En todos los pueblos que cuentan con una identidad nacional, el concepto de Patria es un valor que ocupa en su escala de bienes morales, un lugar superlativo. Aun en tiempos en que han campeado ideas internacionalistas y se ha relativizado la importancia de la noción patriótica, ésta permaneció en estado latente manifestándose a través de expresiones culturales, deportivas o de otra naturaleza. Prueba de la potencia de tal sentimiento es la actitud adoptada por el gobierno de Stalin cuando en junio de 1941 la Alemania nazi invadió la Unión Soviética.
Al principio, los diarios rusos aparecían con una consigna que decía “Muerte al fascismo”; subrayando el carácter ideológico que Moscú otorgaba al enfrentamiento con los alemanes
Pasadas unas pocas semanas y dada la envergadura de la lucha en que se jugaba no sólo el destino del régimen sino la supervivencia del estado soviético, los bolcheviques movilizaron todos lo recursos nacionales en aras de la defensa, incluyendo los que ellos denominaban “prejuicios burgueses”, tales como la apelación a las consignas patrióticas. Entonces la prensa comenzó a publicarse con la leyenda “Muerte al alemán”, destacando el sentido de lucha nacional que contenía la misma, o inscribiéndola en la tradición de las grandes gestas del pueblo ruso independiente de quien hubiera gobernado entonces. Por eso se denominó a la defensa soviética “La Segunda Gran Guerra Patria”, como continuación de la defensa del suelo ruso ante la invasión napoleónica un siglo y medio antes. La experiencia había demostrado que a millones de campesinos rusos quizá se le hacía complejo entender el sentido “antifascista” del enfrentamiento; pero todos sabían de que se trataba cuando se hablaba de defender a la Patria.
Y otro tanto sucedía del otro lado, cuando los partidarios de Hitler comenzaron, paralelamente a las derrotas que sufrían, a convocar a defender a la Patria y ya no tanto a dar la vida por El Führer o por “la cruzada por Occidente” como se apelaba al principio.
Y así fue a lo largo de la Historia y en todas las culturas. Con distinto nombre y sentida con diferente intensidad, pero La Patria fue siempre una inmensa cobertura en la que los individuos, aún aquellos que la repudiaban, encontraron referencia e identidad. Así fue durante siglos para los judíos que añoraban “La Tierra Prometida”, para los millones de inmigrantes italianos que en nuestra tierra soñaban con el retorno al “paese” abandonado en la juventud, y para todo aquel que valora La Patria cuando está lejos de ella; porque ese conjunto de valores que no son mensurables, se resumen en el contorno de un mapa, que es la forma física de La Patria, o una fotografía o un simple recuerdo.
Por tal motivo y obedeciendo a distintos estímulos, la apelación a La Patria fue un recurso exitoso de los gobiernos para conseguir la solidaridad de sus pueblos en determinadas circunstancias. Es que junto a la familia, La Patria es una de las cuerdas más sensibles del Alma Nacional en todas las comunidades.
Por ello tal vez, con más inconciencia que oportunismo, se apela a La Patria para enaltecer decisiones políticas de carácter doméstico.
Así sucedió con la zaga de consignas y apelaciones que a favor o en contra de tal o cual causa, comenzaban con la invariable frase: “Haga Patria…”. Una de las más tristemente célebres es: “Haga Patria, mate un judío”.
En nuestro país, a diferencia de otras culturas, no existe una tradición masiva antisemita; como si la hubo en Europa Central y Oriental. No olvidemos que el término “pogrom”, linchamiento de judíos, no es español, ni siquiera alemán o inglés; es ruso, y remite a la práctica usual de maltrato a ciudadanos israelitas en tiempos del zarismo.
En la Argentina las primeras manifestaciones públicas de odio racial se conocen durante la llamada Semana Trágica, cuando las bandas parapoliciales de la Liga Patriótica Argentina y otros grupos de civiles armados, asaltaron comercios y viviendas judíos en el barrio porteño de Once apaleando personas de ese origen y provocando grandes daños. El objetivo del atropello era castigar “rusos”, ya que para aquella gente “ruso” y bolchevique eran sinónimos; y judío, ruso y bolchevique eran la misma cosa. El grito de “Mueran los judíos” y las pintadas que decían: “Haga Patria, mate un judío” germinaron en las oscuras jornadas del verano de 1919 y luego florecieron en toda su brutalidad años más tarde, cuando el contexto internacional se había investido de odio racial y éste era invocado como una razón de Estado por Alemania y otros países del Eje. Corría la década de 1930, cuando al calor oficial surgieron organizaciones filofascistas, como la Legión Cívica Argentina organizada y financiada por el dictador José Félix Uriburu, que desfilaban por la Avenida de Mayo como una pálida emulación de los “squadri” italianos que protagonizaron la marcha sobre Roma en 1922. Con la consolidación de los fascismos europeos (Italia, Alemania, España, Portugal y muchos países de Europa Oriental), en nuestro país cobraron fuerza grupos que con distintas denominaciones invocaban al nacionalismo.
Junto a la mencionada agrupación uriburista, aparecieron La Legión de Mayo, la Alianza de la Juventud Nacionalista y otras. En todas ellas campeaba el prejuicio antijudío y la admiración fascista. Comenzaron a aparecer pintadas con la consigna “Haga Patria, mate un judío” y tal consigna solía verse también en algunas de las numerosas publicaciones pro nazis de la época.
