Los Precursores
Sabemos que la técnica de cantar de contrapunto se habría originado alrededor del siglo XII en Europa, difundida por los juglares. En nuestro territorio conquista española mediante, se arraigó rápidamente convirtiéndose en un arte popular. Abundan las historias de los gauchos soldados que junto con el sable, la lanza o la tercerola, cargaban una guitarra en sus espaldas. Cielitos patrióticos, coplas y payadas, dieron marco a la guerra de Independencia y a las luchas civiles que siguieron. El género alcanzó su máxima jerarquía y popularidad a fines del siglo XIX y principios del XX con Gabino Ezeiza, el payador de San Telmo, el oriental Juan Navas y el último considerado de los “grandes”, José Betinotti, fallecido en 1916. Desde 1996 en nuestro país y en Uruguay, el 23 de julio se conmemora el Día del Payador. Ese día pero de 1884, Ezeiza y Navas se midieron en una payada de contrapunto en la localidad oriental de Paysandú. Por aclamación del público, la victoria la obtuvo el argentino.
Si bien en esa época ya existían payadores que vivían del canto, como se dijo los registros ubican la existencia de la payada en tiempos y lugares remotos, con temáticas y lenguaje acordes a la época y a la cultura de cada sitio. En pleno siglo XXI existen payadores de ambos sexos que representan con talento aquella tradición e inclusive compiten de contrapunto con raperos que sin duda, son los juglares y payadores de nuestro tiempo.
Los Payadores de Hernández
Pero existe una payada que se convirtió en paradigma del género por múltiples razones: la que sostuvieron Martín Fierro y El Moreno. Dice José Hernández refiriéndose al formato de su obra en el prólogo a la octava edición de El Gaucho Martín Fierro:
“En cuanto a la forma empleada, el juicio sólo podría pertenecer a los dominios de la literatura. Pero en este terreno, Martín Fierro no sigue ni podía seguir otra escuela que la que es tradicional al inculto payador” (1). Hérnández sabe muy bien de qué habla. Él mismo es un poeta “gauchesco” pero no gaucho. No obstante, reprodujo magistralmente el universo del criollo pobre (por conocerlo) y el cambio de signo de los tiempos. El encuentro “casual” con los hijos y el hijo de su amigo el sargento Cruz, donde también “casualmente” aparece El Moreno buscando vengar la muerte de su hermano, muerto en duelo por Fierro años antes, parecería ser una escena forzada en una construcción que se ajusta dentro del vuelo poético, a una trama rigurosamente realista. Interpretando subjetivamente (como toda interpretación) parecería que el autor busca un cierre a esa epopeya gaucha iniciada en 1872 y que alcanzó varias ediciones baratas que se agotaron rápidamente. Lo llamativo es que se trataba de una Argentina con bajo nivel de alfabetización, más acentuado en la campaña; de donde paradójicamente llegaba la demanda de más ejemplares del novedoso librito. No faltó la lista de pulperos que junto a yerba, azúcar y ginebra, pedían a sus proveedores algunos ejemplares del Martín Fierro. Sin duda, el romance, poema novelado o novela “poetizada”, ya que como el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, hoy se sigue discutiendo la forma definitiva, si la tiene; ya que las caracterizaciones formales parecen no alcanzar para contener semejante obra.
Recordemos que El Gaucho Martín Fierro tuvo una primera edición en 1872 (se convirtió en el primer best seller con once ediciones en siete años) y La Vuelta de Martín Fierro vio la luz en 1879.
A partir de allí, se lo comenzó a editar como una obra única. Entre ambas publicaciones al autor le sucedió de todo. Fue un proscripto cuya cabeza tenía precio durante el gobierno de Sarmiento, por sus ideas federales y porque (sin pruebas claras) lo vincularon a la ejecución de Justo José de Urquiza. Hernández en 1879 ya estaba “blanqueado” frente a los poderes de turno y fue diputado por el Partido Autonomista, que aliado al roquismo, confluirá en el Partido Autonomista Nacional (PAN) conducido por Julio Argentino Roca. En La Vuelta de Martín Fierro la narración alcanza un gran vuelo poético y reflexivo. Los consejos a los hijos son un ejemplo y otros, como contracara de la ética gaucha que pese a sus desgracias y contradicciones exalta Martín Fierro, surgen los consejos del Viejo Vizcacha; modelo de oportunismo y supervivencia a cualquier precio.
En aquel encuentro presuntamente casual de Fierro con sus hijos y con el hijo de su amigo el Sargento Cruz y en un marco de alegría, aparece El Moreno. Recordar que en el Canto VII de “El Gaucho…” se produce el terrible incidente en que Fierro medio borracho, provoca a un moreno “Que trujo una negra en ancas”. Lo burla a él y a su mujer por su color de piel y en un veloz duelo a cuchillo, mata al ofendido. Con la muerte rondando, Fierro recupera algo de lucidez: “No hay cosa como el peligro / Pa refrescar un mamao”, confiesa en los versos 1203 y 1204. El desenlace es rápido. Fierro es más diestro que su adversario y el final es tan drástico como absurdo el motivo de la pelea.
“Tiró unas cuantas patadas
Y ya cantó pa el carnero
Nunca me puedo olvidar
De la agonía de aquel negro”.
