Esas organizaciones se diluyeron pero el prejuicio racial tomó otros rumbos. Con el mismo tono que algunas hinchadas futboleras hacen alarde desde la tribuna contra otras hinchadas a las que discriminan, pintadas esporádicas como la documentada en la calle Chilavert al 1800 en el porteño barrio de Nueva Pompeya en 1996 estampa su ideología: “Haga patria, mate a un negro carajo”. Otra mucho más enigmática fue registrada en 1992 en las paredes del Palacio de Justicia por un escriba que luego fue detenido: “Haga patria, mate un juez, un político o un policía.”
En la misma línea de odio a “judíos” y “negros”, se inscribe una leyenda firmada por un presunto “Comando Antinipón” fijada en Emilio Mitre al 1800 en el barrio de Flores en 1987: “haga patria, mate a un coreano”. Y se suman las invocaciones a dar muerte a tal o cual: “haga patria, mate a un nati ”, instiga otra consigna llamando a eliminar policías.
Es como si el paso del tiempo no hubiera hecho mella en cierto pensamiento extremo; o como si hubiera una incapacidad absoluta de exteriorizar diferencias si no es mediante esas frases tremebundas, de las cuales sus autores, es probable que hasta desconozcan sus orígenes.
Pero cuando los años parecían confirmar que esas expresiones quedaban reducidas a manifestaciones aisladas, más emparentadas con un dudoso sentido de humor que a convicciones políticas o raciales, el estallido social de diciembre de 2001 instaló el “haga patria…” en todo su vigor. Cuando el “corralito” financiero se implementó y mediante esa norma confiscatoria miles de ahorristas fueron despojados de su dinero, se convirtió en algo habitual ver decenas de damnificados manifestando en la City Porteña y otras ciudades argentinas. En una de esas indignadas movilizaciones en Mar del Plata en febrero de 2002, sobre los restos de la vidriera de un banco, un ahorrista pintó con grueso trazo: “haga patria, queme un banco”. Un pensamiento no muy lejano de aquella humorada pronunciada por el poeta alemán Bertold Brecht: “Un delito más grave que robar un banco es fundarlo.”
Pero las invocaciones patrióticas en el flamante siglo XXI no se agotaron en los decepcionados ahorristas. Parte de la debacle financiera de 2001 fue la suspensión del pago de la deuda externa, anunciada eufóricamente en enero de 2002 por el presidente interino Adolfo Rodríguez Saa.
Tal situación comenzó a ser remontada por el presidente electo en 2003 Néstor Kirchner y como parte de las negociaciones con los organismos multilaterales de crédito, en agosto de 2004 nuestro país fue visitado por el presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) Rodrigo Rato.
La presencia del funcionario extranjero fue recibida por un rechazo generalizado de partidos políticos de izquierda y organizaciones sociales de las denominadas “piqueteras”.
El 31 de agosto, varias agrupaciones se concentraron frente al Ministerio de Economía y allí manifestaron su desacuerdo con la ilustre visita. El estallido de bombas de estruendo, la quema de neumáticos y la rotura de vidrios provocados por los revoltosos, llenó de inquietud las adyacencias de la Plaza de Mayo. Mientras la policía procedía a desconcentrar a los manifestantes y practicar cerca de un centenar de detenciones, en las columnas del edificio de la cartera económica podía leerse: “haga patria, “bage” un yanqui” y muy cerca otro mensaje: “No al pago de la deuda”. Los escarches como el descrito fueron parte de la escenografía que rodeó la presencia de los funcionarios del FMI y que disparó las iras de las organizaciones piqueteras.
Hemos visto a lo largo de éste breve pero intenso recorrido por los laberintos de nuestra historia social y política reciente, que la invocación a “Hacer Patria…” ha servido como dice el viejo adagio, tanto para un barrido como para un fregado; también eran convocados a “hacer patria” los ejércitos libertadores sudamericanos que bajo una sola bandera liberaron el subcontinente; a “hacer patria” fueron impulsados los hombres que en 1879 terminaron con el señorío pampa en la Patagonia y también decían “haga patria…” aquellos que desde los suburbios de la política o desde el prejuicio individual, pronunciaban la solemne palabra con fines subalternos o sencillamente despreciables.
Pero como reflexionaba un célebre pensador chino del siglo XX, “Que nazcan cien flores; la gente sabrá elegir la mejor.”