Pero la frase no era un hallazgo de los fascistas, ya que en 1940, los clubes de madres del Bajo Flores en el sudoeste porteño, auspiciaron una campaña bajo el lema “Haga Patria, mate una mosca”. El insólito aviso tenía que ver con la necesidad de exterminar a los molestos insectos que proliferaban en la zona del Bañado de Flores, particularmente en los días más intensos del verano. Entonces las madres movilizaron el barrio bajo esa consigna, pagando cinco pesos por cada bolsa de moscas capturadas.
La apelación al Patriotismo en el siglo XXI, a algunos puede sonarles anacrónico, pero en aquel contexto, luego de la terrible crisis económica iniciada en 1929 con una nueva guerra mundial, en ciernes, lo patriótico estaba presente también en lo cotidiano. La gente celebraba las fiestas patrias, se escuchaba folklore, las historietas abordaban temáticas nacionales, las radios desarrollaban radioteatros sobre personajes locales y hasta la arquitectura remitía a los estilos coloniales. Parecía que la Nación, ante los nubarrones internacionales, se había abroquelado sobre lo propio. No era llamativo apelar a la Patria, aún para objetivos subalternos o inmorales.
El año 1945 fue una bisagra entre dos épocas. Como tal, fue generoso en tensiones políticas y sociales. El surgimiento del peronismo marcó la divisoria de aguas entre modelos de sociedades muy diferentes y el estudiando universitario y en menor medida los secundarios, venían desarrollando una militancia activa en contra del gobierno militar instalado en 1943.
Asimismo esos sectores abrazaron la causa aliada como propia y veían la neutralidad oficial como favorable a los nazis. Por otro lado, las autoridades castrenses se habían granjeado el rechazo juvenil por la intervención a las universidades, la suspensión de la actividad política y la designación de funcionarios que simpatizaban o estaban sospechados de simpatizar con los países del eje Roma- Berlín.
Los jóvenes consideraban al entonces coronel Perón el heredero natural del régimen y además, el tema de la guerra, a pesar de estar finalizando con la victoria aliada, en nuestro país la oposición lo mantenía vigente y acusaba al gobierno de connivencia con los fascistas. Otra era la visión de los trabajadores. Perón en su condición de Secretario de Trabajo y Previsión, había impulsado una serie de leyes y beneficios para aquellos que le permitió contar con la adhesión de la mayoría de los asalariados. Los grupos nacionalistas, desencantados porque Argentina había declarado la guerra a Alemania en marzo de 1945, también criticaban el gobierno pero mantenían su enfrentamiento con los aliadófilos. Uno de los más activos y que sostenía su discurso antisemita, era la Alianza Libertadora Nacionalista, la ex Alianza de la Juventud Nacionalista. Esta organización que había pregonado el “haga patria, mate un judío”, en 1945 se enfrentaba a los estudiantes reformistas que se oponían a Perón y adherían a la Unión Democrática; coalición antiperonista que unía desde los comunistas hasta la embajada norteamericana.
Los días calientes de octubre de 1945 que reafirmaron a Perón y demostraba su ascendiente sobre un gran sector de la población, también mostraron a los estudiantes antiperonistas en todo su despliegue. Las manifestaciones relámpago organizada por la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) y la Federación Universitaria Argentina (FUA) mantenían al centro porteño en plena agitación, a lo cual había que sumarle la toma de facultades. Fue por esos días que sin tener un origen claro, se divulgó una consigna que en la línea de un pensamiento ya conocido, decía: “Haga patria, mate un estudiante”. En principio se atribuyó a militantes de la Alianza, que funcionaba como grupo de choque, pero fue evidente que tal sugerencia salió de sectores marginales de la política, como otra frase de triste memoria: “Alpargatas si, libros no”. Tal consigna atribuida al peronismo, nunca fue enarbolada por esta tendencia política, sino que a modo de ironía, fue pronunciada por un legislador opositor a Perón, con la pretensión de mostrar una supuesta confrontación entre peronismo y cultura, cuando el enfrentamiento esporádico con algunas franjas estudiantiles, tenían un carácter totalmente político.
El peronismo fue derrocado, la violencia política se hizo cotidiana en la Argentina y nuevos sellos antisemitas reflotaron el siniestro “haga patria, mate a un judío”. Al principio de los años Sesenta, varios grupos de extrema derecha recogían el legado de la Alianza. Eran el Movimiento Nacionalista Tacuara, la Guardia Restauradora Nacionalista y otros de menor presencia. La diferencia con los actores de dos décadas atrás, era el mayor índice de violencia, que no se agotaban en el discurso. El pico máximo de violencia antijudía se registró en 1960 con motivo del secuestro del jerarca nazi Adolf Eichman, sacado ilegalmente del país por agentes israelíes. Se registraron agresiones de origen judío, se profanaron tumbas y se atentó contra sinagogas.
Esas organizaciones se diluyeron pero el prejuicio racial tomó otros rumbos. Con el mismo tono que algunas hinchadas futboleras hacen alarde desde la tribuna contra otras hinchadas a las que discriminan, pintadas esporádicas como la documentada en la calle Chilavert al 1800 en el porteño barrio de Nueva Pompeya en 1996 estampa su ideología: “Haga patria, mate a un negro carajo”. Otra mucho más enigmática fue registrada en 1992 en las paredes del Palacio de Justicia por un escriba que luego fue detenido: “Haga patria, mate un juez, un político o un policía.”
Continúa en la Segunda Parte