Confiesa en los versos 1235 a 1238. Se va de esa fiesta que terminó tan mal, con tristeza y una culpa que arrastrará siempre. A tal punto que cuando se entera que al muerto no lo velaron y que “… retobao en un cuero / Sin resarle lo enterraron”.(verso 1255) y que desde entonces su alma anda penando, piensa como forma de aliviar su responsabilidad:
“Yo tengo intención a veces
Para que no pene tanto
De sacar de allí los güesos
Y echarlos al campo santo”.
Este es el nudo de la historia que años más tarde, a Fierro le estallará en la cara delante de sus hijos. La historia está cruzada de desgracias y fatalidades, para todos los actores.
La Payada de Fierro con El Moreno
En el canto 29 (ya en La Vuelta de Martín Fierro) en ese encuentro festivo entre seres queridos, el narrador advierte que:
Más una casualidá,
Como que nunca anda lejos,
Entre tanta gente blanca
Llevó también a un moreno”. (verso 3891).
Y entonces El Moreno en un gesto de estudiado descuido y como quien no quiere la cosa, pulsó el instrumento y dirigió su mirada al hombre sentado con los muchachos.
“Todo el mundo conoció
La intención de aquel moreno
Era claro el desafío
Dirigido a Martín Fierro”. (verso 3910).
La concurrencia se acomodó guardando un respetuoso silencio, viéndose venir una payada interesante, de las que eran frecuentes en nuestras pulperías de campaña y de las ciudades. Fierro pidió una guitarra y afrontó el desafío. Aquí hay un mensaje claro sobre la modalidad del encuentro: “Es deber de los cantores / El cantar de contrapunto” (verso 3933), luego de una larga introducción en sextinas y versos octosílabos como toda la obra y en la que el cantor describe su vida desgraciada. Pero el hombre no se queda en el lamento, recoge el guante y dice: “Haremos gemir las cuerdas / Hasta que las velas no ardan”; en el tono autosuficiente pero educado que caracteriza al payador en el arranque del combate.
El Moreno rasgueando la guitarra y con palabras humildes se presenta: “Yo no soy señores míos / Sinó un pobre guitarrero” (verso 3977). Pero desliza que no es tonto: “Quien anda en pagos ajenos / Debe ser manso y prudente” (verso 3987). La partida está planteada. Son dos payadores de peso los que se enfrentan. Y uno de ellos trae un mandato que excede el contrapunto artístico.
Como lo hizo Fierro, El Moreno describe una pobre vida que no es distinta a la de Fierro y a la de tantos argentinos en un tiempo y una época, en que “El ser gaucho es un delito”. En el desarrollo de su historia, El Moreno incursiona en interrogantes filosóficos con una elegante poética, que darán a esta parte de la obra una calidad literaria asombrosa.
En la queja sobre los prejuicios racistas a los que Fierro no es ajeno, El Moreno dice:
“Aunque sea negro el que cante
Aprienda el que es inorante
Y el que es sabio, apriende más”. (verso 4040).
Y agrega:
“Bajo la fuente más negra
Hay pensamiento y hay vida” (verso 4044).
Entonces comienza el contrapunto en que los protagonistas hacen alarde de sabiduría y talento poético. Entre pregunta y respuesta, Fierro en una especie de mea culpa sobre el agravio al moreno que mató años antes, dice: “Dios hizo al blanco y al negro / sin declararlos mejores” (verso 4085). Así se desenvuelve la payada, planteando interrogantes con reflexiones que exceden largamente el marco costumbrista. Así El Moreno se va acercando al nudo de su canto:
“Que al decidirme a venir
No sólo jué por cantar
Sinó porque tengo a más
Otro deber que cumplir” (verso 4429)
Y cuenta el drama del hermano mayor que “Murió por injustos modos / A manos de un pendenciero” (verso 4437). Agregando en la estrofa siguiente: Y al hombre que lo mató / Nunca jamás lo encontramos”
Fierro como buen entendedor recoge el guante y en verso, reconoce el destino marcado para su vida. Al mejor estilo borgeano, ve su suerte circular, de la que no podrá escapar nunca. “Ya conozco yo que empieza / Otra clase de junción” (verso 4479). Callan las guitarras y los cuchillos amagan salir de sus vainas para empezar “otra junción”; al decir de Fierro. En el Canto 31 intervienen los presentes para evitar otra tragedia. Martín Fierro y los muchachos se retiran. Una vez más Fierro burló al destino y a la muerte, que lo seguía de cerca. El Moreno quedó sin hacer justicia. Fierro y los jóvenes pasaron la noche en el campo y entonces el viejo gaucho, les despacha sus famosos consejos. Y la recomendación enigmática; dispersarse.
“Después a los cuatro vientos
Los cuatro se dirigieron
Una promesa se hicieron
Que todos debían cumplir
Mas no la puedo decir
Pues secreto prometieron” (verso 4781).
“Lo que Pintó este Pincel…”
Queda el final abierto con más interrogantes que respuestas. ¿Adónde fueron y por qué? La respuesta sólo la tuvo José Hernández. De lo que el poeta debería estar satisfecho, es de su profecía cumplida con creces: “Me tendrán en su memoria / para siempre mis paisanos”.
1) Capítulo – José Hernández – CEAL – Buenos Aires – 1968