Con esa lógica, simular un error o ponerlo al servicio de una tensión dramática es algo que Lavand maneja a la perfección. «El público perdona al error, lo que no perdona es el aburrimiento», acota el maestro del close up. «Cada día sigo siendo más yo. Hasta me refiero a la decadencia, al deterioro físico. Porque leo el diario o prendo la televisión y hay infinidad de términos que ya no entiendo… Ahí se va dando cuenta uno de que va pasando el tiempo», dice este señor de 83 años.
La mano es más rápida que la vista.
A metros de allí, en el comedor, Nora sirve unos suculentos platos. Alrededor de la mesa hay unos cuadros con su rostro y unas enormes ventanas que dan al jardín («mi mejor pinacoteca»). «No he leído ningún libro ni de ilusionismo, ni de prestidigitación, ni de cartas; tuve que ser autodidacta a raíz del accidente en el cual perdí mi mano derecha a los 9 años, en Coronel Suárez. Me hice a la fuerza. En ese sentido, no le robé a nadie.» No hay dudas.
En la película Un oso rojo, de Adrián Caetano, hizo de un villano. Un villano manco, claro. En su escena final, el personaje de Julio Chávez le clava un cuchillo en su mano izquierda (sí, justo en ésa…). Con un humor negro único, ahora dice: «No me impresionó ver esa escena, para nada. Ya estaba acostumbrado a algo parecido, pero de verdad». Y se ríe, claro.
Días después de aquel accidente, un amigo, para enfrentarlo al futuro, le dijo: «René, vas a poder llevar un solo balde el resto de tu vida». Sigue él: «Yo pensé, si pongo mi cerebro en la baraja y mi corazón en el público voy a poder pagarle a otro para que me lleve los dos baldes».
La Nación Espectáculos – 05-11-11 por Alejandro Cruz – “Rene Lavand, el Engañador Profesional”