Espejito, Espejito
Juan llevaba puesta su mirada en los errores de los demás hasta que el propio espejo le devolvió su imagen. En ese instante prefirió la ceguera, pero el espejo ya tenía vida propia y comenzó a mirar por él.
Ana Caliyuri
Espejándonos
¿El espejo nos devuelve la imagen que somos capaces de ver y más nada? ¿El espejo habla del mundo íntimo, del mundo real, o metafóricamente hablando, mirarse al espejo es un modo de querernos?
Siempre me ha generado una genuina ilusión, y por qué no, una mágica alegría el tema de los espejos. Tal vez, influenciada por la niñez y por uno de los tantos oficios que tuvo mi papá, el de ser vidriero. Recuerdo el ácido en las damajuanas, más precisamente el agua con amoníaco, el frasco con nitrato puro de plata, el agua destilada y unas sales. Pero más que nada, recuerdo el momento de pincelar el vidrio con ese preparado para dejarlo secar. Se hacían varias capas hasta conformar un espejo donde poder reflejarse con nitidez. Me puse a pensar que quizá cuando nacemos somos como un vidrio que todo transparenta, y luego con los preparados de la vida, los buenos y de los otros, vamos construyendo el espejo donde nos vemos. Claro que la vista panorámica del mundo se reduce al propio universo, incluso el universo de la lectura es personal.
Ahora bien, hay espejos que deforman, que agigantan, que empequeñecen, que causan risa, que espantan y también hay espejos, en sentido figurado, donde es factible sentirse feliz.
¿El arte es como un espejo que nos visibiliza y transforma? A la luz de la propia experiencia, que no es otra cosa que una nadería en un tiempo determinado, el arte de la escritura ha oficiado cambios favorables en mí, y todo lo que hacemos con felicidad de un modo u otro, se proyecta a los demás. En fin, me gusta pensar que el ácido de la vida queda del lado de atrás de un vidrio y que definitivamente ese sustrato da lugar a la nitidez del espejo que me refleja.