En las postrimerías del gobierno de facto presidido por el general Reinaldo Bignone (1983), era indudable que en la recuperación de la democracia se haría de la mano de uno de los dos partidos políticos mayoritarios: justicialista y radical. En el balance peronista pesaban aún negativamente, los conflictos y contradicciones del último gobierno de ese signo que culminaron con el golpe militar de 1976. Los radicales, si bien es cierto que desde 1928 no podían completar un período de gobierno, en 1983 estaban conducidos por Raúl Alfonsín que con un discurso renovado y una hábil propaganda, había logrado que mucha gente lo viera como una alternativa al peronismo.
Más allá de las encuestas y el “olfato” de muchos politólogos, los multitudinarios actos de una y otra fuerza se habían convertido también en otros tantos medidores del probable resultado electoral de las elecciones presidenciales convocadas para el 30 de octubre de 1983.
El 30 de septiembre, en el estadio de Ferrocarril Oeste, el radicalismo enfrenta su primer gran desafío: los candidatos a presidente Raúl Alfonsín y a senador porteño Fernando de la Rúa, respectivamente, fueron vitoreados por unas setenta mil personas. Los cánticos entonados por la concurrencia estaban dirigidos mayoritariamente al peronismo:
“Y ya lo ve
es para Lorenzo
que lo mira por tevé”
aludiendo al sindicalista Lorenzo Miguel. También hubo referencias al efecto de arrastre de la candidatura de Alfonsín:
“Qué papelón, qué papelón
vamos a ganar con los votos de Perón”
aunque no faltaron las evocaciones al gobierno militar:
“Hay que saltar,
hay que saltar
el que no salta es militar”.
Con diferencia de días, el Justicialismo realizó un acto similar en el estadio de Vélez Sársfield en el mismo barrio, allí el candidato Italo Lúder dio a conocer la propuesta peronista.
A lo largo de octubre se fue caldeando la campaña hasta llegar al cierre hecho por ambos partidos en la avenida 9 de Julio. El peronismo convocó a una multitud que (aunque las fuentes difieren en número) habría superado el millón de concurrentes. Los radicales fijaron el encuentro para el jueves 27 de octubre con un número similar de asistentes. El acto contó con el colorido y el cotillón de los grandes eventos radicales. Innumerables banderas blancas y rojas y miles de boinas blancas pusieron el sello distintivo. Los jóvenes seguidores de Alfonsín oficiaron de bastoneros en el lanzamiento de cánticos y en el sostén del clima militante:
“Siga, siga el baile
Al compás del tamboril
Que vamos a ser gobierno
De la mano de Alfonsín”
Otros recreando un clima político de décadas pasadas cantaban:
“Herminio Iglesias dejate de joder
Votá a los radicales que te enseñan a leer”
aludiendo al presunto analfabetismo del dirigente peronista bonaerense. La columna estudiantil de Franja Morada hizo hincapié en los derechos humanos exigiendo:
“Ni olvido ni amnistía
aparición con vida”
refiriéndose a los detenidos-desaparecidos. También fue frecuente en ese sector, un cántico común a todas las juventudes políticas:
“Paredón, paredón a todos los milicos
que vendieron la Nación”
pero este estribillo tuvo escaso eco. Tres días más tarde, la UCR se alzaba con el triunfo llevando a Raúl Alfonsín a la primera magistratura.