Entre las variadas y numerosas formas de ejercer el oficio de poeta, hay una, entre todas, que es la más buscada y deseada, por tratarse de una meta casi imposible de alcanzar: escribir poesía sin que se advierta el oficio de escribirla. Como si el poeta fuera un hombre cualquiera y, por serlo, tiene como destinatario de su poesía a todos los hombres. A esa meta deseada y feliz ha llegado Héctor Negro al entender, como pocos, que la poesía, igual que la vida, está hecha de todo lo pequeño, lo grande y también lo insólito; que como el agua y el aire se encuentra en todas partes, y que para tratarla, mejor dicho para amarla, hay que hacerlo de manera autentica, generosa y de cara a su tiempo, como lo hace él, con esa claridad de quien moja un pan en la luz y la sencillez profunda de los que ven el día y cantan. Alcanzada esa meta, como se verá, la felicidad es nuestra, quiero decir, del lector
Eugenio Mandrini
Pensando en mis Amigos Presos
A Juan Gelman
Luis Navalesi,
José Luis Mangieri,
poetas
presos
por el delito de pensar
(Julio -1963)
(A veces siento que cae
como la ceniza
de lo que quisiéramos ser.
Y me acuerdo de un pájaro que vi enterrar
allá en mi infancia
Del baldío que empedraron.
Y siento el esternón como una rosca
Que me atornilla todo.
y un ojo sucio
espiándome los besos)
En mi país, un día
que no conozco,
que no cabe en mi memoria,
salieron topos a mover
su lámpara de sombra.
Y el aire lo fueron apresando
lentamente,
bolsa a bolsa.
Y a la música,
al sol,
a mis amigos,
a mis mejores camaradas.
Y mi tierra tuvo vergüenza.
Movieron las raíces sus luminosos peces
[subterráneos.
Los tallos sacudieron mariposas de niebla.
Mi tierra tuvo rabia
Y el aire con dientes música estampidos,
un sol volando las santabárbaras ocultas
agruparon las manos cansadas de mi pueblo.
Ahora es cuestión de tiempo,
de paciencia,
de sonidos que estamos aprendiendo.
Mis amigos,
mis mejores camaradas
se multiplican donde el aire anda.
Trepan desde las lucidas raíces.
Y siento ahora caer,
como si ya cayera,
una ceniza próxima,
cercana.
La de los que apostaron
la carta de la muerte.