos hijos. Comienza su tarea docente en la Escuela Panamericana de Arte de Buenos Aires, integrando el plantel de los “Doce famosos Artistas”, junto a Alberto Breccia, Carlos Roume, Carlos Freixa, luego Garaycochea y otros. En 1957, año de su divorcio, comienza a colaborar en la flamante Editorial Frontera de los hermanos Oesterheld. En las revistas Hora Cero y Frontera en sus ediciones Extra y Semanal, sus ilustraciones dan vida a personajes que hoy ya son parte de la historia de la historieta. Con guiones de su amigo Oesterheld, toman forma el Sargento Kirk, Ticonderoga, Ann y Dan, entre los más populares. Cuando Oesterheld le pide que dibuje a Ernie Pike, corresponsal de guerra, el rostro del personaje es ¡el de Héctor Oesterheld! La probable broma cobra entidad artística, porque el “escriba” Pike (con su propia revista) se transforma en un importante suceso editorial junto a Hora Cero. Esa revista modesta, de formato apaisado, que gestó la máxima obra de nuestra historieta: El Eternauta, con guión de Oesterheld y dibujos de Francisco Solano López. Años después la ilustrará también Alberto Breccia.
Una característica de los rostros dibujados por Pratt, es que son los de gente que uno reconoce en un vecino, un pariente; en uno mismo. También esas pequeñas historias, son dramas de personas comunes frente a un suceso extraordinario como es la guerra. Hasta las onomatopeyas son diferentes. Cualquiera que haya hecho el servicio militar, sabe que durante la instrucción sobre el terreno, un disparo de fusil suena más parecido a un seco “CRACK…” (Pratt), que al “BANG” de los comics importados que Pratt reserva para las armas de puño, pero que en la historieta argentina, fue una convención rígida hasta que llegó Hora Cero. Hugo Pratt hizo la diferencia también en esos detalles, para nada secundarios.
Refiriéndose a la historieta en su condición de hecho cultural, Pratt respondía en una entrevista: “Mire, la historieta da miedo. Todas las especulaciones que se hacen son sandeces. Da miedo a la cultura oficial. Hay un grupo de ‘responsables de la cultura’, los críticos, que deciden que va y que no va. La cultura oficial puede ser una prisión: te obligan a leer una cosa de tal manera, te eligen los gustos. Los críticos son como una especie de dinastía, de nepotismo. Después de todo, los críticos del arte, ¿quiénes son? Hay tipos que saben, pero por uno serio hay cuatro mil que se mandan la parte” (1). Sin duda, su postura es muy crítica de los especialistas que todavía hoy, repudian la historieta por sus aparentes faltas de “contenido”.
Pratt disfruta y jerarquiza los años de mayor gloria del género. Vive en Acassuso, al norte de la ciudad de Buenos Aires y vuelve a casarse. Tiene dos hijos del nuevo matrimonio, pero se divorció nuevamente. En 1962 a la exitosa tira Ann y Dan, suma Capitán Cormorant y Wheeling. Pero la historieta nacional va entrando en un cono de sombra. Un año antes desapareció Editorial Frontera.
En 1965 el historietista aventurero, vuelve a partir. Se va a Italia y trabaja para la Editorial inglesa Fleetway; luego vive un año en Brasil. En 1967 retorna a la Argentina y estrena “La balada del Mar Salado” con guión propio; en 17 capítulos, protagonizada por El Corto Maltés, y que había comenzado a aparecer en la revista “Sargento Kirk”. El Corto es un personaje que como su autor se mueve por el mundo entero. Ese mundo previo a la Primera Guerra Mundial, con su peculiar geografía demarcada por los imperios que poco después, se hundirán en un baño de sangre. En 1970 El Corto creció tanto que se independizó con publicación propia. En Italia llega a vender 150 mil ejemplares y es traducido a varios idiomas. La prestigiosa revista francesa L’Express ilustra la tapa de un número con El Corto Maltés. El cine se interesa en el personaje y en 1975, se exhibe al
Corto en dibujo animado en cuatro episodios.
En los años ‘70 la editorial argentina Skorpio publica episodios del Corto y años después, hace lo propio “Fierro”, de Ediciones De La Urraca. El inquieto italiano en 1978 se traslada a Angola y trabaja en Luanda bajo el gobierno revolucionario de Agustín Netto. Al poco tiempo vuelve a Europa. En octubre de 1986 retorna a nuestro país y visita la Exposición Italiana 86 en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires en La Recoleta. En el marco de la muestra, se exhibieron gigantografías del Sargento Kirk, Ernie Pike, Ticonderoga y por supuesto, El Corto Maltés. En ese mismo año, en el mundo se venden 380 mil ejemplares de este personaje.
Cuando a Pratt todavía le quedaba mucha tinta en el plumín, el 20 de agosto de 1995 un cáncer intestinal lo mató a los 68 años. Su obra puede inscribirse en el vitalismo que en la narrativa, caracterizó a escritores como Ernest Hemingway; que muchas veces fueron protagonistas de las historias que escribían. Diez años antes le preguntaron a Pratt en un reportaje, si “Valía la pena” el esfuerzo invertido en su vida y obra. Esta fue la respuesta: “Sí. Valía la pena. Valía la pena todo. Valía la pena vivir, valía la pena vivir aquí (Buenos Aires), inmigrar, irme de Italia, dejar algunas cosas allá para encontrar otras acá, valía la pena enamorarme, valía la pena conocer a la gente, valía la pena trabajar, encontrar, siempre pienso que valía la pena, trabajar, encontrar. Siempre pienso que valía la pena haber venido aquí y vale la pena que yo vuelva”.
1) Pratt Hugo – La Razón – Buenos Aires – 04-10-86
2) García Martín – Entrevista a Hugo Pratt – Tiempo Argentino – Buenos Aires – 07-05-85